CAPÍTILO 8

50 9 17
                                    


Lentamente podía sentir como mi vida tocaba fondo.

Esta mañana, me sentía viva, como no me había sentido en años. Luego de asegurarnos que Weis estuviera bien de salud, un gran alivio recorrió mi ser, me alegraba que no padeciera alguna enfermedad. Además, confirmé la cooperación del coronel Stain en todo el asunto del niño, el riesgo de separarnos ahora era mínimo.

El resto de la semana nos la tomamos con calma, hacia bastantes años que no tomaba vacaciones, una completa violación de las regulaciones del ejército, lo sé, pero cualquier cosa que me mantuviera ocupada y lejos de Chilli era bienvenida. Y por fin, luego de años, me mandaron un mes entero de vacaciones, agradecí que no fueran los seis meses completos que tenía acumulados.

Había olvidado como relajarme. Todas las mañanas hacia ejercicio con Weis, mi régimen de entrenamiento se había disminuido, ya que el chico obviamente no podía seguir el ritmo de un adulto. Hacíamos cardio, estirábamos y ejercitábamos músculos. También, empecé a enseñarle karate, no mentiré al admitir que lo hice por una razón egoísta, ya me recordaba mis tiempos de niñez con papá, mamá y Chilli, haciéndome sentir felicidad, una que no había sentido años.

Me sentí algo culpable por sentir que me aprovechaba, pero saber defensa personal no le haría daño, ¿verdad? Una mañana lo vi mover una gran rama, y tarde un rato en recordar que su abuelo o su padre le habían enseñado esgrima, quizás estaba retomando sus viejas lecciones. Me sentí menos culpable desde entonces, sabiendo que no le molestaba la práctica.

No es malo ser un poco egoísta de vez en cuando.

Pasaron los días y llegó el fin de semana, aparte de lo ya mencionado, no hacíamos mucho más, empezaba a aburrirme, y lo mismo Weis, por mucho que me asegurara que disfrutaba leer.

Hoy en la mañana, papá nos dijo que iríamos al centro comercial, para variar el ambiente. Me emocioné, realmente lo hice. Estaba considerando comprarle a Weis su propia decoración de cuarto, me parecía incorrecto de durmiera en la habitación donde vienen a quedarse sus primas, quería que tuviese algo propio. Quizás se enoje porque gaste dinero en él, pero no me importa, él lo había perdido todo, se merecía su propio espacio.

Empecé a imaginar que necesitaba, desde su cama hasta armario y decoraciones, quizás uno o dos caprichos no hicieran mal. También consideré comprarle una espada de espuma o de madera, para que practicara esgrima, o quizás su propio gi de karate, para estar los dos a juego. Me perdí en mis fantasías toda la mañana, todo iba de maravilla... hasta que mi frágil castillo de naipes fue derribado por el viento de mi propio padre.

No había viaje al centro comercial, fui cruelmente emboscada, y aquí estaba yo, sosteniendo a un niño como escudo para evitar que Chilli se acercara.

No fui capaz de abrazarla, falle en referirme a ella como hermana, no estuve para ella cuando más lo necesitaba, y carecí de fuerza de voluntad para estar con mi sobrina en sus primeros cinco años de vida. Realmente ni siquiera merezco el título de hermana, Chilli merecía a alguien mejor.

"Bueno, estoy seguro de que todos tenemos cosas que decir, ¿Por qué no pasamos a dentro y hablamos?" Dijo papá, sacándome de mis pensamientos. Lentamente empecé a avanzar, ignorando todo lo demás.

"Bandit, podrías llevar a los niños a jugar, tengo algunas cosas que hablar con mis hijas." Papá lo dijo, sellando así mí destino.

Le entregué el chico a Bandit y los vi alejarse, crucé miradas con Weis antes de desaparecer dentro de la casa. Mientras observaba con nerviosismo verlo alejarse de mí, sentí una pata en mi hombro.

"Vamos cariño, es hora." Dijo papá mientras me guiaba hacia la cocina. Me cogió de la pata y con ternura paternal la masajeaba mientras caminábamos. Por un momento me relajé, recordando que papá siempre estuvo a mi lado en mis momentos más difíciles.

Schwarz Weiß.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora