5-Llámame cuando quieras

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A la mañana siguiente, me desperté con el sol filtrándose a través de las persianas, iluminando la habitación de una manera suave. Miré el reloj: las once de la mañana. Giré la cabeza y vi a Diana aún medio dormida en su cama, pero yo ya estaba completamente despierta. Mi mente, sin embargo, estaba atrapada en los recuerdos de la noche anterior. Alessandro.

No podía dejar de pensar en él, en cómo su presencia había encendido algo en mí que no había sentido en mucho tiempo, o quizás nunca. Me desconcertaba lo fácil que había sido conectarnos. ¿Cómo era posible sentirme así con alguien que acababa de conocer? Cada detalle de él seguía rondando en mi cabeza: su mirada intensa, la forma en que me tomó de la cintura, y ese beso que me había dejado temblando.

Y aunque estaba emocionada, también había algo de alivio en mí. Había bloqueado a Manson, mi ex, la noche anterior antes de dormir. Ya no tendría que enfrentar sus mensajes, ni sentir esa culpa que me envolvía cada vez que aparecía su nombre en mi pantalla. Había llegado a Italia para dejar todo eso atrás, y de alguna manera, Alessandro me había ayudado a dar ese primer paso.

Me levanté de la cama, y después de un rato, Diana hizo lo mismo. —¿Desayuno? —preguntó con una voz ronca de sueño, mientras se estiraba.

—Definitivamente, —respondí, sintiéndome más ligera. Rak aún estaba profundamente dormida, así que decidimos salir solas. Nos vestimos rápidamente y salimos a la calle. Palermo estaba tranquilo a esa hora, con el aire cálido y fresco a la vez. Caminamos por las calles empedradas, disfrutando del encanto de la ciudad mientras buscábamos un lugar para tomar café.

Después de unos minutos, encontramos una pequeña cafetería con una terraza preciosa, llena de plantas y flores que decoraban las mesas. Nos sentamos, pedimos dos cafés y unos croissants, y nos relajamos, disfrutando del silencio de la mañana.

—¿Has pensado mucho en él esta mañana? —preguntó Diana de repente, rompiendo el silencio, refiriéndose a Alessandro, por supuesto. Su tono era divertido, pero no burlón.

Sonreí, sabiendo que no podía mentirle. —Sí, no puedo dejar de pensar en lo de anoche. Todo fue tan rápido... pero no puedo negar lo que sentí.

Diana sonrió, pero justo cuando iba a responder, vi que su mirada se desvió hacia algo detrás de mí. Sus ojos se abrieron un poco más de lo normal, como si acabara de ver algo increíble.

—Gianna, —susurró, inclinándose un poco hacia mí—. No mires ahora, pero Alessandro está justo ahí, en una de las mesas.

Mi corazón dio un vuelco al escuchar su nombre, y no pude evitar girarme ligeramente, intentando disimular. Y ahí estaba él, sentado solo en una mesa al fondo de la terraza. Llevaba una camiseta gris que resaltaba el bronceado de su piel, y estaba concentrado en un libro, tomando notas en un cuaderno mientras bebía un café.

—¿Qué hace aquí? —murmuré, más para mí misma que para Diana.

—Parece que está estudiando o algo, —respondió Diana, esbozando una sonrisa cómplice—. Esto es demasiado casual, ¿no crees?

Asentí, incapaz de apartar los ojos de él por un momento. Alessandro estaba tan concentrado en lo que hacía que no se había dado cuenta de nuestra presencia, lo cual me dio un breve respiro para decidir qué hacer. Mi corazón latía con fuerza y sentí esa mezcla de nervios y emoción que siempre viene antes de tomar una decisión importante.

—¿Vas a ir a saludarlo? —preguntó Diana, con un brillo en los ojos.

—No sé... —contesté, dudando.

Pero antes de que pudiera seguir pensando en ello, Alessandro levantó la cabeza, y nuestros ojos se encontraron. Hubo un momento de reconocimiento en su rostro, seguido de una sonrisa lenta y cálida que hizo que mi corazón se acelerara aún más.

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