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ZEV*


___________El despacho es una extensión de mi propia mente: oscuro, frío, y meticulosamente ordenado. Las paredes, cubiertas de estanterías repletas de libros antiguos, son un testimonio de los siglos de conocimiento y maldiciones que mi familia ha acumulado. Aquí, el tiempo parece haberse detenido. El aroma del cuero envejecido se mezcla con el tenue olor de la cera de velas y la madera de nogal oscuro. Cada rincón está impregnado de una historia que nadie más ha vivido.

En una esquina, una enorme biblioteca domina la habitación. Sus estantes, altos y pesados, están llenos de volúmenes polvorientos, encuadernados en cuero, algunos incluso con manchas de sangre seca, como si los secretos que contienen hubieran costado vidas. En el centro del despacho, un escritorio de caoba maciza se alza como un altar. Sobre él, un par de candelabros sostienen velas de cera negra, cuya luz parpadeante proyecta sombras irregulares en las paredes.

El fuego en la chimenea crepita suavemente, pero no me ofrece ningún consuelo. El calor es algo que he olvidado hace mucho tiempo. Mi corazón, congelado por la maldición que llevo, no se conmueve por el fulgor de las llamas. No hay cuadros en las paredes, no hay adornos, solo las palabras de aquellos que, al igual que yo, fueron atrapados en la oscuridad.

Mis ojos se deslizan por los lomos de los libros. "El Paraíso Perdido" de Milton yace abierto en mis manos, sus páginas susurran sobre la caída de Lucifer, el ángel que se rebeló contra la luz y fue condenado a vivir en las sombras. Al igual que él, fui condenado a una existencia sin amor, sin alegría. La cicatriz en mi pecho y hombro arde, recordándome constantemente la promesa rota y el destino cruel que me espera.

El sonido de la puerta al abrirse interrumpe mis pensamientos. No necesito levantar la vista para saber quién es. Lucian entra en mi despacho con esa sonrisa insidiosa que nunca llega a sus ojos. Lleva dos vasos de whisky en la mano, un gesto que intenta suavizar, pero que no engaña a nadie.

—Hermano, pensé que un poco de whisky te vendría bien.— dice mi hermano, Lucian y extiende uno de los vasos hacia mí.

Tomo el vaso sin apartar la mirada del libro.
—¿Desde cuándo te preocupas por lo que me viene bien?

Mi hermano se ríe suavemente.
—Siempre tan desconfiado, Zev. Solo soy tu hermano, después de todo.

—Los hermanos traicionan, Lucian. No lo olvides.— le digo.

—¿Traicionar? Nunca, hermano. Yo siempre estoy de tu lado.—Bebe un sorbo de su whisky, observándome con una mirada que oculta más de lo que revela.

—Las palabras son baratas. Lo que cuenta es la intención detrás de ellas.

—Oh, Zev, siempre tan filosófico. Quizás deberías relajarte un poco más. El destino no es tan implacable como piensas.

—El destino es un cuchillo, Lucian. Y tú no tienes cicatrices para probarlo.

—Tú llevas tus cicatrices con demasiado orgullo, hermano. Tal vez deberías aprender a dejarlas atrás.

—Mis cicatrices son mi legado. Algo que tú nunca entenderás.

—Quizás no, pero no me importa llevar una vida sin dolor. Es más fácil disfrutarla así.

—La facilidad es para los débiles. Prefiero la dureza de la realidad.

Mi hermano me sonríe :—Tal vez algún día descubras que incluso tú tienes un límite.

—No necesito descubrir lo que ya sé. No hay luz al final del túnel, solo más oscuridad.

—¿Y si te digo que estás equivocado? Que tal vez la luz existe, pero tú te niegas a verla.

La maldición de ZEV Donde viven las historias. Descúbrelo ahora