La Verdad Oculta

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—No.— La firmeza de su declaración en la habitación vacía era la única certeza que tenía en el momento.

Lando no podía soportar la idea de enfrentarse a Carlos en ese momento. La culpa y la confusión pesaban demasiado, y la sola idea de intentar hablar sobre lo que había sucedido le revolvía el estómago. Así que, después de vestirse rápidamente, salió de la habitación con la mirada fija en el suelo, evitando cualquier contacto visual. Sabía que Carlos estaba ahí, podía sentir su presencia en la habitación, pero no se detuvo.

—Por favor, mándame mis cosas a Londres,— fue todo lo que logró decir mientras se dirigía hacia la puerta. No esperó respuesta, no quería escucharla. Simplemente salió del departamento sin mirar atrás, cada paso más rápido que el anterior, hasta que llegó al elevador. Solo cuando estuvo fuera, respiró profundamente, tratando de calmar la tormenta de emociones que lo consumía. Pero el nudo en su estómago seguía ahí, firme y opresivo.

Camino al aeropuerto, sus pensamientos seguían girando en espiral. No podía, ni quería, procesar lo que había pasado entre él y Carlos. Había sido un error, ambos lo sabían, pero enfrentarlo en ese momento era simplemente imposible. ¿Cómo explicar que ambos habían usado al otro como un escape? Y peor aún, ¿cómo lidiar con el hecho de que, durante todo ese tiempo, él solo había estado pensando en Checo?

Trabajo. Esa era su única salida, su único refugio. Sabía que una vez estuviera en la fábrica, con el equipo de McLaren, podría sumergirse completamente en las pruebas, en los ajustes del coche, en todo lo que implicaba estar en modo competición. La constante demanda de atención y concentración le daría la estructura que tanto necesitaba, algo que su propio equipo, Quadrant, no podía ofrecerle. Además, en Quadrant tendría que lidiar con Max (Fewtrell), su mejor amigo, quien sin duda haría preguntas. Preguntas que Lando no quería responder.

No pensar. Esa era la meta. No pensar en Carlos, ni en lo que había pasado, y mucho menos en Checo.

Claro que el esfuerzo de Lando de no pensar en Checo probaría ser mucho más difícil de lo que esperaba cuando Red Bull pública un Q&A con sus pilotos.

Lando se quedó mirando la pantalla de su teléfono, congelado, mientras el video se reproducía. La imagen de Checo y Max sentados juntos, relajados y riendo en la fábrica, lo golpeaba de una manera que no esperaba. Maldita sea, Checo se veía como un puto dios. Esa sonrisa suya, radiante y despreocupada, le encendía algo en el pecho que Lando luchaba por controlar. El cabello desalineado de Sergio le daba un toque desarmante, como si acabara de cojerse a alguién... ¿y no deseaba ser él el maldito suertudo que tuviera el placer? El pensamiento le arrancó un suspiro frustrado. ¿Por qué tiene que verse así?, pensaba, mientras su estómago se retorcía de pura envidia.

Y luego estaba Max. Cada vez que el neerlandés miraba a Checo, sus ojos se iluminaban, y una sonrisa suave se le escapaba de los labios. Lando no podía juzgarlo, claro que no. Si Checo lo mirara a él de la misma manera, probablemente también se pondría como un tomate.

El dolor de ver esa conexión entre ellos se intensificó cuando Checo habló sobre su tatuaje. Lando intentó concentrarse en la explicación: el significado detrás de la serpiente emplumada y el orgullo que le daba llevarlo. 

Pero fue la siguiente pregunta la que hizo que su imaginación corriera desenfrenada. 

—¿Tienes más tatuajes o te gustaría hacerte otro? — Leyó alguien detrás de cámara.

El mexicano se rió rascandose la nuca, —Sí, eh,  jeje, tengo otro, pero no se los puedo enseñar.— el color se le había subido a las mejillas y esa pícara sonrisa ladina se pintó en su rostro.

Deja Que Los Perros LadrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora