Parte III

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La presencia de Rhaelyn causaba sensaciones encontradas en la fortaleza roja. Era una princesa, obviamente el saber que estaba a salvo, alegraba a todos, ya que ella era muy querida tanto entre el servicio, como con los guardias y dentro de su propia familia. Principalmente en ese orden, porque claro que había alguien que no estaba muy feliz con la presencia de Rhaelyn de vuelta en el castillo, y esa era Alicent.


Alicent sabía del efecto que tenía Rhaelyn en Aegon, y ahora lo demostraba a viva voz, sin importarle nada ni nadie.  Podía aceptar que se preocupara por ella, al fin y al cabo, era su tía. Pero de ahí a aceptar sin chistar todo lo que Aegon hacia, le ponía los nervios de punta. No podía aceptar verle a diario con ella, extremadamente involucrado en su recuperación, haciendo que la instalarán en sus propios aposentos, como si fueran pareja. No podía aceptar ver que Aegon empezaba a tomar un papel activo sobre Daerion, y no precisamente como su primo. No podía aceptar la locura de Aegon en anular el matrimonio de Rhaelyn y Daemon. Y mucho menos aceptaba la locura que había ordenado a todos; que Rhaelyn fuera tratada como la reina, su reina, atribuyéndole funciones reales.


Pero así como Alicent no tenía un poder para prohibir cualquier cosa que Aegon pudiese proclamar con respecto a Rhaelyn, él lo tenía todo. Y su palabra era ley.


Mediante los días iban pasando, la conexión entre Aegon y Daerion, se hacía más fuerte. Él no lo veía como una “posibilidad” de que fuera su hijo, para Aegon simplemente ese niño era suyo, y lo quería como tal. Y lo presentó a todos como tal, como su hijo, su heredero.

Y sí, esto causaba algo de consternado en todo el mundo; su familia, servicio, guardias y principalmente en los miembros del concejo, que más de una vez, llegaron a cuestionar todas las decisiones que giraban en torno a su relación con Rhaelyn.

Claramente había una razón importante para esto, y esa era Daemon. Todos conocían a Daemon, sabían de lo que era capaz, conocían sobre lo impulsivo que era, lo violento. Esto, era un humillación a gran escala, y no se quedaría de brazos cruzados ante ella, tarde o temprano algo pasaría. Y el solo pensar en ello, mantenía alerta a todos en King’s Landing, a propios y extraños.


Pero a quien mayormente mantenía con los nervios de punta, era a Rhaelyn. Vivía con el miedo ante lo que pudiese pasar, la zozobra diaria que le gritaba: “Hoy puede ser el día. Hoy Daemon puede aparecer y venir por ti”. Y la simple idea de pensar que personas pudiesen salir lastimadas por ello, la convertía en un manojo de nervios. El pensar que Aegon pudiese salir lastimado, le aterreraba. El pensar que su hijo, pudiese salir lastimado, la volvía loca.


Era tal su nerviosismo, que llegó a proponer el salir de ahí junto a su hijo, irse a otro lugar en donde no pudiese poner en riesgo a tantas personas ante lo que pudiese pasar. Pero Aegon insistió en que se quedara, prometiendo que siempre la protegería, los protegería. Y usando la típica frase; “Tenemos a Vaghar”.
Y así, poco a poco, la relación entre Rhaelyn y Aegon, se fue transformando en algo más grande, algo más intenso. Ya no era una relación de simple protección y cariño. Se había transformado en una profunda relación pasional, en dónde los sentimientos tenían un valor especial.


Nadie podía entenderlo ¿Aegon realmente la amaba? ¿Él realmente podía amar a alguien? Era una pregunta que todos se hacían, y la respuesta estaba a la luz, en el trato diario, en sus manifestaciones de cariño, en sus miradas y sonrisas. Honestamente, nunca antes se había visto a Aegon tan feliz.


En los pasillos los murmullo se escuchaban, nadie podía dejar de hablar de todo lo que giraba en torno a la princesa Rhaelyn y el Rey Aegon. Ella, podía ver cómo hablaban a sus espaldas, y solía ser incómodo, pero trataba de no enfocarse en ello. Tenía demasiadas cosas en las que preocuparse, como para estar escuchando susurros de pasillo.

Había días en dónde la felicidad era tan grande, que no llegaba a pensar en nada del exterior, en dónde el miedo a las posibles acciones de Daemon, desaparecía. Solo sentía que eran ellos contra el mundo, y que todo podía salir bien.


Por eso, cuando algunas lunas pasaron, y la falta de sangrado en Rhaelyn la llevó hacia el gran maestre solo para confirmar lo evidente, se sintió inmersa en un mar de felicidad. Al igual que Aegon, el escuchar sobre el embarazo de Rhaelyn, fue una de las mejores noticias que pudo recibir.

Desde ese momento, se convirtió en el hombre más sobreprotector, estaba al pendiente de ella siempre, le colocó mucha más seguridad y envío más doncellas a su disposición. Jamás dejaría que algo le pasara a ella o a ese bebé.

Todo iba perfecto, en prácticamente todo sentido. Hasta que, bastante avanzado el embarazo, Rhaelyn requirió la atención del gran maestre, debido a fuertes dolores en su vientre. El miedo se apoderó de ella, ya que todavía faltaba un poco para el nacimiento, pero los dolores eran tan intensos, que la ponían muy nerviosa. Al final, todo pareció estar bajo control con el bebé, solo debía descansar y darse baños con agua caliente.

Y aunque ella no quería que está información llegara a los oídos de Aegon, para evitar preocupaciones, él igualmente se enteró. Haciendo que esa sobreproducción que tenía sobre ella, fue mucho más grande, la cuidaba como su mayor tesoro.

Por eso, los últimos días del embarazo estuvo prácticamente pegado a ella, haciendo parte a Daerion de cualquier momento, para que fuera creando ya conexión con su hermano o hermana.
Había unión, había amor, eso era lo más importante.


Pero, también habían responsabilidades, y esas podían significar grandes cambios o enormes impactos en el acontecer.
Aegon debía salir, sería un viaje no a muy lejos, tampoco serían muchos días. Él aseguraba estar con ella en el parto y que todo saldría perfecto.


Pero, a veces las promesas, no pueden ser cumplidas, y el destino tiene otros planes.

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