V: Lazos de Sangre

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La sala del trono de Sothoryos se alzaba majestuosa y luminosa bajo los reflejos dorados del sol que se colaban a través de las ventanas de vidrio colorido. Asger, el rey de Sothoryos, estaba sentado en su trono, observando con una mezcla de orgullo y severidad a sus dos hijos mayores, Maelarys y Makarys, quienes se encontraban de pie ante él. El peso de la corona y las responsabilidades que conllevaba no era algo que Asger tomara a la ligera, y eso lo dejaba claro en cada consejo que impartía.

Padre.–  comenzó Maelarys, su voz firme pero respetuosa.– Lucerys está aquí desde hace una semana y todavía no hemos decidido qué hacer con él. ¿No crees que mantenerlo encerrado podría provocar una reacción adversa de los Targaryen?

Asger miró a su hija con una expresión indescifrable, sus ojos oscuros como pozos profundos que no revelaban ni un atisbo de sus pensamientos.

Maelarys, no olvides que lo que está en juego es mucho más grande que un solo prisionero.–  dijo, su voz resonando con la autoridad de un monarca que ha visto demasiados inviernos y batallas.– Nuestro reino ha sobrevivido en las sombras por más de un siglo, y cada decisión que tomamos debe preservar esa seguridad.

Makarys, que había estado escuchando en silencio, dio un paso al frente.

Pero, padre, si realmente estamos tan bien informados como dices, sabrás que los Targaryen no son enemigos fáciles. Tal vez podríamos buscar una alianza, una tregua...

Asger levantó una mano, interrumpiendo a su hijo con un gesto brusco.

No podemos confiar en aquellos que una vez intentaron destruirnos, Makarys. Las heridas del pasado son profundas, y las cicatrices que Aegon y Visenya dejaron en nuestra gente no se han desvanecido. Nuestra prioridad es proteger Sothoryos.

Maelarys apretó los labios, sus pensamientos vagando por los recuerdos de las leyendas y las historias que su padre le había contado sobre los primeros días de Sothoryos. En sus horas libres, Asger la instruía en las tradiciones y la historia del reino, preparando a su hija para el día en que tendría que portar la corona y liderar a su gente.

— ¿Recuerdas lo que te enseñé sobre la paciencia, Maelarys?.– preguntó Asger, rompiendo el silencio. – Ser monarca no es solo tomar decisiones rápidas y valientes; es saber cuándo esperar, cuándo observar y cuándo actuar.

Lo recuerdo, padre.–  respondió Maelarys, con la mirada fija en el suelo.– Pero no puedo evitar sentir que estamos caminando por una cuerda floja. Una mala decisión podría llevarnos al desastre.

Asger se levantó de su trono y caminó hacia sus hijos, colocando una mano firme en el hombro de Maelarys.

Tendrás tu oportunidad de liderar, hija mía. Y cuando ese momento llegue, recordarás todas estas lecciones. No te preocupes por los errores que aún no has cometido. Solo asegúrate de aprender de ellos cuando lo hagas.

En ese momento, un mensajero entró en la sala del trono, haciendo una reverencia profunda.

— Su majestad, la princesa Naella ha llegado a la Ciudad Roja y pronto regresará al castillo. Su entrenamiento en los Jardines del Alba Susurrante ha concluido.

Asger asintió con aprobación, un atisbo de orgullo brillando en su mirada.

Naella es joven, pero su determinación es fuerte. Convertirse en la Señora de los Jardines del Alba Susurrante no es tarea fácil, pero sé que estará a la altura de las expectativas.

Maelarys esbozó una pequeña sonrisa al pensar en su hermana menor.

Naella siempre ha sido la más curiosa de todos nosotros. Tiene un espíritu libre que será un gran activo para nuestro reino, padre.

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