Breve Reflexión

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El silencio del bosque era casi absoluto, salvo por los suaves sonidos de la noche que llenaban el aire. Asteria se había acurrucado contra Miron, su cuerpo relajado en un sueño profundo. Él permanecía despierto.

No pudo evitar dejar que su mente empezara a volar.

Los humanos, su mundo, sus costumbres... todo era nuevo y extraño para él. Nunca había visto a tanta gente junta antes, ni comprendido sus complejas interacciones.

Miron miró a la joven que descansaba a su lado. En el laberinto, había aprendido a leer solo lo esencial: mapas, instrucciones básicas y algunos símbolos antiguos.

Tenía la costumbre de, casi siempre, sacarle información a todo hombre que entrara en su laberinto para enfrentarse a él. A esto se debía tal conocimiento.
No habían muchos animales vagando en la isla. Aves o roedores que seguramente se colaban de los barcos.

Te aseguro: si alguno de ellos hubiera estado como espectador ante una victoria de Miron, tendrían que también haber escuchado a un guerrero asustado contando anécdotas casuales de su vida. El nombre de sus perros, a qué se dedica, o quizá que pescó un gran pez hace una semana.

Eran historias esperanzadoras, o simples relatos de cómo las familias vivían en tranquilidad y con comodidades que él no pudo darse jamás, pero que tampoco le molestaba no tener.

Pero ahora que estaba aquí, en el tan "ansiado mundo real", esas mentiras se desmoronaron. Miron sabía que era odiado: sino, no existiesen hombres que quisieran matarlo en el laberinto, en primer lugar.

Por supuesto. Eso no le importaba en lo más mínimo.

Lo que le preocupaba era Asteria. Se preguntaba por qué había sido tratada de esa manera por sus propios padres. ¿Era eso lo que hacían los humanos con sus seres queridos?

Miron la observó, fascinado por la vulnerabilidad que mostraba en su sueño. ¿Todos los humanos eran iguales? Tan frágiles, y al mismo tiempo, tan llenos de una fuerza que podría llegar a ser destructiva.
Aunque él no miraba de esa forma a la muchacha.

No, claro que no, parecía tenerla en un pedestal. Era la única que no lo había decepcionado.

En la semana que permaneció en el corral, (qué por cierto le pareció muy breve) pudo aprender algunos aspectos humanos. Sus padres miraron mal a Asteria cuando se llevó una caja de su ropa al corral de toros, y que ella respondiera con un simple: "Uno de los toros tiene frío".

Una excusa para pasar por alto. Ella lo había hecho en realidad para enseñarle las distintas prendas de ropa y que aprendiera a diferenciarlas.

No sólo eso, también le comentó sobre alimentos, animales, y casi todo lo que pudiera enseñar. Su paciencia era infinita. Y Miron, por su parte, le enseñaba la diferencia entre un hacha de roble y una de pino, que un herrero le había enseñado una vez.

Asteria era diferente.

Decidió que no podía dejar que sus preguntas lo dominaran por completo. Asteria necesitaría su fuerza y protección cuando despertara, y él debía estar listo. Sin embargo, un pensamiento persistente cruzó su mente: ¿cómo podía aprender más sobre este mundo sin poner a Asteria en peligro?

Ajustó su postura, asegurándose de no despertarla, y trató de relajarse. Quizás, cuando el sol saliera y Asteria estuviera a su lado, podría comenzar a hacerle todas esas preguntas que lo inquietaban. Pero por ahora, el calor de su cuerpo y la tranquilidad de la noche eran suficientes para mantener sus pensamientos a raya.

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