la collera di una donna

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El invierno se acercaba a la mansión y el clima exterior no era el único que se volvía cada vez más gélido

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El invierno se acercaba a la mansión y el clima exterior no era el único que se volvía cada vez más gélido. En el interior, el ambiente era una mezcla explosiva de tensiones, chistes incómodos y entrenamientos aún más rigurosos. Todo esto se debía a un factor que nadie había anticipado: el periodo de Samantha.

Con el inicio de su ciclo, Samantha se volvió una tormenta de frialdad y ferocidad. Todo lo que antes se manifestaba en exigencias rigurosas se transformó en una mezcla de sarcasmo y despiadada precisión. La élite, acostumbrada a un nivel alto de tensión, ahora se encontraba lidiando con una Samantha cuya paciencia era aún más corta de lo habitual.

El primer día de esta fase comenzó con un entrenamiento matutino que ya prometía ser infernal. Samantha había optado por un estilo de tortura más mental que física, pero el resultado fue igualmente devastador.

—Hoy haremos algo diferente —anunció Samantha con una sonrisa helada, mientras observaba a la élite alineada en la sala de entrenamiento—. He decidido que entrenarles en la teoría del caos es una excelente manera de gestionar mi temperamento. Si sobreviven, podrían tener una oportunidad de vivir.

Luca, que ya estaba acostumbrado a la severidad de Samantha, se inclinó hacia Enzo y murmuró: —¿Estás seguro de que no hemos entrado en un experimento social? Esto se siente como una especie de broma cruel.

—Cierra la boca y concédele el beneficio de la duda —respondió Enzo, frunciendo el ceño mientras trataba de seguir la rutina de ejercicios que Samantha había diseñado.

Mientras Samantha supervisaba, cada pequeño error era castigado con una precisión quirúrgica. Franco, que había tropezado con una cuerda por tercera vez, recibió un comentario mordaz.

—Franco, si sigues tropezando, me voy a preguntar si tienes dos pies izquierdos. ¿O es que simplemente quieres hacerme sufrir con tu falta de coordinación?

Franco se ruborizó, y con dificultad se levantó, tratando de no mostrar su frustración. —Lo siento, jefa. Estoy en ello.

Samantha lo miró con una mezcla de desdén y indiferencia. —Si no puedes hacer una tarea simple, ¿cómo esperas enfrentar a un enemigo? Aunque, pensándolo bien, quizás tu verdadero enemigo sea tu propia ineptitud.

El entrenamiento continuó con una serie de ejercicios que incluían esquivar trampas diseñadas para parecerse a escenarios de combate real. Las trampas variaban desde ráfagas de aire frío que congelaban hasta el hueso, hasta estacas que se disparaban inesperadamente.

Enzo, tratando de salvar lo que quedaba de su dignidad, se tambaleó al caer en una de las trampas de aire frío. Samantha, observando desde la esquina, dejó escapar una risa cruel.

—¿Qué pasó, Enzo? ¿Te has congelado? Quizás deberías haber considerado un curso de supervivencia antes de firmar para ser parte de mi élite.

El grupo se esforzaba por mantenerse a flote mientras Samantha continuaba con sus pruebas despiadadas. Cada intento de quejarse era respondido con una reprimenda aún más severa. Un incidente particularmente notable ocurrió cuando un simple deslizamiento en un cálculo de tiempo llevó a un intento de homicidio improvisado.

—¡Dime que no has perdido la cabeza! —gritó Samantha a uno de los nuevos miembros que había calculado mal una explosión controlada.

El joven, visiblemente aterrorizado, intentó explicarse, pero Samantha no mostró ninguna indulgencia. —¿Sabes lo que creo? Que eres una carga, y si no puedes mejorar, serás reemplazado. Y no con un simple despido, sino con algo mucho más... doloroso.

La jornada terminó con una cena en el comedor, donde la tensión seguía palpable. La élite se sentó a la mesa en silencio, tratando de evitar cualquier comentario que pudiera desencadenar la furia de Samantha. Los intentos de bromas fueron recibidos con frialdad y miradas severas.

Franco, buscando romper el hielo, intentó hacer una broma. —¿Sabes qué sería genial? Un día de spa para relajarnos un poco.

Enzo se rió nerviosamente, pero Samantha lo miró con una mezcla de aburrimiento y irritación. —¿Un spa? ¿Qué clase de spa crees que podría necesitar un grupo de asesinos? Quizás deberíamos considerar una sesión de terapia con un psicólogo... ¡O tal vez simplemente necesitamos más disciplina!

A medida que el día avanzaba, la situación no mejoraba. Samantha estaba más irritable que nunca y sus cambios de humor resultaban en episodios que oscilaban entre el frío desprecio y una rabia desenfrenada. El clima en la mansión reflejaba el estado interno de la jefa, y la élite tuvo que adaptarse rápidamente a una nueva rutina de supervivencia que incluía no solo mantenerse en forma, sino también mantener el sentido del humor, si querían sobrevivir.

—Recuerden, chicos —dijo Samantha, mientras todos se preparaban para el último ejercicio del día—, lo peor no es el entrenamiento físico. Lo peor es tener que enfrentarme cuando estoy de mal humor. Si pueden sobrevivir a esto, entonces serán dignos de estar aquí.

Franco, con una sonrisa forzada, murmuró: —Si sobrevivimos a esto, no habrá nada que no podamos enfrentar.

Enzo le dio una palmadita en la espalda. —Lo importante es que sigamos en pie al final del día.

Con ese espíritu, la élite se preparó para enfrentar lo que fuera que Samantha tenía reservado para ellos, con la esperanza de que la tormenta pasaría pronto. Mientras tanto, Samantha, satisfecha con su trabajo, observaba desde su trono, disfrutando del caos que había creado y de la lección que estaba enseñando, una lección que sus hombres recordarían por mucho tiempo.

Los días siguientes continuaron siendo un desafío, y aunque los cambios de humor de Samantha eran impredecibles, la élite se dio cuenta de que, al final, se trataba de algo más que simplemente soportar. Era una prueba de resistencia, de fortaleza mental y, sobre todo, de lealtad.

La Ghiandaia Imitatrice.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora