Capitulo 6 Solo es trabajo

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Mauro corría a toda prisa, sus largos pasos lo alejaban lo más que podía de ese lugar. Cada paso resonaba en su cabeza como tambores furiosos, sonido provocado por el fuerte ruido que ocasionaba su sucio calzado de tanto polvo que estuvo adquiriendo todo este tiempo. Su corazón latía tan rápido que sentía que se le podía salir en cualquier momento; el cansancio lo detenía poco a poco. Su respiración estaba entrecortada, forzada por el aire caliente y denso.

El rugido constante del tráfico se encontraba en su hora pico. Incontables vehículos atravesaban las calles a su alrededor; sus motores emitían su mecánico zumbido, incesante, llenando el ambiente de una vibración que hacía difícil concentrarse, pero un sonido aún más ensordecedor se hizo presente, devolviéndolo en sí mismo. Era el eco de las sirenas que se acercaban a toda velocidad en su dirección.

El sonido penetrante lo hizo detenerse en seco; el pánico presionó su pecho como un puño invisible. Su mirada, ahora frenética, se desplazó a su alrededor buscando refugio. El sofocante calor no ayudaba, cada respiración se le hacía más pesada, como si lo hiciera a través de una manta.

Finalmente, sus ojos divisaron un estrecho callejón entre dos pequeños edificios deteriorados de no más de cuatro pisos. Tuvo que pasar encima de cubos de basura. Se movió con rapidez, resbalando por el asfalto que la basura había ensuciado por mucho tiempo. No alcanzó a cubrirse de la caída y terminó recibiendo el piso con la cara. Su nariz empezó a sangrar. Los sonidos de la ciudad se atenuaron levemente, como si esos tachos de basura fueran su escudo. Desde allí, observó cómo la patrulla policial que hacía ese ruido pasó de largo por su escondite.

Por la velocidad con la que pasó la patrulla, él no pudo darse cuenta de que en ella iban no solo dos policías, sino que en el asiento de atrás estaba el detective Robles.

— Vamos, responde — se quejaba el detective al no recibir respuestas de las varias llamadas que había estado haciendo a su desaparecido compañero —. Tenías que perderte ahora que necesito transporte, inútil.

El detective Robles se removía inquieto. No estaba para nada cómodo.

— Así que al detective Robles también lo falla su compañero. Hoy estás en racha — dijo burlón el mismo policía que en la mañana se había mofado de él por dejar escapar a Mauro —, deberías volver a ser policía, al menos así tendrías una patrulla.

— Cállate, Rojas. Sabes bien que a mi preciado compañero lo van a zurrar de lo lindo cuando muestre la cara por no presentarse.

— Pura lloriqueara, tener que llevarte a escribir testimonios no estaba en mi plan del día. Vamos, tú también díselo.

El compañero de Rojas, que se mantenía en silencio, solo volteó a ver a Robles para levantarle el dedo del medio.

— Ves, eso sí es compartir una opinión. Que Reyes no esté aquí también es tu culpa, es tu compañero y deberían ser más unidos, pero no tanto porque después él se pone raro.

— Ya, deja de joder — volvió a llamar a su compañero solo para, de nuevo, no recibir respuesta—. Voy a darle yo mismo una zurra.

Habían recibido varias llamadas que describían a un hombre que concordaba con Mauro, que amenazó a una persona con un arma, y ese era el motivo por el que Robles iba al lugar de acompañante, al no contar con su compañero. Después de todo, era su caso. Mientras el vehículo avanzaba a toda velocidad por las calles, el detective no pudo evitar sentir el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Tenía que evitarse más problemas de los que ya se había causado.

Cuando llegaron al lugar, Robles bajó de la patrulla rápidamente, ajustándose el cinturón con su placa. Sus ojos recorrieron la escena. Había varias personas reunidas, la mayoría parecían ilesas, pero algo no estaba bien del todo, eso lo hizo observar más de cerca. Se veían desconcertados, algunos estaban pálidos y otros temblaban levemente. Notó que algunos presentaban síntomas físicos claros: dolores de cabeza, náuseas, calambres. Podía escuchar las sirenas de más ambulancias llegando a lo lejos.

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