CAPÍTULO 4: NUESTROS MIEDOS

1 1 0
                                    

La despedida de la nuececita se acercaba.

Había puesto las horas en retroceso en su gran cronómetro de madera, y odiaba el ruido que producía cada vez que una hora terminaba.

Su bote era esplendoroso. Con suficiente tamaño para ella y su equipaje. Aunque debido a su pequeño cuerpo no creo que necesite de mucho.

La vi trabajar con mucho esfuerzo, sacrificando horas sin dormir y utilizando toda su energía en la fabricación de la dichosa nave robadora de nuececitas.

Mientras tanto, ¿Había aprendido a vivir sin la nuececita?

Normalmente solo debo aprender lo que el Gran árbol me da en los libros, pero ahí no dice nada sobre nueces.

¿Cómo sabré si estoy listo para su partida?

Quizás nadie está preparado para despedirse.

—¿Ya lo pensaste? —la nuececita me dirigió la pregunta que todo este tiempo desde aquel entonces estaba pensado.

¿Qué pasaría si voy con ella? ¿Qué tipo de vida llevaría?

La idea de no ver o escuchar a la nuececita producía algo muy vívido en mi órgano interno llamado corazón, y la sola idea de estar junto a ella sin importar si el bote se hunde en la travesía podía calmarlo.

Qué órgano mas molesto.

Al final yo quería seguir escuchándola, viéndola, sintiéndola.

Pero la sombra del Gran árbol, y la mirada de las aves sin forma están sobre mí.

Ellos me aprisionan, y escapar era un intento inútil para mí.

Mi respuesta ya estaba decidida incluso antes de que ella llegara a mi vida.

—Me quedaré aquí —dije, y con solo una respuesta presencié cómo unas simples palabras eran capaces de quitar el brillo de la mirada de alguien. —Soy el único habitante, si me voy ¿Quién cuidará del trigo? ¿Quién recibirá el nuevo libro que el Gran árbol traerá y mantendrá en orden la casa? Soy indispensable para mi mundo, no puedo ir contigo.

—Solo veo un niño muy tonto poniendo excusas. Antes de irme el trigo estará para cosechar, y puedes dejar el libro. En España habrá bibliotecas por montones.

—No puedo cambiar un libro por bibliotecas llenas, ninguna de esas bibliotecas es abastecida por el Gran árbol. Si no recibo el libro no sé qué hará. ¿Y si se enoja y manda sus aves?

—Por una vez en tu vida arriésgate, idiota. Como si no hubiera mañana. Sé valiente. Antes de la fecha para recibir el libro ya estaremos lejos, muy lejos de aquí.

El desconocimiento hace valiente a las personas.

Si ella supiera el poder del Gran árbol, o si tan solo sintiera la mirada de una de esas aves, huiría de inmediato.

—Este es mi mundo, aquí nací y crecí. Ve a tu destino, porque yo solo tengo tres, y esos tres están dentro de mi isla.

—Eres un cobarde. Pero tranquilo, tengo mucho aprecio sin usar para ese corazoncito tan cerrado que tienes.

Mi corazón no tiene aberturas, solo las necesarias para poder seguir viviendo.

¿Mi corazón es cerrado?

Posiblemente solo mi mente sea el que se rehúsa a cambiar, porque mi corazón quiere ir tras de ella.

Empiezo a creer que el ser humano es contradictorio.

—Antes de que me vaya, esa será tu última oportunidad. Si quieres venir conmigo dímelo, hay espacio para dos. Y si no es así, juro que siempre te llevaré en mi mente.

—Solo soy un encuentro fugaz, de esos que en algún momento debes abandonar. De esos que están destinados a olvidarse.

—No te olvidaré. Solo habrá una persona asociada a la palabra “Solitario” en mi vida, eso nadie lo cambiará. Cuando escuche de otras voces tu nombre te recordaré.

—Si algún día mi figura desaparece de tu memoria tendrás el lugar vacante para ese nombre. La memoria frágil nos hace olvidarnos con facilidad, y en poco tiempo los espacios vacíos son llenados con nuevas vidas.

—Si algún día desapareces vendría a buscarte, y te encontraría nuevamente. Cuando tu nombre sea oído por mí, y no sea capaz de ver tus ojos con claridad. Cuando esa palabra sea gritada o leída, y tu rostro solo sea una estela deforme en mi memoria. Cuando no te vea, pero sienta que eres tú a quien mi mente olvida, cruzaré el mar para buscarte y te encontraré. Cuando te vea sabré que eres tú, porque solo hay un Solitario para mí, y su ser está detallado en mí.

La nuececita era así, inentendible. Un enigma andante.

O quizás no lo era tanto, solo para mí.

Probablemente lo inentendible sea el corazón, los sentimientos y las emociones.

De esas que apenas estoy empezando a experimentar.

EL SOLITARIO Y LA NUECECITA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora