Capítulo VI

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—Antón, ¿cómo está eso de que te casaste? —irrumpió echa una furia la rusa en el estudio del magnate y este la observó con cara de pocos amigos.

—¿Qué haces fuera de tu cuarto y por qué entras a mi estudio sin tocar? —respondió él con otra pregunta, mientras se ponía en pie y se acercaba amenazante.

—Te exijo una explicación—ignoró la mujer sus palabras.

—Tu a mí no me exiges nada, porque nosotros no tenemos nada, no creas que porque follamos y te permito venir a mi casa, tienes derecho de reclamarme algo.

La rubia se puso colorada debido a la vergüenza, sin embargo, eso no evitó que siguiera cuestionándolo.

—Es que... no entiendo, ¿es verdad que te casaste o no?

—No tengo porqué contestarte—replicó con dureza— además, todavía no me has dicho que estás haciendo fuera de tu cuarto y en esas fachas—la señaló.

—Salí a buscar un vaso con agua, estaba sedienta y...

—Te dije que cualquier cosa que necesitaras, se lo hicieras saber a Celia, no me gusta que los empleados te vean rondando por los alrededores— la interrumpió ceñudo.

—Pero solamente fui a la cocina.

—No me importa, no te he dado autorización para que vayas a ningún lado y menos, que te andes paseando por los pasillos como si fueras la señora de la casa.

—Antón...

—Antes de que digas cualquier otra cosa, recuerda que estas fueron las condiciones por las que accedí a que vinieras, no hagas que me arrepienta.

—Pero, entiéndeme, me sentía aburrida ahí encerrada, sola, sin nada que hacer.

—Este no es un centro de entretenimiento, nada más te traigo aquí para follar, tú eres quien insiste en quedarse y si tan aburrida te sientes, ya conoces la salida, puedes irte cuando gustes.

Ella lo vio perpleja y con los ojos acuosos.

—A veces de verdad creo que eres un completo tempano de hielo, tienes tan poco tacto para decir las cosas, que me asombras.

—Nunca he sido diferente, no sé por qué te sorprendes.

—Ya lo sé, pero por un momento llegué a pensar que lo nuestro sería distinto, después de todo, creo que soy la única mujer que has traído a tu casa.

El pelinegro inhaló profundo, claramente con hastío.

—Irina, no pienses que porque te traigo aquí, eres especial, no te hagas falsas ilusiones, simplemente decidí que este sería un mejor lugar para nuestros encuentros, porque eres la hija de uno de mis socios y no puedo llevarte a un hotel como a las demás, eso solo me traería graves problemas y lo que menos quiero, es lidiar con eso.

—Yo te quiero, Antón y creo que podemos int...

—Ni siquiera lo menciones—la cortó con una frialdad, que le erizó la piel—nunca te prometí nada, así que no esperes nada de mí y si las cosas van a tomar ese rumbo, mejor terminemos con esto de una buena vez—comenzó a avanzar a la salida.

—No, espera—lo tomó del brazo desesperada—olvida lo que dije, te aseguro que no volverá a suceder.

Él se soltó de inmediato como si su tacto lo repeliera y ella se sintió herida.

—Prefiero que dejemos todo así, cámbiate y vete.

—No, Antón, por favor, fue una tontería de mi parte decir eso—lo detuvo de nuevo—no sé en qué estaba pensando, fue un momento de debilidad, nada más.

—Pues tu momento de debilidad no fue del todo mi agrado.

—Solo lo dije para que me prestaras un poco te atención, hoy apenas me tocaste y ya extraño tus caricias—lo miró lasciva y eso encendió al ruso de inmediato, tanto, que se olvidó de su enojo, la tomó de los muslos con fuerza y la aprisionó contra la pared para devorarla a besos.

—Espero que no se vuelva a repetir lo de esta noche—le advirtió él aun en su arrebato.

—Te lo prometo—jadeó encantada, de haber logrado lo que quería y de paso, convencerlo de no dejarla.

*******

Esa noche de sábado, faltando exactamente un cuarto para las siete, Antón, muy elegante y apuesto, como de costumbre, bajó al vestíbulo para partir rumbo a su compromiso de esa noche y justo cuando se dirigía a la salida, a esperar a su estresante y desesperante esposa en el coche, escuchó unos tacones resonar en el piso superior, por lo que le fue imposible no vislumbrar hacia arriba y ver a la espectacular castaña de vestido rojo escarlata, que comenzaba a descender escalón por escalón, con una sensualidad y elegancia, que por los siguientes segundos, no pudo apartar sus ojos de ella, ni de sus llamativos labios carmesí, ni de su precioso rostro. En un acto involuntario, la recorrió despacio de pies a cabeza, hasta que sus miradas se encontraron por un instante, para luego romper el contacto y endurecer ambos sus facciones.

¡No se soportaban!

Nadine, terminó de descender la larga escalera y sin detenerse a reparar en él ni un poco, pasó de lado en dirección a la puerta, por su parte, el ruso, empuñó las manos con fuerza al sentir aquel exquisito perfume femenino colarse en sus fosas nasales e inundarle los sentidos al punto de casi bloquearlos. Se recompuso de inmediato y caminó tras ella mientras contemplaba su erguida postura y fascinante silueta, era asombrosamente hermosa, para qué negarlo, sin embargo, eso para él no significaba nada, por lo que decidió no pensar más en ello y centrarse en lo que de verdad le importaba, sus negocios.

—Hassan es uno de mis socios más importantes, por lo que espero te comportes a la altura—comentó con severidad el pelinegro, una vez que estuvieron dentro del coche, cada uno sentado lo más alejado posible y sin mirarse.

—Sé perfectamente lo que tengo que hacer, no me lo tienes que decir—refutó ella cortante, molesta por lo agradable y atrayente que le resultaba aquella fragancia que emanaba del él y sin despegar su vista de la ventana polarizada.

—Solo estoy cerciorándome de que así sea y, espero que no te sorprendas si me porto un poco... cercano.

—Siempre y cuando no cruces la línea, no tengo ningún inconveniente.

—No pretendo hacerlo, créeme, es lo que menos se me apetece—soltó huraño.

No dijeron una palabra más, en cambio, se ignoraron por completo el resto del trayecto a la residencia y cuando llegaron a su destino, luego de bajar del auto, ella sintió como una de las grandes manos de él, se alojó en su espalda baja, todo eso, para guardar las apariencias ante los demás y ese minúsculo e insignificante gesto, hizo que los dos se estremecieran, pero como siempre, se distendieron de la rara sensación y continuaron su camino, a pesar de que lo que más anhelaban, era estar a miles de kilómetros de distancia el uno del otro.

CONTRATO DE HIELODonde viven las historias. Descúbrelo ahora