Capítulo 8. Vivienne Westwood

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-Dianna.- Un mosquito le molestaba en sueños con susurros. -Dianna, tienes ensayo.-.

-¿Qué le importan mis asuntos?- Se preguntó molesta, aún entre sueños.

-¡Dianna!- Exclamó Luna Lovegood, sacudiéndole finalmente por el hombro.

Vlach despertó algo desorientada, tratando de enfocar los ojos. -Mañana.- Logró balbucear antes de volver a recostarse.

-Ojalá pudiéramos, sólo queda el ensayo de hoy.- Replicó Lovegood, apenada.

-¿El ensayo de hoy?- Preguntó confundida. -¿Qué día es?-.

-Viernes- Respondió. -Viernes 31.-.

Como si hubiera sido alcanzada por un balde de agua fría, Vlach resucitó estrepitosamente. Se había quedado dormida sobre un pergamino de Transfiguraciones a medio terminar. Levantándose a traspies, logró mirarse en el espejo. Su cabello estaba revuelto y tenía las letras del pergamino grabadas en la mejilla. -Seis y media, no puede ser.- Articuló al mirar el reloj, mientras intentaba borrarse la tinta con la manga de la camisa.

Lovegood salió tras ella, asegurándose de que no cayese por las escaleras entre sus tropiezos tambaleantes, todavía adormecidos.

Habían mil preocupaciones en su mente en esos momentos: En un par de horas, tendría que presentarse por primera vez frente a un público real.
Habían ensayado hasta el cansancio y no podía esperar otra cosa que perfección. Sin embargo, la espina estaba ahí:
¿Y si todo resultaba un desastre?
¿Y si terminaba haciendo el ridículo?
Y además estaba el vestuario.
Tendría que estar usando algo que la distinguiera del resto del coro. Y pese a la insistencia de Luna, había sido lo que menos le preocupaba, y lo terminó dejando para el final.
Ahora ya no había tiempo.
Sus días y noches habían estado divididos entre proyectos escolares y su labor como directora del coro.

La escasez de tiempo le había llevado a tener que inventárselo, a sacarlo de sus ya pobres horas de sueño.
Como consecuencia, cargaba con una palidez casi espectral que iba a juego con unas ojeras de mapache que, para infortunio de Lovegood, no podrían ocultarse ni con las mejores técnicas de maquillaje.

Y luego estaba el tema de Snape.
Aquel que había estado intentando evitar a toda costa para mantenerse cuerda en medio de aquella situación desquiciada.

Consideraba casi sádico haberle dejado todo el peso del coro a ella sola. Y sin embargo, no estaba segura de haber podido lidiar con la presencia de Snape después de todo lo que sabía ahora.

Con la misma expresión de un cruel director de teatro, Luna Lovegood caminaba de un lado a otro, dando órdenes, con una notable mueca de insatisfacción en la cara.

-Una vez más, Dianna. Tiene que salir perfecto.- Sentenció mientras se dejaba caer en un pequeño banquillo. -Además, ni siquiera te has molestado en averiguar qué usarás para esta noche.- Le miró enfadada. -He estado practicando el delineado todos estos días con Ginny Weasley, ¡y ya tiene los ojos irritados!- Exclamó en un tono histérico.

Dianna le dirigió una mirada preocupada, como si creyese que su amiga había terminado de perder por completo la cordura. -Te va a salir una hernia si sigues así, Luna Lovegood.- Le advirtió divertida, tras tomar un sorbito de agua. -Va a estar perfecto cuando lleguen los demás, ya lo verás,
¿vale?.-.

La realidad era que, a pocas horas del evento, su concentración estaba aún lejos, estancada en la misma pregunta.

Un rato más tarde, dispersos en la sala de música, alumnos de todas las edades aprovechaban los minutos de ocio que Vlach les otorgaba cuando la carga comenzaba a ser demasiada para todos. Desde algunos rincones surgían risas y cuchicheos; otras tantas voces repasaban las letras; y reunidos alrededor del piano de cola, otros más experimentaban entre notas.

Fix me (Severus Snape).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora