Capítulo 7

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No es la tormenta la que determina el destino, sino cómo te enfrentas a ella.

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El guardia me lleva por los pasillos de la academia sin decir una palabra. Las paredes de piedra, grises y frías, parecen empequeñecerme. Me siento insignificante ante la enormidad del lugar. Este edificio es antiguo, y se nota. Las ventanas enrejadas y los ecos de nuestros pasos en los pasillos me hacen pensar más en una prisión que en una academia.

—Tu habitación está al fondo —dice el guardia de repente, rompiendo el silencio. Su tono es práctico, sin emoción alguna. Siento que ni siquiera me está hablando a mí.

Asiento, incapaz de confiar en mi propia voz. Mi cabeza sigue dando vueltas. Hace apenas unas horas, caminaba por las calles de Nimbus, tratando de entender qué diablos estaba pasando con la espiral que apareció en mi mano. Y ahora estoy aquí, atrapada en este lugar, a punto de participar en un ritual que podría matarme.

El guardia finalmente se detiene frente a una puerta de madera oscura. Me mira de reojo, con una expresión que no puedo leer.

—Tu habitación es esta —dice, casi con desgana, como si lo hubiera dicho mil veces antes. Luego, sin más, abre la puerta y me hace un gesto para que entre.

La habitación es pequeña, austera. Lo primero que noto es lo vacía que está. Solo una cama sencilla, una silla y un escritorio metálico. Las paredes, igual de frías que las del resto de la academia, parecen absorber cualquier rastro de calor. No hay ventanas. No parece un dormitorio, sino una celda, pero al menos es mía.

Dejo escapar un suspiro largo mientras me dejo caer sobre la cama. El colchón cruje bajo mi peso. Miro alrededor, tratando de asimilarlo todo. Lo que más me pesa no es la habitación en sí, sino la ausencia de mis cosas. Ni un solo objeto personal, nada que me conecte con mi vida de antes. Me lo han quitado todo. Incluso mi mochila.

Miro el uniforme que me han dado. Es similar al de Aurelia, negro con detalles azules en lugar de dorados. Lo estiro entre mis manos. El tejido es áspero, hecho para resistir, no para la comodidad. Me lo tengo que poner antes de que venga alguien a buscarme. Solo tengo dos semanas antes de La Convergencia, dos semanas para prepararme para lo que parece una muerte segura. El pensamiento me golpea en el pecho, haciéndome sentir que el aire escapa de mis pulmones.

Me quito la camiseta manchada de grasa y dejo caer mi vieja chaqueta en el suelo. Me quedo un momento de pie, mirando el uniforme. Pienso en Jaxon. No tiene ni idea de lo que está pasando. Solo dejé una nota y me largué. Debe estar preocupado, preguntándose por qué no volví al taller.

De repente, el uniforme pesa demasiado en mis manos. Lo dejo caer sobre la cama y siento cómo las lágrimas empiezan a arder en mis ojos. Me esfuerzo por contenerlas, pero el nudo en mi garganta es cada vez más grande. Todo esto es demasiado. Mi respiración se acelera, y me cuesta tomar aire.

—No puedo hacer esto —susurro, sin darme cuenta.

Me inclino hacia adelante, apoyando las manos en las rodillas, intentando respirar profundo. Pero es como si el aire no llegara. Las paredes parecen acercarse, cerrándose sobre mí. Estoy completamente sola en este lugar. Empiezo a temblar.

Poco a poco, consigo calmarme. Inhalo. Exhalo. No puedo permitirme perder el control, no aquí. No ahora. Me seco las lágrimas y vuelvo a mirar el uniforme. Lo tomo de nuevo, más tranquila, y me lo pongo. Me queda un poco grande, pero no me importa. Porque, sinceramente, en dos semanas, todo esto podría no significar nada.

Justo cuando termino de ajustármelo, llaman a la puerta. El golpe es brusco, seco. Me tenso automáticamente. Abro despacio, y allí está la mujer del interrogatorio. Su postura es rígida, con los brazos cruzados, y me evalúa de arriba abajo.

El despertar del relámpagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora