Capítulo V

39 16 0
                                    

Un mes después.

—Señora Gnatovich, el señor pide hablar con usted, la está esperando en su estudio—anunció Celia esa noche de viernes, en lo que Nadine salía del gimnasio, después de una ardua y relajante rutina de ejercicios—. Dijo que era de suma importancia—añadió esta, al notar cierta reacia en el semblante de la castaña.

—¿Dónde está su estudio? —quiso saber entonces ella, al ser consciente de que ya llevaba un mes viviendo ahí y apenas conocía la cocina y uno que otro lugar y que en todo ese tiempo, tampoco había sabido nada del magnate, lo que no le preocupaba, porque entre menos contacto tuviera con él, mejor.

—Yo la llevo—se ofreció la empleada con amabilidad y Nadine la siguió escaleras arriba, justo al ala de la casa, que no frecuentaba para nada, pues sabía de sobra, que ese era territorio de su esposo y bajo ninguna circunstancia, quería topárselo. —Es aquí—indicó la mujer deteniendo su marcha, al lado de una de las tantas puertas, que había en ese pasillo.

—Gracias—esbozó seca y procedió a tocar una vez que se quedó sola, segundos después, escuchó la ronca voz del hombre autorizarle el paso—¿Me llamaste? —inquirió con frialdad, desde que puso un pie dentro de aquella estancia, que tenía todo el aroma del ruso impregnado en ella.

A Antón, quien estaba de espaldas viendo por la ventana, no le extrañó para nada su tono huraño, por lo que con el mismo semblante hosco y tirano de siempre, volteó para mirarla, no obstante, no contaba con que sus pozos grises lo traicionarían y se desviarían por todo aquel escultural cuerpo, cubierto por un sexi y ajustado enterizo deportivo blanco.

—Sí—afirmó este, guiando con un pilín de dificultad, su atención a sus ojos azules y a su bonito, sonrosado y también endurecido rostro femenino—. Mañana en la noche, uno de mis socios hará una reunión privada en su residencia y necesito que me acompañes—fue directo al grano.

Nadine alzó una ceja con suficiencia.

—¿Y no puedes ir solo? —se cruzó de brazos sin dejar de mirarlo, notando muy a su pesar, que era demasiado atractivo y que su cabellera negra azabache, estaba húmeda, lo que le dio una clara señal de que acaba de ducharse.

—Si así fuera, créeme que en primer lugar, ni te habría mandado a llamar— replicó con cara de piedra—. Lamentablemente ese socio, es el mismo responsable de que tú y yo ahora estemos casados, por lo tanto, digamos que tu presencia es sumamente necesaria, al menos para él.

—Puedes inventarle algo, que estoy muy ocupada trabajando, indispuesta, no sé, supongo que eres bueno con eso.

—Siento decepcionarte, pero eso no será posible, no es la primera vez que pide conocerte y como ya he excusado tu ausencia muchas otras veces, no pienso hacerlo esta vez, así que me temo que tendrás que acompañarme—la contradijo— además, en el contrato dice claramente que...

—Sé de sobra lo que dice el contrato—lo interrumpió ella de tajo.

—Muy bien, en ese caso, no me obligues a repetírtelo, tu cumples con tu parte y yo con la mía, aparte, no creas que me hace mucha gracia tu compañía.

—Como ya lo habrás notado, a mí tampoco me hace ninguna gracia la tuya, pero ya que de momento es inevitable, me las arreglaré para aguantarte—soltó con naturalidad y él la miró como si quisiera asesinarla—. Pásame la dirección y la hora con Celia, ahí estaré mañana puntual—se dio la vuelta para salir, pero antes de tomar el picaporte, lo escuchó hablar una vez más.

—Te irás conmigo.

—¿Disculpa? —se volvió de prisa para verlo como si estuviera loco.

—Dije, que te irás conmigo—repitió.

—Puedo irme perfectamente por mi cuenta.

—Ya lo sé y si de mi dependiera, no tendría inconveniente con ello, sin embargo, sería demasiado raro que una pareja de recién casados, que se supone se aman y viven en la misma casa, lleguen cada uno por separado, podría prestarse a habladurías y con este socio, prefiero tener mucho cuidado.

Ella revoleó los ojos.

—Ya veo, ni modo, tendré que soportarlo—habló en voz baja, pero Antón alcanzó a escucharla y sintió ganas de estrangularla—¿A qué hora tengo que estar lista? —preguntó resignada.

—A las siete.

—Bien—giró sobre sus talones para encaminarse a la salida, pues no se le apetecía estar un minuto más ahí.

—Viste etiqueta—agregó él antes de que ella terminara de salir y cerrara de un portazo—¡Qué mujer más insoportable! —ladró con fastidio masajeándose las cienes, sintiéndose de pronto muy irritado y estresado.

Nadine casi que echaba humo por las orejas mientras caminaba de regreso a su habitación, estaba molesta y ni siquiera tenía una idea exacta del porqué, solo sabía que estar en presencia del ruso, la ponía de pésimo humor y más cuando sabía, que tendría que compartir tiempo con él. ¡No lo soportaba!

—¿Y tú quién eres y qué haces en esta casa? —oyó de pronto una voz que la distrajo de sus pensamientos, era la voz de una mujer, que por cierto, le había hablado en un tono que poco le gustó. Alzó la mirada en su dirección y se topó con unos ojos verdosos que la veían con fiereza, como si fuese su peor enemiga, por lo que se limitó a ignorarla y pasarla de lado como si no existiera—. Te hice una pregunta—la tomó la desconocida del brazo con brusquedad y Nadine se soltó de inmediato.

—No me toques—le advirtió, con la poca paciencia que le quedaba.

—Entonces, responde, ¿quién eres y qué estás haciendo aquí? —repitió altanera, alzando la barbilla.

—Creo que esa pregunta más bien debería de ser para ti, ¿qué haces tú en mi casa? —inquirió la castaña, reparando en la diminuta pijama que llevaba puesta y que no dejaba casi nada a la imaginación.

La esbelta mujer se echó a reír.

—¿Tu casa? —se rio de nuevo—esta es la casa de Antón y yo soy su mujer, por lo tanto, soy la señora, así que dime de una buena vez quién eres, si no quieres que llame a seguridad para que te saquen a patadas.

—Hazlo—la retó Nadine, irguiéndose en su sitio.

—¿Piensas que no puedo hacerlo? —increpó la rubia enervada, por la seguridad que irradiaba esta.

—Me gustaría verte intentarlo.

Celia apareció de pronto.

—Celia, que bueno que llegas, llama a seguridad y pídeles que saquen a esta mujer inmediatamente—se sintió victoriosa y la empleada carraspeó incomoda.

—Lo siento, señorita Sokolova, pero no puedo hacerlo.

—¿Cómo? —la miró de mala manera—¿por qué no? ¿Quieres que le diga a Antón que te corra por inepta?

La pelinegra bajó la mirada.

—La señora es la esposa del señor—musitó viendo al suelo.

El rostro de la rusa se desfiguró por completo al escuchar aquello.

—¿Qué has dicho? ¿Antón está casado? ¿Desde cuándo?

—Un mes para ser exactos—intervino Nadine con la mirada chispeante.

—Pero...eso es imposible—soltó entre incrédula, avergonzada y rabiosa.

—¿Por qué no vas y se lo preguntas tú misma? —la instó con una media sonrisa surcando sus labios—así de paso se aclaran todas tus dudas—hizo una pausa. —Ah, por cierto, ve y busca algo con qué cubrirte, no me gusta ver mujerzuelas semidesnudas, deambulando por toda la casa—terminó de decir triunfante, para luego marcharse y dejarla ahogándose en rabia.

CONTRATO DE HIELODonde viven las historias. Descúbrelo ahora