P R Ó L O G O

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"No puedo parar. Si me alcanza, estoy perdida."

_____________Mi corazón late desbocado en mi pecho, y apenas puedo escuchar mis propios pensamientos sobre el estruendo de la tormenta. El viento ruge como una bestia desatada, y la lluvia golpea implacable, empapando las calles adoquinadas de la ciudad. Los relámpagos iluminan brevemente el paisaje antes de devolverlo a la oscuridad. Cada gota de lluvia que me golpea el rostro es un recordatorio de que debo seguir adelante, que debo escapar, que no puedo mirar atrás. El vestido de seda que llevaba en la cena se ha transformado en un peso húmedo que dificulta cada uno de mis movimientos, pegándose a mi piel, recordándome lo frágil que soy.

El dolor en mis pies es insoportable. Cada paso que doy sobre los adoquines irregulares de Valencia me arranca un gemido ahogado. Siento cómo la sangre brota de las heridas, mezclándose con la lluvia, pero no puedo detenerme. No puedo permitirme pensar en el dolor, no ahora.

Mis zapatos se quedaron atrás en algún momento de la huida, perdidos en el barro y la confusión. No importa. Solo importa seguir corriendo, seguir alejándome de la voz de mi padre que aún resuena en mis oídos.

No puedo permitir que me alcance. Los pasos de mi padre resuenan en la distancia, y su voz, ahogada por el viento, aún llega hasta mis oídos. "¡Aria!" grita, cargado de furia y desesperación. Sabe que si me detengo, todo estará perdido. Pero yo también lo sé. Por eso corro sin descanso, a pesar del dolor en mis piernas y la falta de aire.

El frío cala hasta mis huesos mientras avanzo por las calles, buscando un refugio. Pero el mundo parece haberse cerrado para mí, dejando solo una ruta posible. Frente a mí, como un gigante de piedra, se alza la mansión Blackthorn, envuelta en un halo de misterio y temor.

La gente susurra historias sobre este lugar, historias que harían temblar incluso a los más valientes. Se dice que los Blackthorn están malditos, que la oscuridad que los rodea es tan antigua como las piedras con las que se construyó esta mansión. Pero ahora mismo, es mi única opción.

Sin pensarlo dos veces me lanzo.
El salto por la verja es torpe, desesperado. Mis manos se deslizan sobre el metal frío y resbaladizo, y caigo al otro lado, aterrizando con fuerza en el suelo. El impacto me arranca un grito de dolor, pero no me permito llorar. Mis pies chapotean en el barro, y el vestido se rasga al engancharse en una espina. Los gritos de mi padre se desvanecen en la distancia mientras avanzo hacia la mansión. El jardín de la mansión es un laberinto de sombras, con árboles altos y siniestros cuyas ramas desnudas parecen querer atraparme. El barro se adhiere a mis pies descalzos, y siento cómo la piel desgarrada se llena de tierra. El olor a humedad y a descomposición es sofocante.

Antes de que pueda dar un paso más, escucho un gruñido bajo y amenazante. Dos doberman negros, imponentes, surgen de la oscuridad, sus ojos brillan como brasas encendidas. Su presencia es aterradora, y por un momento, me siento como una presa atrapada en la mira de un depredador.Mi cuerpo se congela, y por un momento, pienso que esto es el fin. Pero no puedo rendirme. No ahora.

Antes de que los dobermans puedan atacarme, tres hombres surgen de las sombras, como si la mansión los hubiera escupido. Son rudos, corpulentos, con las ropas empapadas y sucias. El primero, un hombre calvo con una cicatriz que le atraviesa el rostro, me mira con una mezcla de burla y desprecio.

—¿Qué tenemos aquí?—su voz es un gruñido, tan amenazante como los perros que controla. –Una ratita que se metió en el agujero equivocado.

El segundo, un hombre de barba tupida y ojos crueles se ríe entre dientes. —O quizás una ladrona. Aunque no parece muy hábil para eso, ¿verdad?"

El tercero, un joven de rostro pálido y ojos afilados, se adelanta, observándome como si fuera un trofeo. —Quizás no es una ladrona—dice, su voz suave pero cargada de veneno, —pero se ha metido en un lugar del que no saldrá fácilmente.

La maldición de ZEV Donde viven las historias. Descúbrelo ahora