4- Un breve paseo

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Alessandro se acercó a mí con una sonrisa segura, como si ya hubiera decidido que quería pasar más tiempo conmigo. Mientras intentaba hablarme, la música y el bullicio de la plaza dificultaban cualquier conversación. Apenas podía escuchar lo que decía, y él lo notó. Después de un par de intentos fallidos de hablar entre el ruido, Alessandro se inclinó hacia mi oído.

—Aquí es imposible escucharse, —me susurró con un tono bajo, su voz vibrando cerca de mi piel. Luego, sin pensarlo dos veces, se alejó un poco y fue directo hacia Rak, quien estaba inmersa en una conversación con otros amigos. Noté cómo intercambiaban unas palabras rápidas, y luego ella le asintió, dándole una sonrisa cómplice.

Alessandro regresó hacia mí, con esa confianza innata que me hacía imposible apartar la mirada. Se detuvo frente a mí y extendió una mano.

—¿Te apetece dar una vuelta? —preguntó, sus ojos brillando a la luz tenue de las farolas de la plaza.

Miré brevemente hacia Rak, que ya estaba distraída de nuevo con sus amigos, y luego volví a fijar la vista en Alessandro. Algo en su presencia era magnético. Sentía el cosquilleo del alcohol corriendo por mis venas, mezclado con la emoción y el misterio de la noche. Sin pensarlo demasiado, tomé su mano.

—Vamos, —respondí, intentando no mostrar demasiado lo nerviosa y emocionada que estaba.

Caminamos alejándonos del centro de la plaza, donde la música y el caos de la multitud comenzaban a desvanecerse, dejando solo el murmullo lejano de la fiesta. Las calles estrechas de Palermo, iluminadas por las viejas lámparas de la ciudad, nos envolvían en una atmósfera casi mágica.

—Tienes un acento bastante bueno para hablar español, —dije, intentando romper el hielo.

Alessandro se rió suavemente, su mano aún sosteniendo la mía mientras caminábamos juntos.

—Gracias, —dijo, mirándome de reojo—. Tengo muchos amigos españoles. Me esfuerzo porque siempre terminan burlándose de mi acento si no lo hago bien.

Su risa era encantadora, despreocupada. Había algo en él que irradiaba una atracción natural, una seguridad que se hacía más evidente con cada paso que dábamos. Mientras hablábamos, el aire cálido de la noche envolvía nuestras palabras, pero había una tensión palpable entre nosotros, algo que no podía ignorar.

Nos detuvimos en un pequeño rincón tranquilo, alejado del bullicio. Alessandro se apoyó contra una pared de piedra, mirándome intensamente. Podía sentir cómo el calor del alcohol y la emoción de la noche me envolvían por completo. Me acerqué un poco más, nuestros cuerpos apenas separados por unos centímetros.

—Tienes unos ojos preciosos, —dijo Alessandro en un tono más bajo, su mirada fija en mis labios por un breve momento antes de volver a mis ojos—. No sé si es el efecto del alcohol o esta ciudad, pero hay algo en ti que no puedo ignorar.

Mi corazón latía con fuerza. El ambiente estaba cargado, la cercanía entre nosotros era innegable. Podía sentir el calor de su cuerpo, y el espacio entre nosotros parecía desaparecer con cada segundo que pasaba. Sin decir nada más, me acerqué un poco más, hasta que nuestras respiraciones se mezclaron.

—Tal vez sea la mezcla de ambos, —respondí con una sonrisa ligera, aunque por dentro me sentía a punto de explotar.

Alessandro no dijo nada más. En ese instante, sus manos encontraron mi cintura, tirando suavemente de mí hacia él. El contacto fue eléctrico, y el alcohol solo intensificaba cada sensación. Mi corazón martilleaba en mis oídos, y mi respiración se entrecortaba mientras lo miraba directamente a los ojos.

Con una decisión rápida y segura, Alessandro se inclinó y me besó. El primer contacto fue suave, casi como si estuviera probando si yo quería lo mismo, pero pronto el beso se profundizó. La presión de sus labios contra los míos fue firme, cargada de deseo. Sentí cómo sus manos me rodeaban, sujetándome con fuerza mientras nuestros cuerpos se pegaban el uno al otro.

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