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── Creo que voy a vomitar -dijo la rubia ojiazul mientras trataba de tranquilizar su respiración, sintiendo cómo la ansiedad la invadía.
Estaba muy asustada, su corazón palpitaba con fuerza mientras el barco se acercaba al muelle de la isla de Berk.
A través de la ventana de su camarote, podía ver las siluetas de los aldeanos que se congregaban para recibir a los recién llegados. Todo parecía tan nuevo y aterrador.
── ¿Y si me hago la muerta? -murmuró, su mente dando vueltas en busca de alguna forma de evitar el inevitable encuentro. - ¿Qué estupidez estoy diciendo? ¡Obvio que no haré eso! Por dios, soy Astrid Hofferson, yo no le tengo miedo a nada, y mucho menos a presentarme en esta isla o pueblo.
Un silencio pesado se cernió sobre ella, interrumpido solo por el suave balanceo del barco.
Se obligó a recordar todas las veces que había enfrentado desafíos, cada batalla en la que había salido victoriosa.
Sin embargo, la idea de ser vista por esos ojos curiosos la hacía dudar.
── ¡Princesa Hofferson, llegamos! -comentó un tripulante desde el pasillo, su voz resonando con entusiasmo.
Astrid sintió un escalofrío recorrer su espalda. ¿Por qué tenía que ser tan complicado?
── Sí, me haré la muerta -dijo ella, aunque su voz tembló al pronunciarlo. Se puso en pie, su mente en un torbellino de dudas y determinación.
Dio un pequeño suspiro, como si ese gesto pudiera infundirle el coraje que necesitaba.
Abrió la puerta con una mezcla de nervios y firmeza, dispuesta a enfrentar lo que fuera que la aguardara al otro lado.
Una vez en el exterior, el aire fresco y salado del mar la envolvió.
La vista era impresionante: Dragones volando libremente sin necesidad de esconderse.
── Lista para estar en este lugar -se dijo a sí misma, tratando de convencerse.
Después de todo, era Astrid Hofferson, y ella siempre estaba lista para todo. Con un paso decidido, avanzó hacia el muelle, su mente en blanco, solo el presente y el desafío por delante.
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