Tesoro

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Asteria se recostó junto al fuego, dejando que el calor le calmara un poco los músculos tensos. Miron, sentado cerca, observaba el entorno con cierta incomodidad. De repente, el viento azotó las viejas paredes de la cabaña, haciendo que la estructura crujiera.

-Este lugar... parece que se va a desmoronar -comentó Miron, poniéndose de pie al oír un crujido más fuerte que los demás.

Asteria iba a responder cuando un sonido metálico, como algo pesado arrastrándose bajo el suelo, los interrumpió. Ambos se miraron, tensos. No estaban solos.

-¿Lo escuchaste? -susurró Asteria, poniéndose en pie con rapidez. Tomó la empuñadura de su espada con firmeza.

Miron asintió, alerta, y se acercó al suelo, olfateando con su aguda nariz de minotauro. Había un olor extraño, como a moho mezclado con algo metálico.

-Esto no es normal -gruñó Miron, su cuerpo tenso.

Sin previo aviso, una de las tablas del suelo se levantó violentamente, y un brillo opaco emergió por la grieta. Asteria dio un paso atrás, levantando su espada, mientras Miron se preparaba para cualquier cosa.

-¿Qué es eso? -preguntó Asteria, su corazón latiendo a toda velocidad.

Antes de que pudieran procesarlo, una figura pequeña y encapuchada saltó desde el hueco en el suelo, aferrando un viejo cofre de metal. La criatura, cubierta de polvo, lanzó un grito al verlos y empezó a correr hacia la puerta de la cabaña con agilidad asombrosa.

-¡Detente! -gritó Asteria, lanzándose tras la figura.

Miron, sin perder tiempo, se interpuso en su camino y atrapó a la criatura con una mano, levantándola del suelo como si no pesara nada. El ser encapuchado forcejeó y gritó, pero no pudo liberarse del fuerte agarre de Miron.

Asteria se acercó con cautela, manteniendo su espada lista.

-¿Qué eres? -demandó, apartando la capucha de un tirón.

Debajo del manto apareció una cara arrugada, envejecida y deformada por los años. Parecía un anciano, pero su piel grisácea y ojos brillantes lo hacían parecer más una criatura de las profundidades que un ser humano.

-¡No os acerquéis más! -gritó el anciano-. ¡Este lugar me pertenece! ¡El tesoro es mío!

-¿Tesoro? -preguntó Asteria, sorprendida.

El anciano señaló el cofre que sostenía entre sus brazos huesudos. Parecía tan antiguo como él, con inscripciones extrañas y marcas que Asteria no podía entender a simple vista.

-Bajo esta cabaña... hace siglos que lo cuido... y ahora, venís a robármelo... ¡como todos los demás!

Miron lo sostuvo con firmeza, pero su mirada seguía llena de curiosidad.

-No queremos tu tesoro -dijo Asteria-, solo buscamos un refugio. No sabíamos que alguien más estaba aquí.

El anciano dejó de forcejear por un momento, y sus ojos parpadearon rápidamente, como si evaluara la situación.

-¿Refugio? -repitió, confundido-. Todos dicen lo mismo... Pero nadie sabe el precio de este lugar.

Asteria miró a Miron, quien parecía esperar una señal de ella. Había algo raro en aquel anciano, y no podían confiarse.

-Déjalo, Miron -ordenó Asteria con calma.

Miron soltó al anciano, que cayó al suelo con un gruñido, aferrando el cofre con fuerza.

-No nos interesa tu tesoro, viejo -dijo Asteria, bajando su espada-, pero si este lugar está maldito o algo peor, necesitamos saberlo.

El anciano se rió entre dientes, su risa seca resonando en la cabaña.

-No está maldito, muchacha... pero tampoco es seguro para ustedes. Este lugar... -miró el cofre con devoción- está marcado. Y si permanecen aquí mucho tiempo... las sombras vendrán por ustedes.

El aire en la cabaña se volvió más frío de repente, como si sus palabras hubieran convocado algo invisible, algo oscuro.

-Tenemos que irnos -dijo Miron, ahora inquieto.

Asteria lo miró, sintiendo que la decisión era más difícil de lo que había imaginado. El viejo no mentía, al menos no del todo. Algo acechaba este lugar.

-Mañana -dijo ella, con firmeza-. Nos iremos mañana al amanecer.

El Refugio Del VencidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora