XIII: Los Presagios de Sangre y Fuego

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Makarys se encontraba en medio de una vasta llanura oscura, con un cielo teñido de un inquietante tono rojo. El viento soplaba fuerte, arrastrando consigo un hedor a muerte y desesperación. A su alrededor, el caos reinaba: su pueblo, sus dragones, su familia... todo envuelto en un manto de sangre y destrucción.

A medida que avanzaba, el paisaje se volvía más claro y más aterrador: su pueblo, su gente, yacían cubiertos en sangre. Los cuerpos sin vida de soldados y aldeanos se esparcían como sombras mudas, y los dragones, que una vez gobernaron los cielos de Sothoryos con imponente majestuosidad, caían desde lo alto como aves heridas, sus rugidos agonizantes resonando en el horizonte.

Makarys intentó gritar, pero su voz no salió; intentó correr, pero sus piernas estaban pesadas, como si mil cadenas invisibles lo ataran al suelo. Miró sus manos y las encontró empapadas de sangre, una señal inequívoca de que él también era parte de esa tragedia.

Al mirar hacia el horizonte, vio su castillo, antes majestuoso, envuelto en llamas. El humo ascendía en espirales retorcidas, como serpientes de fuego que devoraban las paredes y torres que habían sido su hogar.

Desesperado, Makarys gritó los nombres de sus hermanas.

— ¡Maelarys! ¡Naella!.— pero no hubo respuesta. De alguna forma recupero fuerza y corrió por los pasillos del castillo en llamas, buscando a su familia entre los cuerpos caídos. Cada rincón del castillo era una pesadilla hecha realidad; los emblemas dorados de Sothoryos estaban rasgados y ennegrecidos, y en su lugar, ondeaba el emblema Targaryen en un inquietante color verde, el mismo que Aegon y su familia usaban, en marcado contraste con los colores rojo y negro de Rhaenyra.

Llego a la sala del trono en busca de su padre, pero en la cima de unas columnas antiguas, donde solían exhibirse los emblemas de su hogar, se alzaba el dragón de tres cabezas en verde, un símbolo de usurpación y pérdida. Makarys sintió un nudo en la garganta, un peso aplastante en su pecho. Intentó escalar las columnas, como si alcanzarlas pudiera revertir el horror de su visión, pero sus manos resbalaban en la sangre que lo cubría.

— ¡Padre!.— gritó con todas sus fuerzas pero solo un eco vacío le respondió.

Justo cuando el fuego parecía acercarse para consumirlo, un torrente de agua helada lo golpeó, sacándolo bruscamente de la pesadilla. Makarys abrió los ojos, jadeando, y se encontró en la biblioteca, empapado y aturdido. Frente a él, su hermana sostenía un vaso vacío, con el ceño fruncido, claramente preocupada. Vio también una libreta mojada con jugo; ese día los mellizos habían decidido desayunar a escondidas en la biblioteca deseaban un poco de paz y no había mejor lugar en el castillo que la biblioteca, tal vez Nyxon los regañaria si los encontrará pero valía la pena.

— Te quedaste dormido, Makarys.— dijo Maelarys con voz firme pero teñida de preocupación.— Estabas gritando.

Makarys se pasó una mano por el rostro, intentando borrar los restos de la pesadilla. Le contó a Maelarys cada detalle, desde los dragones cayendo del cielo hasta el emblema Targaryen ondeando sobre su castillo en ruinas. Mientras hablaba, Maelarys lo escuchaba en silencio, su mirada se volvía más grave.

— Es una advertencia.— dijo Maelarys finalmente, rompiendo el silencio que se había formado entre ellos.— Una premonición de lo que podría suceder si no somos cuidadosos.

— ¿Crees que tiene que ver con mi compromiso con Halaena?.— preguntó Makarys, aún perturbado.— ¿Podría esto significar que ellos están destinados a traicionarnos?

Maelarys se quedó pensativa por un momento.— Podría ser una señal de que debemos ser cautelosos con quienes confiamos. No todos aquellos que se presentan como amigos lo son en verdad, y el color verde... podría representar la discordia interna entre los Targaryen y una posible amenaza a Sothoryos.

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