Toro Ordinario

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Cuando salió, dio una bocanada de aire puro y frío, y cerró la puerta detrás de él. Dio unos pasos hacia afuera y luego se detuvo, apoyado contra el costado del pequeño barco. Suspiró profundamente y miró hacia el cielo, las estrellas iluminando la noche de terciopelo.

Su mente aún estaba llena de pensamientos... de ella. Su expresión y su tono de voz cuando afirmó no ser capaz de amar...

Miron estaba envuelto en una mezcla de imágenes. Algunas eran vagas y oscuras, solo sombras moviéndose por la orilla de su memoria. Algunas, sin embargo, estaban mucho más claras, vívidas y vivas.

Estaba ella. Su voz, su sonrisa, su mirada, la forma en que lo miraba. Él podía sentir cómo su corazón se agitaba ante el pensamiento de ella... cómo latía contra su pecho con pura emoción.

Él le dio leves lamidas en la mejilla. Estaba relajado. Más relajado de lo que había estado en mucho tiempo. Quizás el gesto de lamer, por su parte, era el único gesto afectuoso que él conocía y que podía usar.

Pero todo eso terminó de repente.

-Despierta... ya es la mañana.

Afirmó fríamente, despertándolo de golpe.

No se sentía movimiento.

-... Deja de lamer esa almohada. Mi padre se enojará si se entera.

Su sueño pacífico y relajado se cortó abruptamente. Sus ojos se abrieron de par en par y él parpadeó unos segundos, procesando la voz familiar y el mensaje que escuchó. Tomó unos segundos para recordar dónde se encontraba, antes de mirar hacia arriba y ver a Asteria de pie delante de él.

-Buenos días -dijo Asteria, cruzada de brazos, con una mezcla de exasperación y ternura en su mirada-. No puedo creer que estés aquí afuera, durmiendo y abrazando esa almohada como si fuera un peluche. Te había dicho que podías dormir en una habitación...

Miron se incorporó lentamente, frotándose los ojos y sacudiendo la cabeza para despejar la neblina del sueño.

-Buenos días -respondió, su voz aún rasposa por el sueño-. ¿Te he molestado?

Asteria negó con la cabeza, su expresión suavizándose.

-No, solo quería asegurarme.

Mientras el sol comenzaba a asomarse, ambos se quedaron en silencio, encontrando consuelo en la presencia del otro. El barco finalmente vio tierra. Viajar desde el Laberinto del Minotauro, pequeña isla, hasta el pueblo de Asteria no tomaba mucho.

-Puedes irte. Lo que querías era libertad de esa isla. Aquí la tienes -dijo ella.

Él escuchó su respuesta, aún parpadeando y procesando completamente sus palabras. Mantuvo su mirada en ella, notando las vendas que aún cubrían su cuerpo. Su semblante se volvió ligeramente serio, pero no dijo nada. Suspiró, pasándose la mano por el cabello, aún un poco adormilado. La miró a los ojos y preguntó con voz suave.

-¿Ahora qué pasará?

Asteria mantuvo su rostro serio y su actitud firme, pero había cierto dejo de incertidumbre en su mirada mientras la enfrentaba. No respondió de inmediato, sus propias dudas y preocupaciones en su mente. Se quedó en silencio por un momento antes de finalmente responder a su pregunta.

-Yo me entregaré a mi familia -dijo, su tono suave y sus palabras un tanto pensativas-. Tú, sigue tu camino.

Él la escuchó hablar, y sus palabras resonaron en la habitación. Pudo ver un dejo de duda, de incertidumbre, en su mirada mientras ella hablaba, pero no dijo nada. Solo... la escuchó. Su expresión se volvió más seria y pensativa mientras escuchaba cómo se entregaría a su familia.

El Refugio Del VencidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora