Las mañanas estaban siendo cada vez más sofocantes, mucho más que en veranos pasados. El sol recién había salido y el aire empezaba a ponerse denso, casi irrespirable, y seguro sería una noche calurosa. El calor, persistente, se mezclaba con el caos del tráfico urbano. El rugido incesante de los motores y los bocinazos de los conductores impacientes creaban una sinfonía de estrés, amplificada por los gritos de las personas que, a esa hora, ya luchaban por hacerse oír entre el bullicio. Eran las seis de la mañana, y la ciudad era igual como todos los días, con una energía toxica.
Para un hombre de mediana edad, acostumbrado a este cotidiano calor de temporada, todo aquello no era más que parte de la rutina. A pesar de vestir un aspecto «elegante", su ropa no era nada adecuada para el calor: Unos pantalones negros de tela, zapatos de cuero sin agujetas y una camisa morada de manga larga que tenía arremangada que por su ligero sudor no le era nada agradable que se le pegara al cuerpo. Pero no tenía otra opción, debía llegar a trabajar.
Algo no muy sobresaliente en su aspecto era que llevaba un collar pero solo se podía ver la cuerda de hilos que rodeaba su cuello, dejando la joya escondida detrás de esa tela.
Con pasos ligeramente más rápidos de lo normal, ingresó por una de las varias entradas que daban a una enorme bodega que tenía el suficiente tamaño para que vehículos de carga entraran y salieran sin problema para que se encargaran de surtir productos a centros comerciales, el movimiento de los trabajadores era constante, un lugar que conocía mejor que la palma de su mano. Al cruzar el umbral, el alivio del aire algo más fresco del interior le dio un pequeño respiro, aunque el sudor hizo imposible que se sintiera completamente cómodo.
— ¡Oye! — una voz juvenil lo llamó desde el fondo. Era un joven de cabello desordenado, vestido con un chándal sin mangas que llevaba abierto —. ¿Y a dónde tan elegante hoy? — preguntó, arqueando una ceja, claramente extrañado por la vestimenta de su compañero.
— No tuve tiempo de lavar algo más cómodo, Félix — dijo mientras se acomodaba la camisa sonriendo ligeramente. Sabía que su vestimenta no era la más adecuada para el trabajo físico que les esperaba. —. Menos mal anoche pude recuperar esta ropa del cuarto de Rocío.
El joven dejó escapar una carcajada, divertida y despreocupada, mientras cruzaba los brazos sobre el pecho.
— Tres años llevas con ella, ¿no? — preguntó con el mismo tono—. Ya va siendo hora de que al menos le pidas que se mude contigo. Al menos así se ahorran el alquiler de esa habitación cutre que tiene al otro lado de la ciudad de la que siempre se para quejando con todos. Además —hizo una pausa, observando de arriba abajo a su compañero —, si te tardas más te vas a desarmar cualquier día de estos.
Aunque el conocía bien el carácter bromista del muchacho, no pudo evitar pensar que tenía razón. Tres años eran mucho tiempo, y la idea de compartir un espacio juntos había cruzado por su mente.
— Ojala también tuvieras esa energía para poder cargar las bolsas de sal — respondió, devolviendo la broma.
— No te confundas hija ¡paquetes de bolsas de sal! —corrigió el joven rápidamente, levantando un dedo como si aquello fuera una diferencia importante—. No es lo mismo.
— Ya, ya no me des excusas, pero bueno, volvamos a lo nuestro, que si el supervisor nos ve de brazos cruzados, no nos va a dejar de molestar en todo el día.
El joven asintió, aunque no sin lanzar una última mirada curiosa a la camisa morada de su compañero, desentonaba un montón.
Con toda la calma del mundo ganada por la corta charla, se puso a buscar a Rocío, encontrándola ocupada con una tablilla sujetapapeles, haciendo anotaciones, probablemente de inventario.
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MAURO
Mistério / SuspenseLuego de sufrir un desafortunado evento, Mauro trata de recomponerse solo para encontrar su entorno cambiado de manera inexplicable. Las personas que conocía y los lugares que frecuentaba ahora lo tratan como a un completo extraño. Desesperado, inte...