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Rodan estaba sentado en el borde de la cama, con la cabeza baja y los hombros tensos, tratando de controlar las lágrimas que caían silenciosas por su rostro. No quería que Ghidorah lo viera así, vulnerable. Siempre había sido el que sonreía, el que hacía bromas para mantener el ambiente ligero, pero esa noche, algo dentro de él se había roto. El peso de las emociones reprimidas había sido demasiado.

Ghidorah, que había estado observando en silencio desde la puerta, sintió un nudo formarse en su pecho. Ver a Rodan así, roto y dolido, lo golpeó más de lo que habría admitido jamás. Sin decir una palabra, caminó hasta donde estaba Rodan y se arrodilló frente a él.

Rodan sintió la presencia de Ghidorah y, antes de poder apartar el rostro, unos dedos cálidos y firmes tomaron su barbilla con delicadeza, obligándolo a levantar la mirada.

—No tienes que esconderlo de mí —susurró Ghidorah, con voz suave.

Rodan cerró los ojos, luchando contra el torrente de emociones, pero las lágrimas simplemente no dejaban de caer. Ghidorah, con una ternura que pocos conocían en él, usó el dorso de su mano para secar una a una las lágrimas que surcaban las mejillas de Rodan.

—Lo siento... no quería que me vieras así —murmuró Rodan con la voz entrecortada, tratando de recomponerse.

—No tienes que disculparte por sentir, Rodan. Yo estoy aquí, contigo. —Ghidorah siguió secando las lágrimas que caían, acariciando suavemente las mejillas húmedas del joven.

Rodan finalmente abrió los ojos, sus miradas se encontraron, y en ese momento, todo el dolor que había guardado salió a la luz. Ghidorah no lo juzgaba, no lo miraba con lástima, solo había comprensión y una ternura inesperada en sus ojos rojos.

—No sé por qué estoy tan mal... —Rodan tomó un respiro tembloroso, sus dedos apretando la manta sobre la cama—. Todo se siente demasiado, y yo... siento que no puedo manejarlo.

Ghidorah dejó que Rodan hablara, sin interrumpirlo, solo sosteniéndolo con su presencia. Cuando Rodan finalmente cayó en silencio, agotado por sus propias palabras, Ghidorah se acercó y lo envolvió en un abrazo firme, pero cálido.

—No tienes que hacerlo solo —susurró Ghidorah, sus labios rozando la sien de Rodan—. Estoy aquí. Siempre lo estaré.

Rodan hundió su rostro en el hombro de Ghidorah, permitiéndose finalmente dejar de ser fuerte por un momento. Las lágrimas fluyeron con más fuerza, pero esta vez no había vergüenza, solo alivio. Ghidorah lo sostuvo con firmeza, sin soltarlo, permitiendo que Rodan descargara todo lo que había estado guardando.

Cuando las lágrimas finalmente se secaron y el temblor en el cuerpo de Rodan se calmó, Ghidorah lo apartó ligeramente, lo suficiente para mirarlo a los ojos.

—Te prometo que pase lo que pase, no te dejaré solo —dijo Ghidorah, con una sinceridad que atravesó el corazón de Rodan.

Rodan, aún con los ojos rojos e hinchados, sonrió débilmente. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que no tenía que cargar con todo él solo. Ghidorah estaba allí, y esa sola idea lo hizo sentir un poco más fuerte.

Ghidorah, sin soltar su rostro, acarició una última vez su mejilla antes de inclinarse y presionar un suave beso en su frente, un gesto lleno de promesas no dichas.

Rodan cerró los ojos, dejándose envolver en el calor y la seguridad que Ghidorah le brindaba.

—Gracias —susurró, su voz apenas audible, pero llena de gratitud.

Y en ese silencio compartido, supo que, mientras estuviera junto a Ghidorah, podía permitirse ser vulnerable, y eso era todo lo que necesitaba en ese momento.

I hate (Love)  you!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora