CAPÍTULO 7: NUESTRA DESPEDIDA

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—Volaras muy alto, te lo aseguro— le había dicho cierta tarde. Su partida ya estaba decidida, pero eran esos pequeños momentos silenciosos los que más tratábamos de extender.

—No tengo alas para poder volar —repuso con tristeza, como buscando una excusa para quedarse.

—Al igual que las almas de los que mueren, o los cometas que pasan cada varios siglos por el universo, o los pensamientos que tú y yo mantenemos en nuestras mentes; la ausencia de un par de alas no justifica nuestro intento de volar.

La nuececita guardó silencio, su mirada baja y sus hombros caídos.

Nuestro tiempo acababa, se esfumaba como arena entre nuestros dedos. Ella volaría muy lejos y yo me despediría con una sonrisa. Felíz de que mi pequeña nuez emprenda un viaje vertiginoso pero lleno de sorpresas.

Sonreirá, llorará, se enojará y maldecirá un montón de veces.

Así es la vida. Un gran cúmulo de experiencias tanto buenas como malas.

Con solo imaginar lo tierna que se vería en cada situación hace que quiera sonreír y llorar.

Me siento felíz, pero estoy triste. Una triste felicidad que hasta ahora desconocía.

¿Cuánto más me enseñará a sentir?

Mi vida ha cambiado, no de la manera que esperaba, pero sí de la manera que necesitaba.

Ahora solo debía dejarla ir para que este sentimiento esté completo.

—Cuando me vaya, no llores por mí —dijo por última vez, y yo asentí a su petición.

No soy bueno manteniendo promesas, pero soy bueno fingiendo que las cumpliré.

Mi nuececita era tonta, tan tonta que sus ojos se humedecieron al imaginar que verdaderamente no lloraría por ella.

Quizás lo tomó como si su partida no me importara. Lo cierto es que cada segundo que se acaba en el cronómetro de su partida, mi ser muere.

El cronómetro gritó, mi semblante decayó aún con una sonrisa.

Ella agitó su mano, y con mochila al hombro, y sus extravagantes anteojos que aprendí a amar, se desvaneció junto al bote.

La nuececita emprendió su viaje, si volverá no lo sé. Tampoco sé si quiero que vuelva.

Quizás si quiero, pero no me atrevo a desearlo.

Solo sé que deseo profundamente que mi pequeña nuececita encuentre su propio camino en el basto mundo que me enseñó a ver.

¿Ahora qué color tiene mi mundo? Lo veo gris como al inicio, pero por alguna razón no es el mundo aburrido de antes. Solo es un mundo melancólico, porque mi nuececita se llevó la alegría de los colores con ella.

Ya la extraño.

No pasó un minuto y su ausencia quema.

Mi mundo ahora es grande, con flores, rocas, montañas, ríos y animales, pero está vacío.

Mi ojos ya no son capaces de verla, y ante su ausencia mis cristales arden.

Ya no está, se ha ido.

Mi nuececita ha seguido su camino.

Yo he perdido el mío.

Y ante tal sentimiento solo puedo llorar.

¿Quien ganó, y quién perdió en esta historia?

Creo que desde el inicio la batalla era inútil, y el final ya estaba decidido incluso antes de empezar: Yo solo, y ella con su amada libertad.

Y así, no volví a ver a la nuececita nunca más.

EL SOLITARIO Y LA NUECECITA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora