La nuececita había cambiado, estaba muy rara últimamente.
Siempre perdida mirando el océano, con su melodiosa voz sin resonar en mi oído y haciendo dibujos extraños en un papel que me pidió.
La nuececita que conocí no se callaba nunca. Era de aquellas que cuando abría la boca solo la cerraba cuando dormía.
Sus palabras podían traer consigo insultos, quizás incluso maldiciones. Lo hermoso de eso, es que aunque quería lucir ruda simplemente me provocaba ternura.
Pero esta vez ya no era así. Era amable, buscaba no molestarme y solo abría la boca para pedir algo.
Su comportamiento era extraño.
Y quizás el culpable de eso sea el trabajo al que se dedicó estos días.
—¿Qué es eso? —pregunté esta vez. Sin darme cuenta la nuececita y yo habíamos intercambiado papeles.
—¿Conoces a los piratas?
—¿Los viajeros que surcan los mares en busca de tesoros?
—Esos mismos; este es el bote en el que surcaré el océano.
Por un momento el sonido de las olas del mar se hicieron fuertes, el viento parecía mas violento de lo normal y mi mente se quedó en blanco.
No sé porqué no imaginé este momento. Era algo que sucedería tarde o temprano.
¿La nuececita se iba?
¿Se iría de mi isla?
¿De verdad no la volvería a ver?
—¿Qué tesoro buscas? —dije con la esperanza de poder tenerlo y ofrecerlo.
¿Por qué lo hacía? ¿Por qué la idea de mi mundo sin la nuececita me molestaba?
—A diferencia de los piratas yo no busco tesoros materiales —anunció sentándose en la arena y mirando el sol ponerse. — Al noreste de aquí hay un lugar llamado España, ese es mi destino.
—¿Qué hay en España que no puedes encontrar aquí? ¿Es por eso de la diversión?
La nuececita mostró una sonrisa, una de esas que te producen dolor. Una que te desgarra al pensar en que los días estarán siendo contados a partir de ahora.
—Todos los mundos son diferentes. Todos son hermosos. Pero mi mundo ideal es España.
—Y este no es España. No tiene color. No hay estaciones. No hay personas. No hay diversión. Por eso te irás.
La nuececita no lo sabía, pero cuando se ponía a hablar solía sonreír sin darme cuenta. Pero esta vez no estaba sonriendo. Había vuelto a ser yo nuevamente.
—No odio tu mundo. Aprendí a amarlo. El mar es hermoso, tu casa es acogedora, tu trigo está lleno de belleza y el Gran árbol, aunque da temor, no me incomoda.
A veces me aterraba mi propio mundo, ¿pero a ella le gustaba?
Era una mala broma.
El mundo en el que vivo no era para ser amado.
—¿Qué es lo que ves en este mundo para amarlo?
Ella puso sus anteojos en mí, pero no había color a través de ellos. Todo era igual a como lo veía antes, en tonos grisáceos y opacos. Un mundo temible.
—Este sigue siendo mi mundo —susurré.
¿Estaba decepcionado? No lo sé.
Quizás esperaba más. Quizás no esperaba nada. Quizás simplemente no importaba lo que viera, nada cambiaría.
—El Gran árbol es verde, su tronco marrón. Tu casa es púrpura, tu trigo dorado. El mar es azul, el cielo ahora es naranja y el sol amarillo—. La nuececita me miró. ¿Qué veía ella que yo no? ¿Por qué veía cosas que yo no podía ver? —Tu piel es blanca, pálida. Tus ojos azules grisáceos, tu cabello negro. Tus labios de un rosa muy bonito...
—¿Cómo lo haces? —pregunté provocando una pequeña exaltación en su cuerpo. —Yo veo todo gris.
—Yo también.
—¡Entonces por qué!
—Este mar tiene un color distinto visto desde otro lado. Ese árbol es similar a muchos otros que hay en cierta ciudad. Esa casa tiene una estructura parecida al pueblo que una vez visité...
—Simplemente estás ignorando mi mundo.
—Hay mundos diferentes, y aunque el tuyo es peculiar y único, mi mente sigue allá.
La nuececita veía el mundo de una manera que yo no podía entender, como si los colores y las texturas fueran diferentes para ella.
Pero ella no miraba mi mundo, veía el suyo o el de muchos otros y pensaba que eran iguales.
¿Era eso malo? No. Simplemente era fiel a su mundo, así como yo lo era al mío.
No había mucho que decir, desde un principio la nuececita no pertenecía aquí.
Mi mundo no era como ella lo veía. Lo gris seguirá siendo gris, mirarlo de colores sería un engaño.
Mi mundo no era para ella.
Mi mundo solo era para mí.
Así como mi nombre lo indica, nací para ser Solitario.