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ZEV*



_____________El corazón es un órgano vital, pero el mío no es más que una piedra atrapada en mi pecho, endurecida y corrompida por la maldición que consume mi alma. Desde que cumplí dieciocho años, el dolor comenzó a asentarse lentamente, como un veneno que se filtra a través de las venas. Era casi imperceptible al principio, una punzada ligera que ignoré con la arrogancia de la juventud. Pero con cada año que pasaba, la oscuridad en mi pecho crecía, extendiéndose como raíces envenenadas que se ramificaban bajo mi piel. A los veintidós años, el dolor se volvió insoportable, un recordatorio constante de la maldición que se había arraigado en mi ser. Mi piel, una vez lisa y firme, comenzó a cambiar. Justo sobre el corazón, se tornó de un negro azabache, como si la misma muerte se hubiera instalado allí. Las venas, antes ocultas, ahora se marcaban con un tono gris oscuro, como serpientes dispuestas a enredarse en torno a mi alma. Cada año, la mancha crecía, un símbolo de mi condena, un recordatorio de que mi destino estaba sellado. Y aquí estoy a mis treinta años con la maldición más presente como nunca y sin ninguna escapatoria.

Mis sentimientos, lo que una vez fue la calidez de la humanidad, se desvanecieron con cada pulsación de mi corazón petrificado. Al principio, intenté luchar contra ello. Intenté encontrar alguna chispa de lo que una vez fui, de lo que pude haber sido. Pero la maldición era más fuerte. Era un veneno insidioso que apagaba cualquier rastro de emoción, dejando solo frialdad y crueldad en su lugar.

A lo largo de los años, intenté romper la maldición. Encontré a mujeres que creí que podían ser la clave para liberarme de este destino. Ellas eran bellas, amables, llenas de vida... pero ninguna era lo suficientemente fuerte. No sabían lo que enfrentaban, no entendían que su amor no sería suficiente para salvarme. Y cada vez que fallaban, la maldición las consumía también. Sus cuerpos, débiles e inadecuados para soportar el peso de mi oscuridad, cedían al sufrimiento, y la muerte las reclamaba de maneras horribles. Ellas gritaban, lloraban, rogaban por un final, y yo... yo no sentía nada. Solo el creciente vacío dentro de mí, un abismo que se expandía con cada nueva muerte.

La última mujer, la que pensé que podría haber sido mi salvación, murió en mis brazos, sus ojos llenos de terror al darse cuenta de que no había escapatoria. Fue entonces cuando comprendí que no había redención para mí. Mi corazón estaba condenado a ser una piedra, mi alma a vagar en la oscuridad.

Así que decidí no volver a intentarlo. Decidí que lo mejor era acabar con cualquiera que se cruzara en mi camino antes de que la maldición pudiera tocarlos.

"Es más misericordioso así," me dije a mí mismo, pero en realidad, era solo una excusa para no tener que enfrentarme al vacío dentro de mí.

Cuando supe de esta chica a quien Matteo salvó anoche, mi primer instinto fue matarla de inmediato. No tenía sentido arriesgarme a otro fracaso, a otro recordatorio de mi maldición. Pero algo en mí titubeó. Quizás fue la desesperación en su voz, el pánico en sus ojos, o tal vez fue la manera en que su cabello mojado caía sobre su rostro, la forma en que sus labios temblaban en la lluvia. "No, no es piedad lo que siento," me corregí a mí mismo. "Es solo curiosidad, una chispa de interés en un mar de indiferencia."

Cuando ella se tropezó y reveló su presencia, todo en la sala se congeló. La vi con nuevos ojos, cada curva de su cuerpo, cada temblor en su piel mojada, alimentaba una oscuridad en mí que había estado dormida durante demasiado tiempo. Sus ojos, tan llenos de miedo y desesperación, eran un reflejo de la muerte que la aguardaba, y yo... me deleitaba en eso.

Es hora de acabar lo que habíamos empezado.mis palabras resonaron en el aire mientras me levantaba de mi asiento, sintiendo cómo la energía oscura se revolvía dentro de mí. No tenía sentido prolongar lo inevitable, pero la idea de ver su resistencia, su lucha inútil contra su destino, me llenaba de una macabra satisfacción.

La maldición de ZEV Donde viven las historias. Descúbrelo ahora