I: El dragón en la Tormenta

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La tormenta rugía con furia implacable sobre Bastión de Tormentas, los relámpagos rasgando el cielo como espadas de luz cegadora. A lo lejos, sobre las turbulentas aguas del mar Angosto, dos sombras titánicas se batían en un duelo aéreo, como dos colosos antiguos renacidos de las leyendas. Vhagar, la imponente y temida bestia de Aemond Targaryen, perseguía implacablemente a Arrax, el joven y valiente dragón de Lucerys Velaryon. Los rugidos de Vhagar resonaban como truenos mientras los escupitajos de fuego teñían el cielo con un resplandor infernal.

Lucerys, con la adrenalina martillando en sus venas y el sabor metálico del miedo en su boca, intentaba maniobrar a Arrax entre las nubes y los vientos traicioneros. La misión había sido clara: entregar el mensaje de su madre, Rhaenyra, a Lord Borros Baratheon y asegurar una alianza crucial. Pero lo que encontró en Bastión de Tormentas fue a Aemond, con su ojo perdido y una sonrisa que prometía muerte y venganza.

Ahora, mientras las garras de Vhagar se acercaban cada vez más, Lucerys sentía cómo el peso de su destino se cernía sobre él. No había escape, no con una tormenta desatada a su alrededor y una bestia descomunal dispuesta a devorarlo entero. Justo cuando el aliento abrasador de Vhagar se abalanzaba sobre Arrax, la suerte de Lucerys pareció sellada.

Pero entonces, de entre las nubes densas y cargadas de lluvia, surgió un tercer rugido, uno que no pertenecía ni a Vhagar ni a Arrax. Un destello de escamas doradas atravesó la tormenta, golpeando a Vhagar con una fuerza que sacudió los cielos. Era un dragón desconocido, más grande de lo que Lucerys había visto jamás, y montado sobre él, una figura envuelta en una capa oscura, cuyos ojos ardían con la misma intensidad que el fuego que brotaba de su montura.

Con una agilidad sorprendente, el dragón dorado se interpuso entre Vhagar y Arrax, lanzando una ráfaga de fuego que hizo retroceder al dragón de Aemond, y Lucerys sintió el tirón de su dragón tambalearse y descender hacia el mar. Todo sucedió en un parpadeo, y antes de que pudiera comprender completamente lo que ocurría, el viento y la lluvia lo envolvieron en un remolino oscuro. Sintió el impacto, el frío del agua y luego... nada.










 nada

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La noticia del ataque del príncipe Aemond hacia el príncipe Lucerys se esparció rápido, pero lo que causaba intriga era ¿de dónde era el otro dragón?

— ¿Dónde está Lucerys?.– la voz firme y llena de enojo de la princesa Rhaenyra se escucho en el salón.

— No lo sabemos su alteza, enviamos barcos para su búsqueda más aún no hay ningún rastro.– informó un soldado.

— ¿Seguirá vivo?.– esa pregunta era que causaba más temor a Rhaenyra, su dulce niño podía estar muerto y ella no sabía como luchar contra eso.– El príncipe Aemond asegura verlo caer con su dragón luego del ataque repentino del misterioso jinete.– comentó alguien en el salón.

— De no estarlo ese cobarde morirá de la forma más tortuosa posible.– Daemon Targaryen habló con gran enojo, uno de los estorbos de la reina viuda Alicent Hightower no hacia más provocar estrés y desagrado al príncipe canalla.– El solo busco su sentencia de muerte.

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