CAPÍTULO 2: NUESTRA CONVIVENCIA

2 2 0
                                    

Ayer encontré una nuez tendida a orillas del mar. Pero no era un nuez, solo parecía serlo. Según ella, era una persona, así como yo, pero no era como yo.

Yo callo, mi rostro no se inmuta, me quedo quieto y escucho. Ella es todo lo contrario. Grita, su rostro habla más que su boca, recorre mi territorio setenta veces antes de descansar para volver a recorrerlo nuevamente cuando el sol se oculta, y no me escucha.

Somos diferentes. ¿Cómo puede ser ella una persona?

La nuececita avanzaba con pasos cortos y vacilantes, como si mi mundo fuera un lugar peligroso.

Sus piernas, aunque cortas, no eran el problema; era su visión borrosa la que la hacía tropezar. Los grandes lentes que cubrían sus ojos parecían más un obstáculo que una ayuda, y su mirada era como una súplica silenciosa por un poco de claridad en un mundo tan oscuro. No la culpaba, mi mundo era una escala de grises.

La nuececita era algo que nunca había visto. ¿Quién la entendería?

Cuatro pasos fueron suficientes para llegar al mar donde la encontré; la nuececita tenía que dar diez, y aún así se cansaba.

Mientras ella llegaba tras de mí, empecé a escribir una de las muchas cartas que jamás enviaría. Aparte de leer, escribir es algo que suele gustarme. Aunque escribir no es algo en lo que sea bueno.

—“Ha”. Es un verbo auxiliar —dijo la nuececita mirando por encima de mi hombro—. Ha llegado, ha terminado. Son formas verbales compuestas por un verbo auxiliar, en este caso “Ha”, y un participio.

Miré fijamente su rostro. Dejó de lado su apariencia tonta y lucía como una verdadera experta. ¿La nuececita sabía escribir? Era raro considerando su apariencia despreocupada.

—Literatura básica —expuso con orgullo.

—Este ser ha entendido.

—Vaya, aprendes rápido.

—Se me olvidará pronto.

—Eres el peor alumno que he tenido.

—Gracias.

Continué escribiendo, disfrutando del viento salado que cubría mi rostro cada dos horas, y alternando mi mirada entre la casa, el Gran árbol y mi pequeño campo de trigo. No había nada más para ver.

La nuececita se quedó en silencio por primera vez, la mirada perdida en el horizonte. ¿Qué estaría pensando? ¿Por qué esa mirada tan indescriptible? Pero siendo fiel a su personalidad, el silencio no duró más de un minuto.

—Eres raro.

—¿Qué me hace raro?

—Todo. ¿Cómo te diviertes en este lugar?

Su pregunta exigió una respuesta. Y mi respuesta la pensé desde que tengo uso de razón.

—Mi trigo tiene muchos problemas cuando apenas está creciendo, se pelea mucho con la mala hierba. El Gran árbol me da libros cada semana, las historias ahí son asombrosas. Y el mar es increíble, elimina todo de mi cabeza con solo mirarme.

—¡Eso no es divertido!

—¿Qué significa divertido?

—Disfrutar, sonreír, bailar, cantar, gritar, jugar, hablar... Hay muchas otras cosas aparte de estar sentado en un solo lugar. Apuesto a que no has sonreído ni una sola vez aquí. Tienes un rostro tonto.

La nuececita tenía razón; en toda mi vida no he sonreído. Ni siquiera he sentido alguna emoción. Los leí en libros, en historias. Mi conocimiento de ellos solo se basa en lo descrito en los libros.

—¿Por qué la gente busca algo divertido?

—Deberías al menos probarlo. Cuando aprendas a divertirte, tu mundo cambiará.

—Tengo una función en este lugar con límite de tiempo; cuando ese tiempo termine, quizá pueda divertirme. Por ahora no quiero que mi mundo cambie.

Su rostro fue iluminado por los últimos rayos del sol.

La nuececita abrazó sus piernas mirando fijamente el mar.

Verdaderamente mi mar es mágico, hizo callar a la nuez parlanchina. Y supongo que está ocupado con ella, porque ahora mismo no puede ahogar mis pensamientos.

¿Qué es divertido?

¿Jugar es divertido? ¿Hablar es divertido? Si hacer cosas con alguien más es divertido, entonces ya me estoy divirtiendo.

La nuececita está a mi lado. ¿Eso es felicidad?

Si es así entonces la encontré sin necesidad de buscarla.

La pequeña nuez era divertida, de eso estaba seguro.

EL SOLITARIO Y LA NUECECITA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora