Las Desventajas de una familia extensa
Noviembre llegó con el aviso de que la guerra había terminado, todo el mundo
celebró la noticia, no necesariamente por el hecho de haber ganado, sino por
volver a estar en calma. No hubo cambios deliberados en el ambiente de la
mansión.
Un día, mientras Elizabeth estaba distraída en la sala de estar, su padre llegó
con el correo. Le entregó un par de cartas dirigidas a ella y siguió revisando,
dejó a un lado las que parecían de negocios y las facturas y se encontró con una
carta para él, la leyó con un detenimiento extraño en su persona y luego de dar
un par de vueltas a lo largo de la estancia con gesto de concentración, tomó su
saco y su sombrero de la percha y salió. Beth, que había estado observando la
escena, contuvo sus ganas de husmear, por miedo a que la regañaran más que
por respeto, y prefirió leer las suyas propias, ni siquiera ojeó el remitente que
tenía en el sobre.
“Hospital Militar”
Cuando dieron las tres de la tarde, Dante y Beth pasaban el rato en la biblioteca,
ella yacía tirada en la alfombra, fingiendo leer la página de un libro cuando en
realidad, estaba tan desconcentrada que no alcanzaba a entender el párrafo.
—¿Quién es ese tipo que viene con tu papá? —preguntó Dante mirando sin
mucho interés desde el ventanal.
—Si serás chismoso —dijo levantándose—. A ver —Ella también se asomó y
entrecerró los ojos, pues el coche se había detenido en la entrada y estaban
zanjando la distancia a pie.
El sujeto en cuestión llevaba muletas y se le veía bastante desaliñado.
—Jack —Soltó— ¡Jojoy! Ese idiota de verdad esquiva las balas.
—¿Jack?
—Mi hermano mayor —respondió sonriente y en comparación con sus
lánguidos movimientos usuales, salió de la biblioteca a las carreras.
Bajó las escaleras con cortos y apresurados pasos y estuvo frente a la puerta
cuando está se abrió.
—¡Jack! —Lo saludó alegre
—¿Enana? —dijo este y entrando a la casa con cuidado, la miró de arriba
abajo—. Ya no eres tan enana ¡Dios! Qué bueno que no te pareces a Berenice—
Añadió riendo, se le veía de todo, menos con ganas de reír. Tenía la pierna
enyesada y vendas en la cabeza, estaba sucio y algo delgado—. Te abrazaría,
pero me han pegado los piojos.
—No te han cortado el cabello —comentó alzando la vista hacia los
desgreñados rizos marrones.
—Se les ha olvidado en los últimos meses.
—Anda Lizzie, tienes que dejar descansar a tu hermano —La instó su padre.
Una de las sirvientas que iba pasando se detuvo en seco.
—¿Hermano? ¿Dijiste hermano? —preguntó acercándose, Beth asintió.
Contra todas las advertencias la chica lo abrazó.
—¡Mírate! Te han dejado más feo de lo que recordaba —exclamó
estrechándolo entre risas.
—Paula —murmuró sonriente—. Cada día estas más gorda, suéltame que pesas
—Le dijo con un suspiro antes de irse escaleras arriba.
Su habitación seguía tal y como la había dejado. Sin recordar las instrucciones
sobre el yeso, se quitó el uniforme, ya gastado y desteñido y se metió en la tina,
por espacio de hora y media, lavándose y volviéndose a lavar, y cuando se sintió
limpio, pudo relajarse, incluso hubiera sido de ese porcentaje de personas que
muere mientras se bañan sino hubiera estado ocupado pensando en las
comodidades que había tenido que abandonar, más tarde una enfermera vino a
cambiarle el yeso y las vendas que como todo él, habían llegado la mar de
sucias.
Su primera acción luego de eso fue dormir toda la tarde…
Pasó la siguiente semana despiojándose-Y lo logró con éxito- Comprando trajes
nuevos y comiendo.
La primera impresión que le dio a Dante fue aclaratoria, por eso Beth no se
parecía nada a su papá, porque literalmente éste otro estaba hecho a su
semejanza. Jack era alto, fornido, de ojos verdes y cabellos marrones ondulados,
y hubiera sido la viva imagen de su padre a los veinte años si no fuese tan pálido.
Era una persona expresiva y excéntrica, tenía una manera de ser descarada con
quienes le agradaban y de silenciosa o monosilábica aceptación con quienes no.
Apenas pareció recuperarse un poco, su padre empezó a llevarlo a rastras a la
oficina, sin darle mucha importancia a sí tenía vendada la cabeza o no, porque
estaba contento, después de todo, Jack siempre fue su hijo favorito.
***
Ese mes, por primera vez en la vida, Beth tuvo problemas para dormir bien,
daba vueltas en la cama, sentía que las sábanas le picaban o que hacía mucho
calor, sino, eran los pensamientos los que no le permitían descansar, luego de
un par de noches de lo mismo, terminaba por levantarse a escribir todo lo que
le pasaba por la cabeza, a hacer escalas hasta que le pesaran los ojos o a mirar
por la ventana, pero era más de lo mismo.
Al final le agarró manía, y cuando le sucedía, esperaba a que todos estuvieran
dormidos y caminaba -Descalza para no hacer ruido- hasta la habitación de
Dante, abría la puerta con cuidado y se encargaba de ponerle traba. La primera
vez que la vio, éste dio un respingo aún soñoliento.
—¿Uh? Beth… ¿Qué haces aquí? —preguntó levantándose a medias.
—No puedo dormir —Le dijo sentándose en el borde de la cama —¿Me haces
espacio?
Él se volvió a acostar y dio un par de vueltas, ella se metió debajo de las sábanas.
—La próxima no te aparezcas así —Murmuró abrazándola—. Con el vestido
de dormir te me asemejas a un espectro.
—Ya—Beth también lo abrazó— ¿Pero uno bonito?
—El más bonito, pero igual me asustas.
—¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti? —murmuró aferrándose un poco
más.
—¿Qué cosa? —preguntó con un bostezo.
—Que tú siempre hueles bien —Y por primera vez en varios días, Elizabeth se
durmió sin tanto en la cabeza.
***
Con la confianza depositada en Jack, el señor Piaf decidió extender más sus
viajes de negocios, y no volvería hasta un día antes de nochebuena, todavía era
otoño.
—¡Ya me enviaron el repertorio para la audición! —Anunció Elizabeth alegre
mientras se terminaba las gachas de avena del desayuno y lo ojeaba, había
llegado en el correo de la mañana.
—¿Vas a audicionar para el conservatorio? —Le preguntó y ella asintió— Yo
fui ahí un par de semestres, pero me fastidio solo de recordar lo regañones que
son los maestros de música. A ti te irá bastante bien Lizzie, yo era un mal
estudiante.
Ella sólo lo escuchó a medias pues seguía ojeando las partituras.
—Oh —Dante le dio un sorbo a su café—¿Y qué instrumento tocabas? —
Inquirió previendo el “Enana imbécil, préstame atención cuando te hablo” Que
iba a soltar el otro.
Éste movió una varilla imaginaria en el aire, Dante lo miró aún con la incógnita.
—Trombón —Aclaró Beth terminando el plato y levantándose de un brinco—
Aprende a expresarte bien cabezotas —Añadió pegándole un coscorrón a Jack
antes de subir corriendo las escaleras.
—Ah…Enana imbécil —murmuró acomodándose el cabello antes de seguir
desayunando. Arriba ya empezaban a sonar las escalas —En fin —Se aclaró
con cuidado la garganta— Solo estaba esperando que se fuera, ustedes dos se
traen algo ¿Verdad?
Dante tardó unos segundos en reaccionar —¿Mmm? —Fue el único sonido que
emitió frunciendo el ceño y fingiéndose eludido.
Jack volteó los ojos —Ándate sin rodeos chalequito, Lizzie es demasiado fácil
de leer como para que no me diera cuenta. Anda por las nubes y no es por el
conservatorio —Expuso alzando la ceja.
—¿Y cómo figuro yo en eso? —Quiso saber él bebiendo su café con calma, ella
ya se habría hiperventilado.
—Bueno, Elizabeth se aburre de todo, ¡de todo! —repitió— Y muy rápido. Pero
nunca se aburre de ti y se ve que tú eres aburridísimo.
“Ouch”
—¿Quién sabe? Llevas mucho tiempo sin verla —Repuso bajando la vista hacia
sus propias cartas.
—No esperaba que lo admitieras —dijo poniéndose de pie—. Pero quiero que
sepas que los descubrí— y con esto último salió del comedor.
—Demonios—Pensó bebiéndose lo que quedaba de café —¡Demonios!— Lo
habían descubierto
Incluso le hizo gracia, pero intentó olvidar el asunto, y ni hablar de contárselo
a Beth.
Jack tampoco volvió a decir nada al respecto, y se dio el asunto por zanjado.
Porque además de ser trabajador, correctísimo y encantador, no era un soplón.
***
Cuando llegó diciembre y el frío empezó a arreciar. Hubo un evento que no
pasó desapercibido en la casa, un día, en que la nieve todavía no cubría el suelo,
Dante y Beth venían de uno de sus acostumbrados paseos por el bosque cuando un par de lujosos carruajes se detuvieron frente a la mansión, ambos los miraron
con atención.
—¿Qué día es hoy? —preguntó ella.
—Diez de diciembre.
—Cielos.
Del primer carruaje se bajó una mujer alta, pálida y delgadísima con un aspecto
severo y el ceño eternamente fruncido seguida de tres niños pequeños y otro
sujeto que no pasaría de los treinta.
Y del segundo, salió un hombre alto, robusto e igual de pálido, que ayudó a
bajar a una mujer menuda y de pelo castaño y a un par de niños.
—Cielos, cielos —Volvió a decir y jaló a Dante para que entrará en la casa—.
¡Jack!, ¡Jack!, ¡Jack! ¿Tú tuviste la grandilocuente idea de invitar a Berenice?—
preguntó empezando a hiperventilarse.
Él, que estaba sentado en el sofá de la sala, impasible, se levantó de golpe.
-Wowowow ¿Invitar a Berenice? —Cruzó la habitación en zancadas, y se
asomó a la ventana —¡Mierda! Alguien invitó a Berenice. Si no fuiste tú, ni fui
yo…
—Fue papá —completó Elizabeth con pesar.
—Con razón alargó su viaje —murmuró con un suspiro mientras cerraba las
cortinas— Bien, bien. Lo que tenemos que hacer es mantener la calma.
—Pero… ¿Y si se quiere quedar a pasar el año nuevo?
—Elizabeth —dijo lentamente, uniendo las palabras a los gestos—, cálmate,
respira, mírame. Vamos a sentarnos y solo fingir que no los vimos llegar.
Así lo hicieron.
—Respira —repitió agarrándola del hombro, esta lo hizo a duras penas.
Llamaron a la puerta —Escucha —dijo esta vez dirigiéndose a Dante— ¿Viste
a la flaca rígida? No la mires a los ojos y no intentes entablar una conversación
con ella. Ni siquiera respires cerca de ella ¿Entendido? El otro, el de lentes.
—Peter —Añadió Beth, para luego volver a respirar como si le faltara el aire.
—Ese no importa mucho —Continuó— Es como una sombra por la casa,
tampoco intentes hablar con él, es como hablarle a una pared.
Un par de sirvientas corrieron a abrir las puertas, y las diferentes personas se
abrieron paso mientras los sirvientes empezaban a subir los equipajes.
Berenice se quedó de pie un rato en la sala, haciendo una rápida inspección —
Jack —dijo acercándose al sillón, con el ruido seco de los tacones pegando
contra la madera mezclándose con su falso tono de melosidad —¿Me he
convertido en una visita como para que tardes tanto en abrir?
—¿No tienes casa propia acaso? ¿Por qué tienes que venir a molestar en esta?
La otra deshizo su sonrisa —Papá me invitó —Afirmó, y pareció como si
hubiera probado algún argumento—. ¿Qué le pasa a la tonta?
—Ah —Jack se volteó—Ella se… se está ahogando —respondió pegándole un
golpazo en la espalda —Ya está —Aseguró volviéndose para mirarla a los ojos,
Elizabeth dejó de respirar pesado, hasta le pudo haber roto un par de costillas.
—No me sorprende, se ve que aún come bastante.
Beth se giró con la cara roja —¡Ah! ¡Quizá yo coma para no verme como un
palillo chino! —Le gritó molesta y agarrando a Dante de la manga, se lo llevó
escaleras arriba.
—Papá te invita todos los años ¿Por qué venir éste?
—Lógicamente para ver si habías quedado loco
—Pues no más que antes, bueno ya vete.
—Ni hablar —respondió cruzándose de brazos —. Me iré cuando yo quiera, al
cabo que también es mi casa.
***
Al día siguiente, Jack le escribió a su padre diciéndole que Elizabeth estaba
moribunda. Sabía que fácilmente podría llegar el primero de enero a despedirse
de los invitados, y para él, eso contaría como convivencia familiar.
De nada le sirvió, pues su padre descubrió la mentira y en respuesta le dijo que
cuando estaba nervioso le temblaba la mano y la caligrafía le salía con
ondulaciones y en su última carta “Esa letra estaba más derecha que mi paso
por este mundo”
Aunque lamentó este hecho. Al conocer a los hijos de Berenice, Jack se
desternilló de la risa y sintió que cada momento malo que le había hecho pasar
en la vida, valió la pena por saber que aquella mujer, que tanto odiaba a los
niños, había tenido trillizos.
—¡Dios! ¡Maldita guerra! —exclamó tomando aire y sentándose en una silla
¿Cómo no pude haberte visto embarazada? ¡Parecerías una letra “b”!—Y
continuó riéndose con más ganas. Peter había tenido mellizos.
—Debe ser algo de los genes —comentó Beth enigmática—, Peter y Berenice
también lo son… Mellizos, digo.
“Pues que se quede en su lado de la familia” Pensaron los restantes, lo bueno es
que a pesar de pasársela corriendo por la casa aquellos niños no eran molestos.
Esa casa parecía diseñada para esa función, que los niños jugaran, la gente
soñara y riera y todo el día se escuchasen escalas y canciones alegres. Se sentiría
una ofensa que pasará mucho tiempo sin aquellas características.
Al caer la noche, Beth se halló en otro de sus dilemas de no poder dormir, salió
de su cuarto a oscuras y caminó en silencio por el ancho pasillo. Se detuvo justo
frente a la habitación de Dante, algo de luz escapaba por debajo de la puerta y
al rostro de Elizabeth lo adornó una sonrisa pícara, agarró el pomo lista para
girarlo.
—¿Qué haces? —preguntó una voz al otro lado del corredor, ella se sobresaltó
y escondió las manos detrás de la espalda, como si tuviera algo en ellas.
—Ah-Ah nada —respondió alejándose una distancia considerable de la puerta.
—¿Entonces qué haces levantada? —Inquirió Berenice, ceñuda.
—Yo, ah, no podía dormir… Voy a tomar algo, algo de agua.
—¿A la cocina?
—¡Claro! ¿En dónde más?
—Pero las escaleras están del otro lado —dijo señalando detrás suyo, al pasillo
que la otra acababa de recorrer.
—¿Ah sí? —Hizo ademán de reírse—. Mira que no me había dado cuenta
¿Sabes? Creo que soy sonámbula.
—Pero… ¿No acabas de decir que no podías dormir?
—¿De verdad? No lo recuerdo. Bueno, en fin, tengo que ir a tomar agua —
Avanzó unos pasos en su dirección, y luego de un gruñido de disgusto, Berenice
se metió en su propio cuarto.
Elizabeth se quedó allí parada algunos minutos más, por si se le ocurría volver
a salir. Después de que comprobó que no aparecería de nuevo, retomó su curso
original y entró en la habitación del otro, donde las luces continuaban
encendidas y él, inspiradísimo, escribía hojas y hojas.
—¿Ya la mitad? —Le preguntó ella tirándose en la cama
—Ujum —dijo Dante soltando el lápiz con un suspiro y echándose para atrás
en la silla —Ya la mitad —corroboró sonriente.
***
—Ni Rupert ni Bridget han vuelto a venir —comentó Dante con aburrimiento
mientras le daba vuelta a la página.
—Y eso que todavía no ha empezado a nevar con fuerza.
—Oye… ¿No teníamos que ir a comprar los abrigos?
Beth lo miró con gesto de asombro —¡Es cierto! Teníamos que ir hoy ¿Todavía
es temprano?
—Las once menos cuarto —respondió ojeando el reloj de la pared.
—¿Qué estas esperando? Anda, anda —Lo jaló de la mano para que se pusiera
de pie, se colocaron los abrigos viejos, que ya les quedaban algo cortos de las
mangas y los guantes y salieron apurados.
Era verdad, la nieve todavía no cubría el camino. Fuera del coche, el chofer
fumaba un cigarrillo.
—¿A la ciudad, señoritos? —Beth asintió.
***
Volvieron cargados de bolsas con ropa para el invierno y con los ánimos
exaltados, en primera por el largo viaje y después por las largas filas.
—La gente compra para estas fechas como si ya no quedará más ropa en el
mundo.
También estaban las calles conglomeradas de personas con su hosca y grosera
forma de ser cerca de la navidad.
—Pero igual los abrigos son muy bonitos —Acotó Dante ayudándola a bajar.
—Cielos sí.
Frente a la puerta había un muchacho alto y con el cabello de un rubio cobrizo,
en las manos llevaba un gran ramo de margaritas.
—¡Wow! Flores en invierno —murmuró en un tono sarcástico, para que solo
Dante la oyera.
—¿Y ese cuál de todos es? —preguntó sacando las bolsas con las compras.
—No tengo idea. Ojalá sea el novio de alguna sirvienta —Le dijo esperanzada,
pero como siempre, daba gusto demostrar que Beth estaba equivocada —Mmm
—Ella ojeó su reloj— Buenas tardes —Extendió la mano para saludarlo y este
se la besó. Lo miró consternada, era una lástima, ahora tendría que lavar el
guantecito.
Se aclaró la garganta —Buenas tardes asumo que tú eres la señorita Elizabeth
¿Cierto?
—Esa misma ¿Quién la busca?
—Philip Randall —dijo a modo de presentación.
Beth lo miró dubitativa —¿El hijo del señor Randall, el socio de mi papá? —
preguntó haciendo una mueca.
Asintió —¿Pero que veo? Qué poco caballeroso hacer que una dama cargue las
bolsas —Dirigió una mirada acusadora a Dante, que de por sí, ya cargaba
suficientes él.
—Es solo ropa —repuso contrariado
—Ya… Pero si hubiera sido una sirvienta no le habría importado mucho que
cargase las bolsas ¿O sí? —Inquirió ella, que también empezaba a disgustarse.
La miró por unos momentos y luego se echó a reír —Adoró a las chicas que se
quieren hacer las listas para impresionarlo a uno.
—¿Impresionar? —repitió confundida.
—Tenga —dijo entregándole el ramo—, son para usted.
Ella lo recibió a regañadientes —¿Sabe? Esta clase de demostraciones a mi
padre le molestan. Y no quiero que se enfade conmigo, no puedo aceptarlas—
Hizo amago de devolvérselas
—No hace falta —Empujó el ramo devuelta hacia ella—. Su padre en cuestión
me ha autorizado para pretenderla.
—¿¡Eh!? ¿Pretenderme? Pero yo a usted ni lo conozco —terció frunciendo el
ceño.
—Conocerse no es importante para el matrimonio —Expuso con una sonrisa
galante—. Y menos cuando son mujeres como usted.
—¿Qué le pasa maldito loco? ¿¡Ah!? —gritó con enojo— ¡Cómo le encanta a
mi papá hacerme bromas! —Las mejillas se le arrebolaron y le arrojó el ramo a
la cara.
—Créame que entiendo los ideales sufragistas —Se excusó, agarrando entre los
brazos los restos del ramo—. Pero eso con un par de hijos se quita— Ella tomó
a Dante de la mano y empezó a abrir la puerta.
—¡Váyase al diablo! —Le dijo molesto al ver que el otro seguía.
—¡Mire! Incluso la dejaré estudiar —Ofreció antes de que le cerrarán la puerta
en la cara.
Elizabeth lanzó un bufido —¿Qué le sucede a ese idiota? ¿Sufragista yo? Si yo
soy sufragista qué serán las de verdad ¿Terroristas? ¡No me lo creo! Dejarme
estudiar, dejarme estudiar ¿Qué se ha creído? Venir a mi propia casa a decirme
eso —La cara se le puso roja.
Mientras tanto Jack ojeaba tranquilamente un ejemplar de “20.000 leguas de
viaje submarino”, que era de colección y había comprado recientemente en una
subasta. Recostado en el sofá de la biblioteca.
—¿No has visto mis libros de Víctor Hugo? —Le preguntó Berenice
revolviendo los estantes— Me los quiero llevar conmigo.
—Si no están allí —respondió distraídamente—, los debe tener Lizzie en su
librero.
—¿Y para qué los agarró esa idiota?
—Probablemente para usarlos de almohada, ridícula —dijo dándole vuelta a la
página con desinterés.
—Como sea, yo voy a buscarlos.
—¿Por qué no mejor solo se los pides? Se oye como si acabaran de llegar…
¡Ah! ¡Mierda! ¿Pero por qué hace tanto ruido esa enana? —soltó saliendo de la
biblioteca molesto.
—Porque tú me lo sugeriste —murmuró ella para si antes de salir también. Hizo
todo el trayecto hasta el cuarto de Elizabeth e intentó abrir la puerta, que para
su suerte estaba sin seguro, por lo que entró sin problemas.
La habitación de tapizado amarillo, hoy con la cama sin tender y algunas faldas
en la silla y el suelo, la brisa corría a través de las ventanas abiertas, pasó
directamente a mirar en el librero, y tomó los que eran suyos. Cuando se
disponía a irse, su atención la captó la pequeña libreta que yacía abierta sobre
el escritorio.
La idiota tiene una agenda —Pensó —¿Qué anotará? ¿Horarios para comer y
jugar a las muñecas?
Con la curiosidad echando raíces en su mente, se dispuso a husmear.
***
—¿Qué es todo el escándalo que armas enana? —preguntó Jack bajando por las
escaleras.
—Afuera —dijo señalando hacia la puerta— Hay un tipo raro y no se quiere ir.
—¿Afuera en dónde? —Quiso saber terminando de bajar las escaleras.
—En la puerta, está hablando un montón de locuras de casarse sin conocerse ¡Y
lleva como quince minutos ahí! Y no se va.
Jack se enderezó, y tras un suspiro hizo un gesto amenazante y abrió, el horror
se dibujó en la cara del chico.
—Lárgate —Le ordenó y los ojos verdes parecía que echaban chispas, el otro
regreso sobre sus pasos con prisas y él cerró, dando otro portazo—. ¡No es
posible estar en esta casa sin que a uno lo molesten! —masculló mientras
rehacía su camino.
Beth se sentó en el sofá, esperando que se le pasara la rabia, o al menos, que se
le bajaran los colores, Dante se sentó junto a ella, él también estaba fastidiado.
—Es que no entiendo —dijo agitando los brazos frente a si—. ¿Qué les pasa a
los chicos? ¿Por qué no importa cuánto les diga yo que no me gustan?
—Pues ellos piensan que te pueden hacer cambiar de opinión y no dejan de
creer que son los indicados —Explicó cruzándose de brazos—, que si insisten
lo suficiente cualquiera cedería. A veces les funciona.
—Pero no conmigo —Repuso— ¡A mí no me gusta eso, ni me gustan ellos!
Ni… ¡Ni nadie que lo haga! Sentenció pegándole al sofá con el puño cerrado.
—Cálmate ¿Sí? —Pidió él.
—¡No puedo! ¡No quiero! No me cabe en la cabeza.
—Las personas siempre van a pensar distinto a ti Beth, quizá más estupideces,
y no vas a poder hacer nada para cambiar eso. Al menos hasta que pasé un siglo
de tu muerte, así que tendrás que vivir con eso.
En el rostro de ambos se dibujó una especie de desilusión.
—¿Vivir toda la vida rodeada de personas que no me quieren escuchar?
—Yo si te escucho… ¿No vas a ser una gran cantante? A los grandes cantantes
siempre los escuchan.
—Sí —Ella lo miró pensativa—. Yo siento que nunca te escucho—soltó.
—Las demás personas ya me escuchan lo suficiente, y yo, prefiero oírte hablar.
—¿Pero no quiere todo el mundo que lo oigan? —Le preguntó extrañada.
—Yo no, me gusta más escucharte. Así sé que no estoy solo.
Elizabeth se puso de pie —Ven, acompáñame a dejar las compras —dijo
agarrando las bolsas y él la siguió.
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Una Rosa para Elizabeth
RomanceAcompaña a Dante y Elizabeth desde su niñez, mientras atraviesan por varias series de pequeñas complicaciones para poder realizarse.