Si no puedes escuchar el trueno, es que vives en los Altos.
Proverbio de los Bajos
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El comedor de la academia es más imponente de lo que imaginaba. Las ventanas enormes permiten que la luz dorada del atardecer bañe la estancia, un contraste cálido que parece casi fuera de lugar en este edificio lleno de tensión y expectativas. El bullicio del comedor —el sonido de los platos chocando, las risas despreocupadas y las conversaciones rápidas— le da un aire sorprendentemente acogedor, pero no me dejo engañar. Sé lo que está en juego. En unos días, todo esto podría cambiar.
Me obligo a respirar lentamente, ajustando mi bandeja entre las manos. Valen camina a mi lado, como una presencia reconfortante en medio de mi incertidumbre.
—Coge lo que quieras —me dice con una sonrisa mientras me señala las bandejas repletas de comida—. Es uno de los pocos privilegios de estar aquí. Y lo mejor de todo... es gratis.
Bromea, pero yo apenas puedo sonreír. La comida frente a mí es un lujo que no recuerdo haber experimentado desde hace mucho tiempo. Pan fresco, carne dorada y jugosa, verduras brillantes. Es casi abrumador. En los Bajos, la vida no era así. La mayor parte del tiempo, lo que comíamos era lo que podíamos encontrar, y siempre en pequeñas cantidades. Este lugar, con sus bandejas rebosantes, me parece irreal.
—¿Siempre es así? —pregunto mientras me sirvo con cautela un trozo de carne. Mis manos están temblando ligeramente.
Valen se sirve una generosa porción de pasta y se ríe.
—Más o menos. Supongo que no quieren que muramos de hambre antes de La Convergencia. —Su tono es ligero, pero el trasfondo oscuro en sus palabras me golpea como un golpe al estómago.
—Ventajas de estar a punto de morir —respondo en un murmullo, intentando disimular la incomodidad con humor.
Valen suelta una carcajada, sacudiendo la cabeza mientras avanza hacia una mesa vacía. La sigo, intentando no pensar demasiado en las implicaciones de lo que acabamos de decir. Nos sentamos, y durante unos segundos, solo puedo mirar la comida frente a mí. Nunca he visto un plato tan lleno, y mucho menos sin tener que luchar por él o pagarlo con sudor. Es un lujo al que no estoy acostumbrada.
—¿Qué es lo que más te preocupa de La Convergencia? —pregunta Valen de repente, rompiendo el silencio mientras empieza a cortar su comida con tranquilidad.
La pregunta me descoloca, tanto por su franqueza como por la seriedad en sus ojos. Ella ya debe saber la respuesta. Todos lo saben. Soy una anomalía aquí. Pero algo en su tono me hace pensar que realmente quiere ayudar. Es una de las pocas personas con las que siento que puedo bajar la guardia, aunque sea solo un poco.
Suelto el tenedor, suspirando. No tiene sentido ocultarlo.
—Todo —admito, mirándola a los ojos—. No tengo ni idea de cómo funcionan los Serafines. Ni siquiera sé por qué estoy aquí, Valen. No soy como vosotros. No me he entrenado para esto. No crecí soñando con convertirme en jinete.
Valen asiente lentamente, masticando mientras me observa. No parece sorprendida por mi respuesta.
—Lo entiendo —dice suavemente—. Muchos de nosotros hemos pasado toda la vida preparándonos para esto. Pero tú... —hace una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Bueno, tu situación es diferente. Eso no significa que no puedas tener éxito.
Suena tan segura de sí misma, pero la idea me parece imposible. Antes de que pueda responder, un grupo de chicos se acerca a nuestra mesa. Me tenso al instante, pero Valen les hace un gesto para que se sienten, como si todo fuera lo más natural del mundo.
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El despertar del relámpago
FantasyRory Skye siempre ha sabido que en Nimbus, la ciudad flotante, solo los fuertes sobreviven. En su mundo, las tormentas nunca cesan, y los Serafines, criaturas nacidas del trueno y el relámpago, son tan temidos como venerados. Rory ha aprendido a viv...