La verdad es que ví que tenías varias faltas de continuidad este capítulo así que lo redacté mejor disculpen por la versión anterior no la revise bien y me dió cáncer visual cuando la revise aquí tienen una revisada y con continuidad
Jiang Cheng salió de la casa de Lan Xichen con la calma aparente de quien no quiere hacer un drama, aunque por dentro no podía evitar sentirse profundamente conmovido. Se dirigió al muelle de loto, donde estaban Huaisang y Xue Yang. Este último era un viejo amigo suyo, aunque solo se veían en las vacaciones. Tenía fama de ladrón, aunque ya había dejado atrás esa vida. Ambos, a pesar de tener habitaciones propias, solían quedarse con él durante sus estancias.
Al llegar al muelle, una mujer de unos 35 años lo interceptó. Era una híbrida de pantera negra, con una belleza imponente y un labial violeta rojizo que destacaba el brillo de sus ojos violetas. Su presencia era majestuosa, con rasgos fuertes pero elegantes, que exudaban un aire de distinción. Su cabello largo, que caía hasta la cintura, estaba decorado con finos adornos dorados. Jiang Cheng sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al verla; su cola se tensó y, de pronto, sus piernas fallaron. Cayó de rodillas en el suelo de madera, sin poder detener las lágrimas que comenzaron a correr por sus mejillas.
La reacción inmediata de la mujer fue agarrar firmemente las manos de su hijo.
—¡Levántate! No fue para tanto, solo una caída. ¿O quieres entrenar todas las vacaciones? ¡Perfecto! —dijo con voz firme—. Hasta Wei Wuxian es más fuerte que tú.
Mientras agitaba la cola con impaciencia, Jiang Cheng, consumido por la vergüenza, sintió cómo las palabras de su madre lo aplastaban. Quiso contener el llanto, pero el nudo en su garganta lo hacía imposible. La fachada de indiferencia que había mantenido en casa de Lan Xichen se desmoronaba aquí, frente a su madre, y no podía comprender por qué se sentía tan vulnerable.
La pantera negra, dándose cuenta de que el llanto no era solo por la caída, quedó momentáneamente desconcertada. Sin embargo, actuó rápidamente. Con una mezcla de preocupación y dureza, levantó a Jiang Cheng y lo condujo hacia un pequeño barco atracado en una parte privada del muelle, reservada solo para la familia. Navegaron hacia un rincón más arbolado, donde la luz de la luna iluminaba suavemente el agua. Mientras remaba con calma, la mujer acariciaba la cabeza de su hijo en un intento torpe de consolarlo.
—¿Por qué lloras? —preguntó, su voz fría, sin dejar de remar.
El silencio se alargó entre ambos.
—Si no me dices por qué lloras, te romperé las piernas —añadió, manteniendo el tono impasible que la caracterizaba.
Jiang Cheng, aunque retenía las lágrimas, no pudo evitar un estremecimiento al escuchar la amenaza de su madre, aunque sabía que no lo decía en serio. Aun así, las palabras se le atragantaban, y el nudo en su garganta seguía impidiéndole responder.
Su madre dejó de remar y se inclinó un poco hacia él, con la luna reflejándose en sus ojos violetas. Suspiró con impaciencia y habló más suavemente esta vez, aunque el tono seguía siendo distante.
—No entiendo qué te pasa —dijo, acariciando con cuidado su cabello—. Desde que llegaste, estás diferente.
Jiang Cheng cerró los ojos, buscando las palabras, pero lo que sentía era demasiado confuso para explicarlo. Su mente volvía al momento en casa de Lan Xichen, a la mezcla de orgullo y dolor que había sentido. También le venía a la cabeza la imagen de Wei Wuxian, siempre tan libre, tan despreocupado, mientras él se sentía atrapado bajo el peso de las expectativas.
La mujer, al ver la indecisión de su hijo, comenzó a recitar suavemente un poema que le recitaba si Jiang Cheng se sentía débil de niño. Era un vago intento de consolación lo aprendió de alguien que la consolaba igual de adolescente.
“No es lo que hiciste ayer,
ni lo que tienes ahora,
ni las derrotas que te enseñaron
cuántas heridas caben en una sola vida.
Es lo que harás mañana,
lo que aún no te atreves a intentar,
y la fuerza que encuentres
cuando menos te la esperes.”Al oírlo, Jiang Cheng abrió los ojos lentamente, sintiendo cómo el peso en su pecho se aliviaba un poco. Aun así, las lágrimas seguían ahí, pero algo en esas palabras resonaba dentro de él. No era solo lo que había hecho o dejado de hacer, sino lo que todavía podía intentar, lo que aún podía ser.
—No es por la caída —murmuró finalmente, con la voz quebrada.
La pantera negra guardó silencio por un momento, observando a su hijo con atención. Aunque su expresión seguía siendo severa, algo en su mirada había cambiado, como si estuviera procesando lo que Jiang Cheng acababa de decir.
—Entonces, ¿qué es? —insistió, sin dejar de acariciar su cabeza—. Habla, Jiang Cheng. No soy adivina.
El joven inhaló profundamente, como si el aire le fuera a dar valor. No era fácil expresarse frente a su madre, cuyo carácter siempre había sido imponente, pero en ese momento no podía evitar sentirse como un niño pequeño de nuevo.
—Me siento... débil —confesó finalmente, con la mirada fija en el suelo del bote—. No importa cuánto lo intente, nunca parece suficiente. Siempre hay alguien más fuerte, alguien que hace todo mejor que yo.
La pantera negra guardó silencio durante unos instantes. Su impaciencia seguía presente, pero esta vez, al igual que antes, algo en su mirada reflejaba cierta comprensión. La dinámica familiar contrastaba con la de las manadas de leones y panteras negras: mientras los leones priorizan a los cachorros más fuertes sin importar el parentesco, las panteras negras protegen y priorizan a su propia descendencia, enfocándose en asegurar la supervivencia de sus hijos por encima de todo.
—Siempre habrá alguien más fuerte —dijo finalmente, su tono volviendo a ser firme—. Eso no es excusa para rendirse. Eres mi hijo, y en nuestra familia no hay espacio para la debilidad. Pero también eres más fuerte de lo que crees, solo que te falta verlo.
Jiang Cheng la miró, sorprendido por sus palabras. Su madre rara vez hablaba de esa manera, y por un momento, la carga en su pecho pareció alivianarse un poco. Sin embargo, seguía sintiendo ese peso constante, esa presión por estar a la altura de lo que se esperaba de él.
La mujer dejó de acariciar su cabeza y retomó los remos, guiando el barco de regreso al muelle.
—Descansa esta noche —ordenó, sin mirarlo—. Mañana entrenaremos. Y no te atrevas a llorar por tonterías otra vez.
Jiang Cheng asintió en silencio, sintiendo una extraña mezcla de alivio y resignación. Sabía que el camino que tenía por delante sería duro, pero en el fondo, las palabras de su madre y el poema que nada más le habían habían recitado de niño . Tal vez, solo tal vez, aún tenía una oportunidad de demostrar su verdadero valor.