XIV: Despedidas y Susurros de Guerra

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La noche anterior a la audiencia con Rhaenyra y Daemon, el rey Asger se encontraba solo en sus aposentos, contemplando la fría luz de la luna que se filtraba a través de las altas ventanas de piedra. El peso de la corona y de los recuerdos amargos de su linaje se posaban sobre sus hombros como una carga interminable. A lo largo de los años, su odio hacia los Targaryen había crecido, alimentado por las historias de destrucción y desdén que le contaban los ancianos de su corte, testigos del pasado arrasado por el fuego del Conquistador.

Asger cerró los ojos, dejando que sus pensamientos vagaran, y sin darse cuenta, se sumergió en un sueño que lo llevó a un lugar que no había visitado en mucho tiempo: un campo verde y pacífico, donde las flores florecían en un despliegue de colores vibrantes y el sonido de un arroyo cercano proporcionaba un fondo de tranquilidad.

Frente a él, de pie bajo un árbol en flor, estaba Naera, su difunta esposa. La vio como la recordaba, con su cabello dorado ondeando al viento y una sonrisa suave que siempre lograba calmarlo, incluso en los momentos más oscuros. Asger sintió su corazón apretarse al verla, una mezcla de anhelo y dolor recorriéndole el pecho.

— Naera.— susurró, avanzando hacia ella con manos temblorosas.— ¿Es realmente tú?

Ella asintió, sus ojos brillando con una luz que parecía venir de otro mundo.

— Sí, mi amor.— respondió con una voz que resonaba como una melodía suave, llenando el aire con una calidez que hacía mucho tiempo no sentía.

— ¿Por qué has venido?.— preguntó Asger, su voz quebrada por la emoción.— Hace tanto que te fuiste... he estado solo en esta guerra interminable.

Naera lo miró con ternura y tristeza.

— He venido porque te veo atrapado en un ciclo de odio, Asger. Un odio que no te permite sanar, ni a ti ni a nuestro pueblo.

Asger bajó la mirada, incapaz de sostener la de ella.

— Los Targaryen.— dijo con amargura.— ellos nos lo arrebataron todo. Nos redujeron a cenizas, Naera.

Ella lo interrumpió suavemente, levantando una mano para acallar sus palabras.— El pasado no se puede cambiar, pero el futuro aún puede ser moldeado. No permitas que el rencor de hace siglos dicte el destino de nuestros hijos. Maelarys y Makarys tienen la oportunidad de encontrar algo que nosotros perdimos: amor y paz.

Asger levantó la vista, confuso.

— ¿Maelarys y Makarys? ¿Qué tienen que ver con los Targaryen?

Naera sonrió con comprensión.

— No has visto lo que yo he visto, Asger. Maelarys siente algo por Lucerys, y Makarys por Halaena. Sus corazones no están cegados por el odio que nos ha envuelto a ti y a mí. Ellos ven a los descendientes Targaryen de manera diferente, no como enemigos, sino como personas.

Asger cerró los ojos, intentando procesar las palabras de Naera. Ella se acercó y le tocó la mejilla con delicadeza, un toque que le recordó a los días en los que todo era más simple, más feliz.

— Permíteles esa oportunidad, Asger.— continuó Naera, su voz llenando el aire como una súplica.— Déjales sanar las heridas que tú no pudiste. No todos los dragones traen fuego y destrucción. Algunos traen la luz que necesitamos para ver más allá de nuestras cicatrices.

Asger asintió lentamente, sintiendo el peso de sus palabras.

— Temo que los traicionen.— confesó, su voz quebrándose.— Temo que vuelvan a quemar lo que tanto nos ha costado construir.

— El temor es natural.— respondió Naera.— pero no puede ser tu único guía. Esta es tu oportunidad, Asger, para demostrar que puedes liderar con el corazón tanto como con la espada. Dale una oportunidad a Rhaenyra. No por ti, ni por ella, sino por nuestros hijos. Que ellos puedan construir un futuro sin las sombras de nuestros errores.

Unión de DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora