Capítulo 1: A Town in Blue

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Pueblo Azalea; la joya de la corona de la alguna vez conocida como la región Ishuu. Basta y hermosa, con un verde perpetuo que solo mengua en el invierno transformándolo en una joya blanquecina, sí, un pueblo tranquilo y, en algún momento, próspero.

Sus huertos famosos por la producción de distintos granos le ganaron el nombre del pueblo dorado, aunque, esa palabra se convertiría en una realidad. En la vieja montaña, en la montaña nublada, aparecieron rastros de muchos minerales valiosos, el oro y la plata corrieron como ríos frente a los hacendados que veían a sus riquezas aumentar de manera exponencial, riqueza que en algún momento se decidió compartir con los campesinos que rápidamente abandonaron sus tierras y machetes por picos y palas. Pero, así como la buena fortuna vino, como si tratará de una enfermedad perversa y contagiosa entre en el corazón de todos en el pueblo; saqueos, asaltos e incluso asesinato fueron las primeras señales de la decadencia. Y miserablemente a la codicia desmedida suele estar acompañada de la mala fortuna.

Así como la riqueza apareció también se fue, los hombres entraron en pánico la guerra había cesado y la deuda del pueblo, así como las exigencias de tener un arresto económico apremiaron a la región que solo podía ofrecer como compensación sus minerales e incluso a su gente.

Ricos o pobres, hombres o mujeres, todos salían a buscar, aunque sea una pepita del esperado material, sin embargo, jamás sucedió. El hambre y la miseria casi acaban con el pueblo, ya casi vacío.

Sus campos se secaron, sus plantas morían y sus ojos se nublaban por la búsqueda del precioso metal, reacios y orgullosos descuidaron sus bailes y fiestas a las leyendas de la región y, como si fuera la mano de un dios iracundo pasó el gran accidente. En las faldas de la montaña nublada, por la prisa descuidaron la estabilidad y sin nada que temer marcharon casi hasta el corazón de la montaña en donde encontraron su botín, no, algo más valioso el Azarium, el metal con el que en tiempos modernos se comenzaría a usar para crear las llamadas pokéball y en buena parte de los aparatos electrónicos. Pero, la montaña mancillada y contundente esperó hasta que los hombres de pueblo Azalea estuvieron lo suficientemente dentro de ella y una vez que rasgaron su corazón dejó caer toda su fuerza como un mazo sobre una hormiga, atrapados por días, oyendo sus gritos desesperados e incluso lagrimas tristes en el eco de la mina hasta que días después las voces que habían pedido perdón a la montaña nublada fueron calladas por la mano fría de la muerte.

Desde ese día y hasta hoy, los descendientes de esas personas, al menos los más ancianos ven con rencor y admiración a la gran montaña nublada que se alza imponente y orgullosa cual duquesa.

Como una lección, pero muchas de esas personas ya son viejas y los oídos jóvenes escuchan solo lo que desean escuchar.

Lo que nos lleva, claro está, al inicio de esta historia...

En una pequeña casa en la parte norte del pueblo, en una de las sendas desde las que se puede vislumbrar la frontera entre el hombre y la naturaleza, de un carácter rustico y elaborada a base de piedras oscuras, gris y hermosa en las que la chimenea despedía humo y con él el olor inconfundible de la azúcar y la masa recién hecha de uno de los postres insignia del pueblo.

El dulce aroma encantaba a mortales y dioses por igual, más de un pokémon esperaba ansioso la basura del día desde los matorrales.

Dentro una mujer de larga cabellera marrón servía con cuidado 3 tazas de té amargo, poseía una extraña belleza efímera y se movía presurosa por toda la cocina con una agilidad propia de una ama de casa. Se quitó el delantal y con cuidado puso todo en una mesa adornada de pétalos cosidos en sus orillas, exhaló profundamente mientras veía de reojo el reloj de la cocina desde la sala, postro sus carnosos labios rosados sobre la tasa sin beber nada.

Pokémon S&BS: Alas del AmanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora