Capítulo III

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—Así que, ¿vas a casarte con su hija mayor? —cuestionó Aleksandr, luego de que Antón terminara de hablar.

—Así es— reafirmó este, lo que ya había dicho segundos antes.

—No pareces muy contento.

—No lo estoy—se levantó de su cómoda silla ejecutiva, para luego quitarse el saco y deshacer el molesto nudo de su corbata.

—¿No me digas que es una bruja quisquillosa y fea? —se rio el castaño, siguiéndolo con la mirada.

—Bruja sí, pero fea, no en absoluto—no pudo evitar decir.

—O sea que, ¿sí está tan guapa como su hermana?

—Desgraciadamente mucho más.

Aleksandr lo observó con atención.

—Entonces, ¿cuál es el problema? ¿No me digas que te gustó?

—Por supuesto que no—negó el pelinegro con firmeza—reconozco que es muy atractiva, pero eso no le quita lo fría e insípida, es más, hoy que apenas traté con ella, me dio la impresión de que hablaba con un completo témpano de hielo.

—Ah, ya entiendo, encontraste a tu talón de Aquiles, por eso estás así, ¿no?

—No seas idiota, Alek—lo riñó severo, sabiendo que se burlaba de él— lo digo porque creo que una mujer como ella, no encaja en el perfil de esposa abnegada, dócil y dulce, tal y como lo hubiese sido fácilmente Mariette.

—Pero si una persona así es lo que menos necesitas a tu lado, porque tú eres todo, menos dócil y dulce, por algo te ganaste la fama de Míster Ice—mencionó Aleksandr despreocupado, poniéndose en pie—además, considero que una mujer más parecida a ti, con más personalidad y carácter, encajaría mejor en ese papel, al menos es lo que yo pienso—terminó de decir.

—Veo que todavía no comprendes la teoría de que los polos opuestos se atraen—revoleó Antón los ojos—. Mariette es todo lo que yo nunca seré, por eso, creo que sería mucho más creíble mi matrimonio con ella, que con la otra.

—Esas absurdas teorías no son aplicables en todos los casos y me parece que el tuyo, no es precisamente este, créeme, una mujer como Nadine Kauffmann, es justo lo que necesitas para engañar a todos.

—Espero que así sea y que luego no me arrepienta, de igual manera, no tengo tiempo para buscar a alguien más, necesito estar casado lo más pronto posible, antes de que mi negocio con los orientales, termine en manos de otro.

—De momento, ¿qué te parece si pensamos en cosas mucho más placenteras? —Por ejemplo, ¿dónde haremos tu despedida de soltero?

—Ya veo porque te has ganado ese dichoso apodo del diablo, porque nada más piensas en follar—bromeó Antón en un tono más relajado, ese lado que solo su mejor amigo conocía y en ocasiones, sus padres.

—¿Y en qué otra cosa puedo pensar sino? — se carcajeó Aleksandr.

—Ruso tenías que ser.

—¡Mira qué casualidad!, ya somos dos.

*******

Días después.

—Me gustaría hablar con el señor Antón Gnatovich, por favor—solicitó Nadine esa tarde, a la recepcionista del poderoso imperio ruso.

—¿Cuál es su nombre? —cuestionó con recelo la rubia tras el mostrador, mientras reparaba en ella detenidamente.

—Nadine Kauffmann—replicó esta seria y con la postura erguida, digna de una reina.

CONTRATO DE HIELODonde viven las historias. Descúbrelo ahora