Capítulo 11 Solo necesitamos descansar

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La oscuridad de la noche adornaba el cielo, y las incontables luces de la ciudad trataban de contrastarla para aquellas personas que aún se encontraban fuera de sus hogares. Fuera de casa.

Eso no era ninguna preocupación para Mauro y Félix, quienes aún estaban sentados en el sofá, cada uno manteniendo un plato equilibrado en sus manos, lleno de comida basura que Félix había ordenado. Mientras, se seguía reproduciendo aquel programa de fondo, absurdo y sin sentido, pero extrañamente perfecto para la ocasión.

— Tienes unos gustos horribles — comentó Mauro, señalando la pantalla con el tenedor —. ¿Quién ve estas cosas por gusto?

— Oye, que no se te olvide que estás de «visita». Y había millones que miraban esto — Félix sonrió victorioso y tomó un sorbo de su refresco. A sus ojos, le había cerrado la boca.

—  Ya — respondió Mauro, riendo —. Pero es que... ¿no te parece como... como si estuviera hecho para dejarte estúpido?

Félix asintió, levantando las cejas mientras volvía a mirar la pantalla.

— Obvio, no es un noticiero; es entretenimiento absurdo. Así de simple.

— Ah, yo pensaba que mirabas esto como una maravilla — Mauro rió y se recostó, alzando un poco la voz por encima de las risas enlatadas—. Pero, ni ebrio disfrutaría esto, estoy seguro.

— Tal vez lo averigüemos un día — sugirió Félix, encogiéndose de hombros.

Mauro soltó una carcajada.

— Pero hablando en serio — respondió Mauro, secándose una lágrima que se había escapado por su risa —, ¿qué va a seguir? ¿Concursos de quién aguanta más tiempo sin pestañear o... o a ver quién soporta más tiempo sin respirar?

— Ese último reto si existe —bromeó Félix, dándole un golpecito amistoso en el hombro —. Tienes que ampliar tus horizontes, Mauro.

— ¿Ampliar mis horizontes? — con un tenedor en mano, llevó sus dedos a acariciar ligeramente su barbilla—. Mmm, nah, así estoy bien.

Félix lo miró con una expresión juguetona.

— ¿Sabes? Yo creo que lo dices porque te niegas a aceptar que tiene su encanto. No todo tiene que ser inteligente o profundo.

— ¿Encanto? — Mauro hizo una exagerada mueca de indignación, obviamente falsa —. Esto no tiene encanto, Félix, es vacío. Y si aun así te gusta, bien por ti; yo no sería capaz de verle su encanto.

— Lo que sea que digas — rio Félix —. Pero aquí estás, mirándolo conmigo.

Mauro lo miró y sonrió con un toque de resignación.

— Bueno, estoy de «visita». — Se encogió de hombros, riendo —. No puedo quejarme mucho de mi anfitrión.

Félix asintió, levantando su vaso para un brindis.

— Por tu anfitrión.

Ambos rieron y chocaron sus vasos con un suave golpe de plástico. Afuera, la noche seguía, serena y oscura. Aunque el programa no fuera memorable, ese momento, en cambio, era perfecto para ellos: la compañía, la cena y el descanso que Mauro creía merecerse.

Entre risas y bromas, la conversación iba de un lado a otro, hasta que Félix se detuvo un momento, como si se hubiera acordado de algo importante. Mauro, al notar el cambio en su expresión, arqueó una ceja.

— Bueno, Félix —se pronunció en medio de las risas, pero con un tono que indicaba cierta seriedad—. ¿Si me ayudaras?

Félix se quedó mirándolo; su expresión de desconcierto era notoria, pero esa expresión fue borrada por una breve risa.

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