"Aquí empieza la tormenta, y solo aquellos que se convierten en rayo sobrevivirán"
Advertencia en el santuario del Serafin.
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El zumbido constante de las máquinas en el taller de reparaciones es un sonido familiar, un recordatorio de la rutina diaria que, aunque monótona, me mantiene ocupada y lejos de pensamientos más oscuros. Estoy inclinada sobre una caja de herramientas, ajustando el engranaje de un viejo mecanismo que algún residente de los Altos dejó caer aquí abajo, probablemente sin siquiera darse cuenta. Este lugar está lleno de desechos y artefactos que nadie en los niveles superiores valoraría, pero para nosotros en los Bajos, incluso un pedazo de metal en buen estado es un tesoro.
El aire es denso y húmedo, mezclado con el olor a aceite y metal caliente que emana de las máquinas que nos rodean. Los ventiladores en el techo apenas logran mover el aire, y el calor se adhiere a mi piel como una segunda capa, haciéndome sudar incluso cuando estoy haciendo el mínimo esfuerzo.
—¿Cómo va eso, Skye? —la voz de Jaxon, mi mejor amigo y compañero de trabajo, corta el ruido de fondo. Su rostro, cubierto de una fina capa de sudor y hollín, aparece por encima de la máquina en la que estoy trabajando. Sus ojos azules, siempre llenos de una chispa de humor, se encuentran con los míos, y no puedo evitar sonreír.
—Casi listo. Este trasto tenía más óxido que piezas útiles, pero creo que lo estoy arreglando —respondo, mientras aprieto un último tornillo.
Jaxon y yo hemos trabajado juntos en este taller desde que ambos éramos lo suficientemente mayores como para sostener una llave inglesa. Nos conocemos desde siempre, prácticamente hemos crecido juntos en estas calles desgastadas de Nimbus. Nuestra amistad ha sido una constante en un mundo que cambia y se tambalea bajo las tormentas que azotan la ciudad flotante.
—¿Qué harían sin nosotros? —murmura Jaxon con una sonrisa, aunque ambos sabemos la respuesta. Aquí abajo, en los Bajos, nadie es insustituible. Si uno de nosotros cae, otro ocupa su lugar sin que el mundo pierda un latido.
—Probablemente contratarían a alguien menos encantador, y el taller sería un desastre total —bromeo mientras cierro la caja de herramientas y me estiro, sintiendo cómo crujen mis articulaciones. La jornada acaba de empezar, pero ya siento el cansancio pesando sobre mis hombros.
El taller está lleno de gente, aunque la mayoría parecen sombras, figuras que se mueven de una máquina a otra sin levantar la vista. Algunos murmuran entre ellos, compartiendo chismes o quejas sobre la última tormenta que destrozó un par de tejados en la zona. Otros simplemente se concentran en su trabajo, sin decir una palabra, sus rostros endurecidos por años de esfuerzo y desesperanza.
El taller no es un lugar amigable, pero es lo más cercano a un hogar que muchos de nosotros tenemos. Aquí, el ruido de las máquinas y el calor sofocante son constantes, un escape de la dureza de la vida en los Bajos. No es raro que las cosas se pongan tensas, especialmente cuando los plazos de entrega son apretados o cuando las tormentas causan más daños de los que podemos reparar en un solo día.
Uno de los supervisores, un hombre alto y delgado llamado Briggs, se acerca, su mirada evaluadora recorriendo nuestro trabajo. Es un tipo severo, siempre con un ceño fruncido que parece permanentemente grabado en su rostro. No es alguien con quien se pueda bromear, y menos aún cuando la productividad del taller está en juego.
—Skye, Gale —dice, llamándonos por nuestros apellidos como es costumbre aquí—. Tenemos una entrega que hacer en la sección sur. Una caja de componentes electrónicos que necesitan urgente en uno de los almacenes. Rory, tú te encargarás.
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El despertar del relámpago
FantasyRory Skye siempre ha sabido que en Nimbus, la ciudad flotante, solo los fuertes sobreviven. En su mundo, las tormentas nunca cesan, y los Serafines, criaturas nacidas del trueno y el relámpago, son tan temidos como venerados. Rory ha aprendido a viv...