"El relámpago nunca espera; un jinete tampoco debe hacerlo."
Guía de Supervivencia de un Jinete de Serafín
----
El sonido de la lluvia suave golpea contra el cristal roto de la ventana cuando abro los ojos. No necesito moverme para saber que cada músculo de mi cuerpo está en llamas. Me duele hasta respirar. La luz de la mañana se filtra perezosamente a través de las grietas en la persiana, iluminando los pequeños detalles de mi destartalada habitación. A mi alrededor, las paredes están agrietadas, y las telas viejas que uso como cortinas apenas logran contener el frío que se cuela desde afuera. Mis sábanas están empapadas en sudor frío.
Me quedo tumbada unos segundos más, intentando juntar las fuerzas suficientes para levantarme. No puedo permitirme faltar al trabajo. Lo de ayer casi me mata, pero no puedo darme el lujo de quedarme en cama. Los créditos no se van a ganar solos. Suspiro, obligándome a poner los pies en el suelo. El dolor me atraviesa como una descarga de electricidad.
Me tambaleo hasta la pequeña cocina improvisada, donde algunas sobras de pan duro y un trozo de queso rancio son todo lo que puedo llamar desayuno. Mientras mastico sin mucho entusiasmo, mi mente vuelve al ataque de ayer. El rugido del Serafín sigue retumbando en mi cabeza, la sensación de sus garras casi rozándome. Las imágenes se arremolinan en mi mente, pero las alejo a la fuerza. No tengo tiempo para eso.
En la pared, una pequeña fotografía se destaca entre el desorden. Me acerco, con el trozo de pan a medio comer en la mano, y mis dedos rozan el marco gastado. Es una foto de mi hermana. Nina. Hace tres años que no sé nada de ella, tres años desde que desapareció sin dejar rastro. Era la única persona que realmente me entendía, la única familia que me quedaba. A veces me pregunto si sigue viva, allá afuera, en alguna de las otras ciudades flotantes, o si la tormenta se la llevó.
"¿Dónde estás, Nina?" susurro, sabiendo que no obtendré respuesta. "Te necesito... ahora más que nunca."
Un golpe de dolor me atraviesa la espalda, recordándome que el mundo no me va a esperar. Me aparto de la foto y me dirijo al pequeño espejo roto que cuelga sobre el lavabo. Mi reflejo es peor de lo que esperaba. Mi cara está pálida, las ojeras marcadas y profundas, y los cortes que me hice al escapar del Serafín aún están rojos y feos. Levanto la mano izquierda y noto que la palma está más sensible de lo habitual.
Me fijo bien. La piel en el centro de mi mano está roja y dolorida, como si hubiera sufrido una quemadura reciente. Pero lo que más me desconcierta es la forma que se ha marcado en mi carne. Es una espiral. No recuerdo habérmela hecho durante el ataque.
Intento frotarla, pero solo empeoro el escozor. Termino envolviendo mi mano con una venda improvisada. Tengo que ir a trabajar. Reviso el resto de las heridas y me vendo lo mejor que puedo con lo que tengo a mano. El dolor es constante, pero no mortal. Al menos, eso me repito.
Salgo al trabajo bajo la lluvia ligera, que se siente más como una bruma que moja los huesos. Las calles del nivel bajo están igual de desoladas que siempre, las caras de la gente apagadas, los cuerpos encorvados bajo capas de ropa ajada. Todos parecen vivir bajo una constante niebla, no solo la que rodea a Nimbus, sino una niebla de desesperanza que se respira en el aire. El viento frío arrastra trozos de papel y restos de comida por las calles vacías. Camino rápido, ignorando el dolor que me sigue cada paso, hasta llegar al taller.
Jaxon me espera en la entrada, sus ojos se amplían cuando me ve.
"Rory, por los cielos, pensé que te tomarías el día libre después de lo de ayer."
ESTÁS LEYENDO
El despertar del relámpago
FantasiRory Skye siempre ha sabido que en Nimbus, la ciudad flotante, solo los fuertes sobreviven. En su mundo, las tormentas nunca cesan, y los Serafines, criaturas nacidas del trueno y el relámpago, son tan temidos como venerados. Rory ha aprendido a viv...