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Habían pasado tres días desde la última vez que Inuyasha vio a Kagome. Tres días de vacío absoluto, en los que el silencio de su hogar y la ausencia de su voz le pesaban como una losa sobre el pecho. Se había convencido a sí mismo de que lo que había hecho era lo correcto, que romper con ella la mantendría a salvo de Kikyo. Pero esa convicción no lo liberaba de la angustia que lo devoraba por dentro.

Cada noche era peor que la anterior, con su mente dándole vueltas a lo que había hecho, las mentiras que había dicho, y el dolor que había visto en los ojos de Kagome. Sabía que no podría olvidarlo, ni a ella. Akito, que normalmente era su refugio, ahora lo miraba con ojos que parecían preguntar por qué todo había cambiado tan de repente. Inuyasha apenas podía sostener la mirada de su hijo.

Aquella mañana, mientras intentaba concentrarse en cualquier cosa para distraerse de la realidad, su teléfono vibró sobre la mesa. Al ver el nombre de Kikyo en la pantalla, un nudo se le formó en el estómago. No quería hablar con ella, pero no tenía elección. La contestó con voz ronca, producto de noches en vela.

—¿Qué quieres? —preguntó sin ningún rastro de cortesía.

—Solo quería asegurarme de que lo entiendes, Inuyasha —la voz de Kikyo era fría, calculadora, como siempre—. Hiciste lo correcto al alejarte de Kagome. Ahora es momento de enfocarte en nosotros, en Akito.

El odio que sentía hacia Kikyo, hacia su control sobre su vida, era casi palpable. Sabía que lo estaba utilizando para su propio beneficio, pero estaba atado de manos. Si no cooperaba, Kikyo haría de su vida y la de Kagome un infierno, y lo último que quería era que Akito sufriera por las decisiones que había tomado. Sin embargo, la rabia lo estaba desgarrando.

—Hecho está, Kikyo. Pero no te equivoques, lo hago por Akito, no por ti —respondió con dureza.

—Como quieras verlo, Inuyasha —dijo ella, casi divertida—. Lo importante es que Kagome ya no es un problema. Es mejor para todos. Incluso para ti.

Inuyasha apretó el puño con tanta fuerza que sintió cómo sus uñas se clavaban en la palma de su mano. No podía soportar seguir escuchándola, así que colgó sin decir más. Se dejó caer en el sofá, con la cabeza entre las manos, sintiendo una vez más el peso de su propia decisión. No había día que pasara sin que se arrepintiera de lo que había hecho.

———

Mientras tanto, Kagome también había estado viviendo una pesadilla. Tras la explosiva discusión que tuvieron, ella había intentado recomponerse, pero cada pequeño recordatorio de Inuyasha le desgarraba por dentro. Cada rincón de su departamento le hablaba de él, de los momentos que compartieron, de las promesas que se hicieron.

La mañana siguiente a la ruptura, Kagome había decidido no ir al trabajo. No podía enfrentar la realidad de verlo, de saber que lo que había tenido con él era solo una mentira, como él mismo lo había dicho. Le pidió a una compañera que cubriera su turno, inventando una excusa sobre problemas personales. Sabía que eventualmente tendría que volver, pero por ahora, no estaba lista.

Había pasado esos días tratando de enterrar su dolor, de no pensar en él, pero era imposible. La herida que le había dejado seguía abierta, sangrando. Y aunque no quería admitirlo, una pequeña parte de ella aún esperaba una explicación, algo que le hiciera entender por qué todo había cambiado tan drásticamente. Pero, más que nada, una parte de ella quería que él volviera. Que apareciera frente a su puerta y le dijera que todo había sido un malentendido, que aún la amaba.

Esa mañana, mientras intentaba distraerse leyendo en el sofá, el sonido de su teléfono la sobresaltó. Lo tomó rápidamente, pero cuando vio el nombre de Sango en la pantalla, no pudo evitar sentir una mezcla de alivio y decepción. Respondió con un tono cansado.

Amor MioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora