Me volteo con nervios y ahí está, esos ojos esmeralda que me han tenido inquieta estos días. Abel me mira intensamente, y antes de que pueda decir algo, parte el cabello de mi cara con sus dedos.
— ¿Cómo debería llamarte? —pregunta, su voz profunda vibrando en el aire—. ¿Debería llamarte Daiana o Lilith?
El tono ronco de su voz me deja sin aliento, y lo único que consigo articular es un tembloroso:
— A-Abel...
Él alza una ceja, una sonrisa burlona jugando en sus labios mientras me mira fijamente.
— ¿Estos son tus problemas familiares, Miele? —pregunta con sarcasmo, recorriéndome con la mirada, de arriba a abajo.
Siento mi boca seca, trago saliva y trato de explicarme.
— Lo siento, Abel... Es que mi amiga Adela tenía que bailar hoy y... no quería dejarla sola.
Él no dice nada al principio, solo toma mi pequeña mano entre las suyas, gigantescas en comparación. La calidez de su toque me deja aún más nerviosa.
— Te perdono si me acompañas a mi oficina —dice, su tono ahora más bajo, pero igualmente dominante.
Asiento, casi sin pensar. Miro a Ángel rápidamente y le pido:
— Avísale a Adela, por favor.
Con cada paso que doy detrás de Abel, subiendo hacia su oficina, la sensación de nervios crece. No puedo dejar de pensar en cómo acabé en esta situación, y lo que vendrá después.
Al entrar en su oficina, mis ojos se pasean por el lugar. Los detalles en negro y dorado crean un ambiente lujoso y algo intimidante. Abel se sienta en su silla de cuero, inclinándose hacia atrás mientras me observa con esos ojos penetrantes.
— No sabía que bailabas tan bien, Miele —dice, recorriéndome con la mirada de arriba a abajo.
Siento el calor en mis mejillas mientras trato de mantener la calma bajo su escrutinio. No sé qué responder, así que simplemente me quedo de pie frente a él, nerviosa, intentando ocultar lo que su presencia me provoca.
— Es algo que hago a veces, pero no es nada importante —digo, intentando sonar casual, aunque por dentro siento que cada palabra lleva un peso que no sé cómo manejar frente a él. Hago contacto visual, obligándome a mantener la calma bajo esa mirada que parece desnudarme el alma.
Abel se queda en silencio, observándome con esa intensidad que me tiene nerviosa. Luego, con una calma que parece calculada, se levanta de su silla y se dirige hacia una pequeña mesa donde tiene una botella de vino. Sin decir una palabra, me sirve una copa y me la ofrece. Lo miro por un momento, y al final acepto el vino, sintiendo cómo la copa se enfría entre mis manos mientras me dirijo lentamente hacia el ventanal. Desde ahí, la vista de la ciudad se despliega como una pintura brillante y vibrante, con luces titilando en la distancia.
— ¿Te gusta? —me pregunta desde atrás, su voz profunda llenando el silencio de la oficina.
Me detengo un segundo antes de responder, mirando la vista pero sintiendo su presencia cada vez más cerca.
— Siempre me han gustado las vistas así, —digo, apenas susurrando— pero... le tengo algo de pánico a las alturas.
Mis palabras cuelgan en el aire mientras camino con lentitud hacia el ventanal. El reflejo del cristal me muestra la inmensidad de la ciudad, pero también la silueta imponente de Abel, observándome con atención, cada paso mío bajo su escrutinio. Su mirada es como una caricia invisible que recorre mi cuerpo, lenta, deliberada, y no puedo evitar que mi piel se erice bajo su atención. Puedo sentir su deseo de acercarse, como si el espacio entre nosotros se estuviera reduciendo solo con la fuerza de su voluntad.
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Abel
حركة (أكشن)En un bullicio barrio de una gran ciudad, un infame mafioso conocido por su despiadada ambición se cruza con una camarera que lleva una vida tranquila pero complicada. Ella trabaja en un café modesto, intentando mantener a su familia a flote mientra...