Capítulo 2

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El rayo no es el castigo, sino la prueba de quién está destinado a volar.

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El viento aún aúlla a través de las calles, arrastrando la niebla espesa que caracteriza los niveles más bajos de Nimbus. El eco del rugido del Serafín sigue resonando en mi cabeza, como un latido distante pero incesante. Apenas puedo mantenerme de pie mientras camino tambaleante hacia la plaza central, donde ya se han reunido algunos guardias de Nimbus. Mi ropa está hecha jirones, y mis manos temblorosas no dejan de sangrar por los cortes que sufrí al intentar escapar. Aún siento los latidos frenéticos de mi corazón en la garganta, como si todavía estuviera huyendo.

No me permiten pasar sin más. Los guardias, con sus armaduras brillantes y estandartes de energía chisporroteando en los bordes de sus trajes, me observan con desdén. Soy del nivel bajo, un engranaje más en la gran máquina de Nimbus, y eso lo veo en la forma en que me miran, con escepticismo y algo de pereza. Soy solo una molestia que tienen que atender.

"¿Qué ha pasado aquí?", pregunta el capitán con una voz ronca. Sus ojos apenas me enfocan, como si ya tuviera una respuesta preparada. Dos guardias más jóvenes se acercan a mí, sus expresiones vacías, esperando alguna historia que puedan registrar y luego olvidar.

"Un... un Serafín," tartamudeo, tratando de que mis palabras suenen coherentes. "Estaba entregando un paquete para el taller. Y entonces, de la nada, uno de ellos apareció. Me atacó. Apenas... apenas logré escapar."

El capitán arquea una ceja, escéptico. "¿Un Serafín? ¿Aquí abajo?" Hace una pausa, mirando a su alrededor. "¿En pleno día?"

Asiento, manteniendo la mirada firme y controlando el cansancio que amenaza con hacerme tambalear. "Era enorme," digo con un tono seco, sin vacilar. "Me siguió. No fue un ataque al azar, me estaba cazando."

Dos guardias más jóvenes se acercan. Sus rostros son inexpresivos, casi aburridos. Uno de ellos me lanza una mirada desdeñosa. "Los Serafines no suelen cazar en zonas tan pobladas," comenta con una mueca burlona. "Además, suelen buscar presas más grandes que tú."

Siento cómo la rabia crece en mi interior, pero la contengo. No voy a dejar que me humillen. Enderezo los hombros, clavando mis ojos en los suyos. "Lo sé perfectamente," replico, la frialdad en mi voz reemplaza cualquier rastro de indignación. "Pero este Serafín no siguió esa  regla. Me persiguió como si supiera exactamente lo que buscaba."

El capitán se frota la frente con frustración, como si mi presencia le estuviera complicando el día. "Bien. Lo anotaremos. Pero, aunque sea verdad, ya sabes que no hay mucho que podamos hacer".

Esa respuesta es la que temía escuchar. Todos en Nimbus lo saben. Los Serafines son tanto una bendición como una maldición. Los Serafines son parte de la razón por la que nuestras ciudades flotan, suspendidas sobre las corrientes de aire y tormentas. Sus cuerpos canalizan la energía de las tormentas que nos sostienen, alimentando los escudos y motores que nos mantienen en el cielo. Sin ellos, nuestras ciudades se desplomarían. Son nuestros depredadores, sí, pero también nuestros protectores, aunque esa palabra suene grotesca cuando uno de ellos intenta matarte.

"¿Hay alguien que pueda confirmar tu historia?"pregunta uno de los guardias más jóvenes. Su tono es tan indiferente que parece que ya ha decidido no creerme.

"¡Claro que sí!" Exhalo frustrada, apuntando hacia los transeúntes que aún deambulan por las calles, como si todavía intentaran procesar lo que había sucedido. "Ellos lo vieron."

Los guardias se giran hacia un par de ciudadanos que asienten nerviosos. Uno de ellos, un hombre mayor con el rostro marcado, finalmente se decide a hablar.

El despertar del relámpagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora