capitulo 4

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El timbre suena, saco de mi mochila mi lonchera con mi lonche y aprovecho que Marcos y sus dos amigos están fastidiando a otro de mis compañeros para entonces escabullirme. Intento no ser vista por ellos al salir del salón, corro hacia el único lugar en donde nadie podrá encontrarme ni molestarme.

Camino por detrás de la cafetería, ahí hay un pasillo que lleva hacia un salón en donde guardan los pupitres y mesas rotas. Nadie entra porque está lleno de polvo y algunos cuantos bichos.

Abro la puerta del salón, al entrar veo que el salón está muy sucio, mucho más que la aquella vez que vine. Ahora hay telarañas en el techo y en el suelo, pedazos de vidrios. Intento no pisar esos vidrios y camino hacia donde está una silla algo vieja pero completa. Me siento y saco de mi lonchera una de las deliciosas enchiladas rojas que mi madre me dejó antes de irse a su trabajo.

Comienzo a comer, disfrutando de mi comida y de la soledad. Desde que entré al instituto, no he podido hacer ningún amigo y no es porque yo no quiera, yo sí he intentado llevarme bien con mis compañeras del salón, son ellas las que me miran como si no valiera nada.

Cuando termino de comer, cierro mi lonchera, la coloco en la ventana que está detrás de mí y saco del bolsillo de mi sudadera mi reproductor de música. Me pongo los auriculares en los oídos y entonces le doy play a mi canción favorita. Cierro los ojos y por unos momentos me imagino que estoy en cualquier lugar menos en este instituto.

Estoy muy tranquila, tarareando una canción, cuando de repente alguien me quita con brusquedad los auriculares de los oídos. Abro los ojos de golpe y me encuentro con Marcos, Luis y Gustavo en frente de mí.

— Tú me debes una, Zorrita — suelta Marcos para después gritar — ¡Agárrenla!

— No, aléjense de mí — les digo con los ojos llorosos, viendo cómo Luis y Gustavo se acercan a donde yo estoy.

Ellos, al escuchar mis súplicas pidiéndoles que no se me acerquen, hacen que ellos solo se rían para después ambos tomarme de cada uno de mis brazos y levantarme a la fuerza. Grito y pataleo, intento soltarme de sus manos cuando veo que Marcos se coloca al frente de mí.

— Dime, pensaste que escondiéndote aquí no te encontraría — soltó, tomándome de la barbilla.

— Perdóname, Marcos — le digo, ya llorando.

— ¿Qué dijiste? No te escuché, zorra — dice, pegando su oído a mi cara.

— Dije que lo siento, Marcos — repito con voz temblorosa, deseando que me deje, pero lo conozco y sé que él no lo hará hasta haberse vengado de mí por lo que le hice en los casilleros.

— ¿Qué crees? Yo no te perdono y ahora vas a arrepentirte de haberme tocado, sucia zorra — respondió, mirándome con esos fríos ojos azules que tiene.

— ¡AYÚDENME, POR FAVOR! — comienzo a gritar, y esos tres monstruos comienzan a reírse de mí.

— ¡AYÚDENME, POR FAVOR! — me arremeda Marcos

— ¡Si ayuden a la pobre de Danielita! — dice en mi oído Luis.

— Grita, anda, grita todo lo que quieras, pero nadie — dice, y me toma otra vez de la barbilla, me mira con esos ojos que destilan furia — escúchame bien, nadie vendrá a tu ayuda porque, ¿qué crees?, a nadie le importa lo que sucede con tu mediocre vida, sucia zorra — suelta, para luego darme una fuerte cachetada en la mejilla, haciendo que mi rostro se voltee por el fuerte impacto.

Comienzo a llorar a mares, y parece que eso lo disfruta Marcos, verme así destruida y humillada ante él, porque se nota que en su rostro está disfrutando haciéndome sufrir, pero con eso no está conforme, pues vuelve a darme otra fuerte cachetada. El dolor estalla en forma de quemazón y reprimo un jadeo adolorido.

Sus amigos me sueltan cuando él se los pide, y entonces caigo al suelo

— eres un poco hombre — le suelto, tocándome la mejilla que me arde horrible, pero en ese instante me arrepiento de lo que dije, al ver el rostro rojo de furia de Marcos

— ¡¿Qué fue lo que dijiste, zorra?! — escupe

— no dije nada, lo siento — le digo entre sollozos

— te voy a enseñar a respetarme — suelta, y entonces comienza a darme de patadas en el estómago. No puedo hacer nada que no sea abrazar mis rodillas contra mi pecho y rogar que pare de golpearme en todo el cuerpo.

5 minutos después, Marcos sigue golpeando mi cuerpo, mi rostro está lleno de sangre, y escucho como sus amigos le piden que pare, pero él no escucha y sigue dándome de golpes. De pronto, comienzo a cerrar los ojos y poco a poco la oscuridad me envuelve.

CRUEL OBSESIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora