XXIII

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El castillo se encontraba a unas pocas calles del edificio de invitados. Cuando este llegó finalmente a los jardines que rodeaban el castillo, este tuvo que esperar, pues se encontraba una enorme fila de carruajes, todos ellos pintados y decorados de hermosos diseños florales siendo llevados por fuertes corceles mostrando que pertenecían a miembros importantes y nobles del planeta.

La espera duro poco, pues los carruajes se apuraban en bajar a sus pasajeros, pues estos tenían apuración por entrar a la gala. Para llegar, el carruaje atravesó la puerta principal y rodeo la ostentosa fuente en medio del jardín principal llegando finalmente a la puerta interior custodiada por guardias además de los algunos sirvientes que esperaban para ayudar a los invitados a bajar.

Los jóvenes y Melog bajaron del carruaje y avanzaron por la larga línea de guardias que se formaba hasta el interior en donde se celebraba el baile. Catra miró a su alrededor conforme caminaba y vio a mucha más gente de distintas razas ­—aunque mayormente darianos— conversando entre ellos todos vistiendo de la misma manera que para ella era muy cursi. El equipo pasó por el gigantesco pasillo y llegaron a una gran puerta decorada que fue abierta por dos guardias al notar su presencia.

Catra se deslumbro levemente por la increíble cantidad de luz que el salón tenía y por fin pudo verlo: la sala del trono de Delos. Este comprendía un salón en donde algunos bailaban en parejas y su techo en forma de bóveda estaba decorado de varias pinturas asemejando un cielo y de este colgaba un gran candelabro dorado. Pero lo que más llamó la atención de Catra y de Melog fueron los espejos, localizados a los laterales del salón y colocados en forma de arco. Catra agitó levemente sus orejas, pues la iluminación y el color dorado de la sala le parecía demasiado brillante para su gusto, sin mencionar que le interesaron los espejos, los cuales reflejaban a los presentes.

—¿Por qué este lugar tiene tantos espejos? —preguntó Catra.

—En Darius un poseedor de espejos representa ser miembro de un alto estatus debido a su alto costo en el planeta —explicó Arán—. Es por eso que los espejos en la sala real representan el lujo en el que vive la familia real.

—¿Tanto desean esos reyes demostrar su poder?

—Seguramente —hizo una pausa—. Pero bueno, estamos aquí por la amable invitación de la princesa Andrómaca, así que pasemos a saludarla.

Mary asintió y Catra suspiró para después seguir a Arán. Dada la cantidad de gente bailando, tuvieron que tomar los laterales detrás de los espejos en donde Catra pudo ver que estos eran de doble vista. Llegaron finalmente hasta las escaleras en donde estaban tres tronos; en el lateral del lado derecho estaba el príncipe Héctor quien veía el baile con indiferencia y en el del lado izquierdo estaba su esposa, la princesa Andrómaca con la mirada caída y en medio se encontraba el rey Nix viendo con aburrición el baile.

Arán fue el primero en arrodillarse ante la familia real, siendo seguido por Mary, Catra y Melog.

—Es un honor volver a verlo, su alteza —exclamó Arán y miró a la princesa Andrómaca—. También es un honor para nosotros ser invitados por usted, princesa.

Andrómaca levantó la vista y miró a los jóvenes, para después mirar atentamente a Catra quien, por su expresión, pareció llamarle muchísimo su atención.

Nix, en cambio, miraba a los jóvenes con una expresión despiadada para después comentar:

—Si, no fue nada. Es bueno verlos otra vez, jóvenes salvadores.

Los chicos asintieron y se levantaron, pero Catra aún seguía siendo incomodada por la mirada penetrante de la princesa Andrómaca quien no paraba de verla y cuando Arán y Mary comenzaron a retirarse, Catra y Melog les siguieron. Catra miró disimuladamente hacia atrás, pero regreso la vista con rapidez al notar que Andrómaca aún seguía viéndola como si de una criatura fantástica se tratara. Nix se percató de esto, por lo que exclamó a su hermana:

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