CAPÍTULO 5: NUESTROS RECUERDOS

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Buscaba escribir, era una rutina que había llevado desde que tengo uso de memoria en mi pequeño mundo.

Un lápiz y un papel, ¿Qué más necesitaba?

Mi felicidad era muy sencilla.

Y así hubiera seguido si tan solo la nuececita no hubiera llegado.

Si tan solo no hubiera aparecido, si tan solo no hubiera escuchado su voz, si tan solo no hubiera visto su rostro...

—¿Para quién escribirás esta vez? —me interrumpió la pequeña nuez cuado apenas había hecho el primer trazo.

¿Para quién escribo?

Leer me había hecho imaginar a muchas personas. Escribía para ellas.

Escribo para mi madre, la cual no veo pero sé que debo tener una porque los protagonistas de los libros la tienen. Y para mí padre, el cual no sé dónde está, o no sé quién es.

Escribo para el amor que creí tener, para los amigos que soñé conseguir.

Escribo para los fantasmas de mis pensamientos que un día estuvieron y hoy no están.

Así como será el caso de la nuececita.

—No escribo para nadie —dije suavemente, sintiendo el peso de haber vivido sin conocer.

—Mentiroso. Siempre escribes para alguien, lo he visto. Parece que no tienes sentimientos pero no es así. ¿Qué significan esas personas para ti?

Escribir para alguien no significa que tenga sentimientos fuertes por esa persona.

He escrito miles de relatos, un poco menos de la mitad con distintos destinatarios, y no era porque haya querido denigrar o enaltecer a dichos destinatarios, simplemente los escribí porque no quería dejar sus acciones y su favor hacía mí sin agradecimiento o recompensa.

Imaginé muchas historias, en todas ellas recibía ayuda. Era justo ofrecer algo, aunque sea un “gracias”.

Fallé como escritor al no tener sentimientos o emociones para dirigir, y no saber cómo expresarlos sin mentir. Después de todo mis destinatarios son eso: mentiras.

Aunque eso tampoco significaba que su imagen no tuvo importancia en mi vida.

Para mí, dedicar un libro significa que esa persona fue tan especial que necesitaba inmortalizar su recuerdo.

Mis recuerdos son fugaces, olvido con facilidad. Los datos en mi memoria siempre son reemplazados y necesito dónde almacenar esas experiencias que terminaré perdiendo.

Mi mente es tan pequeña como mi mundo.

—¿Algún día escribirás para mí? —preguntó ella.

—¿Quieres que escriba para tí?

—No... —esperaba que dijera que sí.

—Si escribiera para tí resaltaría tu baja visión.

—¡Oye! Debes resaltar mis virtudes, no mis defectos.

Sus defectos son hermosos.

Cada vez que tropezaba, cada vez que sacaba conclusiones erradas, cada vez que insultaba o ponía mala cara.

Sus grandes anteojos y su torpeza son parte de ella.

Así como también lo es lo molesta e insistente que a veces se pone.

¿Defectos? ¿Virtudes?

Solo veo una nuez muy bella.

Alguien cuyos defectos a mis ojos son virtudes.

¿Destino?, ¿suerte?, ¿casualidad? ¿Qué nos unió?

Creo que simplemente dos desastres chocaron, uno físico y el otro emocional. Pero la coalición formó un paraíso de sonrisas.

Cuando se vaya necesitaré recordarla. Inmortalizar su recuerdo.

Grabar estos momentos, y las mayores molestias que me produjo.

La nuececita era Mi Mayor Molestia.

Ella era la nuececita, mi nuececita.

Al final siempre ponía un final a todo, pero por ahora quiero marcar el inicio de mi escrito para ella.

Sostuve el lápiz, afirmé el papel. Miré el bote a lo lejos, mi nuececita trabajando, y escribí.

Para: M³

EL SOLITARIO Y LA NUECECITA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora