Fuego que calienta dos almas

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Aang la hizo girar sobre sus pies y la atrajo nuevamente hacia él en una danza romántica alrededor de la fuente al son de la música.

Katara lo contempló. Su traje anaranjado mucho más formal que el que solía utilizar, atravesado por una túnica amarilla, destacaba su atractivo cuerpo bien trabajado. Debajo de sus manos, los hombros no demasiado anchos, pero sin duda masculinos, se palpaban fuertes. Sus tatuajes del color del cielo contrastaban con su piel lechosa y sus facciones suaves.

Sus ojos grises como nubes de tormentas poseían un brillo especial que la hipnotizaba. Habían permanecido fijos sobre ella durante toda la velada y Katara no pudo evitar deleitarse al notar que su plan había surtido el efecto que deseaba en él; llamar su atención.

Suki la había ayudado a prepararse, ferviente de la idea de que debía enloquecerlo aquella noche, y ella se dejo hacer.

Le emocionaba la idea de gustarle aún más a Aang.

Y parecía que lo había conseguido. La observaba embelesado y sus labios finos y rosados dibujaban una sonrisa encantadora, producto de las palabras que ella decía.

Espíritus, cuánto adoraba esa sonrisa.

Le encantaba verlo reir, su risa le hacía vibrar el alma con alegría. Le provocaba ganas de divertirlo, de seguir haciendolo feliz. Le nacía un amor inexplicable del pecho.

¿Amor?

De pronto, recordó las palabras de Suki y se preguntó si lo que sentía en su interior realmente era amor. Eso explicaría las ansias que siempre tenía por volver a verlo, la emoción que la inundaba cada vez que estaban juntos, las mariposas que revoloteaban descontroladas en la zona baja de su vientre cuando hablaba con él y le dedicaba aquella mirada llena de un sentimiento que ella no había podido descifrar.

Al menos, hasta ahora.

¿Sería amor lo que percibía en esos preciosos orbes plateados? ¿Las palabras que Suki le confesó eran ciertas?

¿Aang la amaba también?

Si todo era cierto, ¿por qué nunca le dijo nada? ¿Por qué, cuando la noche anterior le preguntó si eran amigos, él no la corrigió? ¿Por qué mentir, por qué ocultarle la verdad?

¿Acaso no se daba cuenta de lo confundida y perdida que se encontraba? ¿De lo enamorada que estaba?

Tengo que averiguarlo.

Sin embargo, cuando hizo la tan ansiada pregunta, Aang no respondió.

El cuerpo del chico se tensó y el baile cesó. Los últimos copos de nieve cayeron tranquilamente sobre el suelo solo para derretirse bajo el silencio sepulcral de los dos. La música del salón oyéndose de pronto demasiado lejana, como un susurro frío del viento.

La expresión de Aang reflejaba una mezcla de confusión y miedo, su vista fijamente en ella como si se debatiera internamente las palabras que iba a emitir, pero que al final, ninguna salió de su boca.

Katara interpretó su silencio de la peor forma. Una respuesta negativa que no quería ser emitida, un rechazo a su confesión que no se animaba a pronunciar para no herir aún más sus sentimientos.

Finalmente, lo comprendió. Había malinterpretado todo de nuevo, se había equivocado otra vez.

Por alguna razón, esta ocasión dolía más.

Ella no entendía por qué Suki le había mentido de esa forma tan vil, pero no le importó, nada importaba ya. Bajó la vista, sintiendo una oleada de lágrimas avecinarse, pero que ella no se permitiría dejar caer. No quería llorar, no frente a él.

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