Capítulo 10 Solo dime una mentira esta noche

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Habían pasado ya más de treinta minutos desde que Mauro había entrado a darse una ducha. Al principio, Félix había sentido una mezcla de inquietud y alarma; el tiempo era ya demasiado, y el eco de un leve sonido ahogado que había oído antes solo aumento su incomodidad. Intentaba distraerse de la preocupación, manipulando entre sus manos el revolver con el que le apuntaron, el mismo que lo llevo a esta extraña situación. La observaba con una mezcla de fascinación y temor, sintiendo el peso metálico y frío bajo sus dedos. Tenía especial cuidado no pasar su dedo por gatillo. La revisaba minuciosamente, viendo que estaba cargada; las seis balas brillaban bajo la brillante luz del cuarto, perfectamente alineadas en la recámara.

— Sí que es verdadera... nunca había tocado una — murmuró para sí, girando con cautela el tambor y manteniendo el arma firmemente sujeta, como si temiera que un mal movimiento la disparara.

En ese instante, el silencio fue roto por el leve, pero fuerte crujido de la puerta del baño al abrirse, Mauro al fin había salido, con un aire más calmado. Al verlo, Félix soltó el arma del susto; cayó al suelo, rebotando en el piso sin dispararse. Mauro, observo ingenuo el arma, quitándole toda su atención al igual que no noto el evidente nerviosismo de Félix, solo se acercó unos pasos para darle una leve sonrisa.

— ¿Qué tal me veo? — preguntó Mauro con los brazos abiertos, como esperando algún tipo de aprobación. Su camiseta celeste, holgada y hecha casi en su totalidad de tela plástica, le daba una apariencia más robusta de lo que realmente era, aunque era solo una ilusión. Llevaba además un pantalón de mezclilla igual de amplio y de su característico color azul intenso, junto con un par de medias verdes que terminaban de desentonar en un conjunto que parecía casi un crimen contra el buen gusto.

Había pasado parte de esa media hora en el baño, arreglándose y buscando en su reflejo alguna señal de mejora o de alivio. Aunque el resultado le había complacido, Mauro seguía consciente de su aspecto y de lo desagradable que le resulta mirarse al rostro.

Félix le lanzó una mirada rápida y escéptica antes de responder con brusquedad.

— Pues... un poco mejor que antes, supongo. Pero sigues viéndote horrible.

El comentario no sorprendió a Mauro. Sabía que Félix solía ser así, directo y sin filtro, pero, aun así, sintió el golpe de esas palabras, dejando que su rostro se tensara por un momento. Había sido un esfuerzo en vano. Tras unos segundos, esbozó una media sonrisa forzada, tratando de disimular el impacto que había sentido.

— Gracias, Félix. Siempre tan... considerado — murmuró con sarcasmo, dejando caer la voz en un susurro que apenas disimulaba el fastidio.

Decidió dejar el tema de lado y, una vez más, se dejó caer pesadamente en el lado derecho del sofá. Félix, de nuevo quedo posicionado en el centro, seguía observando el arma en el suelo, extrañado de que Mauro no le hubiera prestado la más mínima atención antes de desviar su mirada hacia el televisor. Por su parte Mauro, lo observaba de reojo mientras encendía el televisor y notaba que tenía acceso a varios servicios de streaming.

— ¿Al menos ves las noticias? — preguntó con curiosidad.

— Las veo en el celular, es lo mismo — respondió Félix de inmediato, mientras sus dedos manejaban el control remoto en busca de algo de su agrado —. Es algo viejo, pero te va a gustar.

En la pantalla, un presentador irrumpe en escena, era un hombre alto con un traje azul brillante que deslumbraba por las incontables piedras brillantes que adornaban toda su vestimenta, como si cada lentejuela estuviera programada para competir con las luces del set. Llevaba una sonrisa tan exagerada que se podían ver todos y cada uno de los músculos tensos de su rostro, estirados hasta un punto antinatural.

MAURODonde viven las historias. Descúbrelo ahora