Promesas de cristal

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[Aang]

El duro entrenamiento al que Toph lo había sometido durante toda la tarde le había dejado los músculos deshechos, pero eso no disminuyó en absoluto el entusiasmo que lo recorría por completo.

Y es que la emoción de aquella mañana aún permanecía dentro de él. Camino a casa, Sokka lo motivó a intentar algo que animaría a Katara y, tenía la esperanza, la estimulara a recordar.

Estofado de Ciruelas de Mar.

Aang conocia la receta, había presenciado a Katara prepararlo mil veces, y aunque ciertamente el aroma y el sabor no era de su agrado, sabía que era la comida favorita de su amada. Y él haría lo que fuera por ella.

Afortunadamente, la receta no llevaba carne.

Cuando la cena estuvo lista, Toph y Sokka aparecieron de inmediato, tal animales voraces listos para devorar todo a su alcance, y los pasos tan familiares de Katara resonaron acercándose por el pasillo.

Aang mordisqueó su labio, conteniendo su exaltación. Y es que no había visto a Katara desde que llegó, mucho menos hablar con ella. Habían tenido un buen inicio y se aferraba a la esperanza de que todo estaría bien. Incluso si conseguir que la muchacha recobrara la memoria tomara tiempo, al menos se esforzaría para agradarle y ganar su confianza.

Y, quizás, volver a conquistarla.

Apretó con fuerza el pequeño objeto que se mantenía resguardado en el bolsillo izquierdo de su pantalón, asegurándose de que seguía ahí, intacto, y una sonrisa se instaló en su rostro de forma permanente al ver a su amada llegar.

―¡Katara!―la saludó, quizás demasiado entusiasta.

La morena cruzó miradas con él pero no le sonrió. El corazón del Avatar se hundió un poco.

―¡Rápido, Pies Ligeros! Nos morimos de hambre―se quejó la Maestra Tierra desde la mesa.

―En seguida voy― murmuró el muchacho, aun perdido en su confusión.

¿Por qué Katara no parecía feliz de verlo? ¿Estaba enfadada con él?

No, seguro estoy pensando demasiado.

El Maestro Aire sirvió la comida rápidamente y tomó asiento en el lado continúo a Katara.

La cena inició, acompañada de la ruidosa conversación que sostenian Toph y Sokka sobre una vieja apuesta. Aang no los escuchaba realmente, solo veía de reojo a la Maestra Agua.

Estaba molesta.

Estaba seguro, podía reconocer las señales. El ceño levemente fruncido, el adorable puchero que hacía con sus labios sin darse cuenta, el cómo su nariz se arrugaba tiernamente cuando algo no le simpatizaba. Él sabía que algo le pasaba, la pregunta era: ¿qué?

Decidió que lo averiguaría y en el camino, intentaría sacarle una sonrisa.

―Son un poco ruidosos, ¿no lo crees?―le preguntó, llamando su atención.

Katara dio un imperceptible respingo al oirlo hablar y alzó una ceja.

―¿Qué?

―Toph y Sokka―apuntó hacia ellos con un ademán con la cabeza y le dedicó una sonrisa.

―Oh―arrugó sus labios en una mueca―, si, algo. Podré haber perdido la memoria, pero si algo aprendí estos días es que Sokka no puede actuar como una persona civilizada si tiene comida cerca.

Aang liberó una risita.

―A veces me cuesta creer que son hermanos― dijo el Avatar.

―Oh, no, no. Tienes razón―concordó la morena―, es adoptado. A él lo trajeron los lobos.

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