cuatro: decisiones y gatitos

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9 de septiembre 2000

Violeta

Realmente ella ya lo sabía, llevaba días esperando a que aquella noticia llegara en forma de periódico. Sus padres estaban a la espera de un juicio por sus crímenes, lo justo era que se les juzgara acorde a ello. Si Violeta lo tenía clarísimo y ya hacía días que lo había asimilado, ¿por qué le había dolido tanto leerlo? Tal vez fueron las miradas que recibió al entrar aquella mañana al Gran Comedor las principales responsables de su incomodidad, o incluso también aquel “lo siento” susurrado con pena por uno de sus compañeros de cursos menores. La cuestión era que Violeta se sentía incómoda antes siquiera de mirar la edición mañanera del Profeta.

Se había preguntado a sí misma en muchas ocasiones por qué le afectaba todo tanto. La pelirroja siempre se había sentido orgullosa de su madurez, de cómo gestionaba sus emociones y de cómo reaccionaba a los baches que le ponía la vida en su camino. No entendía por qué este tema se le hacía bola, por qué no podía aguantar dignamente las miradas inquisidoras de sus compañeros y por qué sentía que estaba a punto de echarse a llorar. 

La familia, en general, siempre suele ser un tema delicado. Cuando quieres tantísimo a alguien que te ha cuidado toda la vida, no esperas que te traicione de la peor de las formas, no esperas que sea mala persona, no concibes que pueda ser responsable de la muerte de muchos inocentes. Pero, definitivamente, no piensas en que un día te va a dejar sola y te vas a ver obligada a afrontar las consecuencias de la forma más digna posible. Violeta tenía una hermana pequeña que crecería sin saber por qué sus compañeros tenían dos padres que los querían y ella no. Violeta, con apenas diecinueve años, tendría que volver de Hogwarts y hacerse cargo de una niña que pronto empezaría a hacer preguntas, y ella no tenía claro si sería capaz de responderlas.

La lechuza la estaba esperando posada, impasible, en el sitio que solía frecuentar la Slytherin. Aquellos ojos oscuros la observaban con rencor, como si se hubiera visto obligada a estar allí para dar malas noticias, como si fuera su culpa que sus verdaderos dueños no pudieran acariciarle las plumas tras cada vuelo. Tragó saliva, nerviosa, antes de intentar agarrar el periódico sin perder un dedo en el intento. Onyx, la lechuza, se lanzó hacia ella sin miramientos y, aunque Álex intentó apartar a su amiga de la trayectoria del animal, no lo consiguió a tiempo. Violeta acabó con una herida en el brazo derecho de la que goteaba sangre con lentitud. 

— Maldito bicho, joder. — Exclamó indignada mientras Martin, quien también se encontraba presente y lo había visto todo, intentaba aguantar la risa desde su asiento. — No entiendo por qué me odia tanto, antes no era así. — Suspiró con pena, dibujando entonces un enorme puchero en sus labios. Estaba tensa, la gente no dejaba de mirarla desde que había puesto un pie en la sala y ella realmente no sabía cómo reaccionar.

— Probablemente sea el cambio de ambiente, cielo, no te preocupes por eso. — Martin le regaló una sonrisa triste, la había intentado consolar aún a sabiendas de que la situación les estaba superando a todos. Álex, en cambio, se había limitado a examinar la herida con mucho cuidado, como si realmente supiera algo de medicina y pudiera ser de ayuda en aquel momento.

— Me temo que tendremos que amputar, ¿se te da bien escribir con la izquierda? — Bromeó el mayor de los dos, en busca de quitarle peso al asunto. Lo cierto era que Violeta siempre se había sentido abrazada y protegida por sus dos chicos, dentro de ella sabía que le debía muchas cosas, entre ellas el poder estar aquel curso en el castillo y que fuera soportable.

— No te digo lo que se me da bien con la izquierda que te asustas. — Enarcó una ceja, buscando la reacción que efectivamente tuvo. Ambos muchachos se llevaron las manos al rostro, totalmente escandalizados.

vulnera sanenturDonde viven las historias. Descúbrelo ahora