Capítulo 9

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Ciudades Grandes
                                                           1919...

La primavera sorprendió a Dante con un manuscrito, que leyó y releyó, y pasó
a máquina, para que más tarde Elizabeth también lo leyera y volviera a leer.
Cuando lo terminó, él lo concibió como un milagro: la causa de sus desvelos,
de sus inquietudes, de sus ojeras y de ese eterno pavor ¿Y si es bueno? ¿Y si no
les gusta? ¿Quién querría publicarlo? ¿En verdad quería usar esa palabra? ¿Por
qué tanta prisa en ir a parar a la pila de autores que pasan de largo?
Pero allí estaba —Solo tiene doscientas páginas —había dicho ¡y pensar que
esas doscientas páginas habían requerido tanto!
Cuando fue a hacer los exámenes de ingreso en diferentes universidades lo
cargaba consigo en la maleta, siempre haciendo el intento de dejarlo en alguna
editorial. Pero era regresado la mayoría de las veces, con manchas de dedos y
un:
“Estimado señor Jones, sentimos decirle que su novela no es lo que estamos
buscando en estos momentos”
—No pasa nada —Se repetía sonriente— Roma no se hizo en un día—
Remplazaba las hojas sucias y lo enviaba de nuevo, sin darle más importancia
al asunto, y se iba a presentar otro examen de ingreso.
—¿Y qué van a hacer ustedes? —Les Preguntó un día a Bridget y a Rupert
mientras escuchaban a Elizabeth tocar el piano del estudio.
—Seguir con el semestre de medicina, supongo —aclaró Rupert mientras se
comía un pan con mermelada —Sino lo hago mi papá me quita el dinero.
—Yo me voy a una  academia de danza. Me aceptaron —Si tenía su propio
dinero Bridget podría cuidar todos los perros que quisiera.
—El piano de cafecito ya pide clemencia —Señaló Rupert mirándola de fijo—
. No me la quiero imaginar cuando aprenda a componer.
—¡Imagíname querido amigo! —dijo quitando los dedos de las teclas con
abrupto y alzando las manos teatralmente—. Mañana son las audiciones —
Luego continúo tocando, pero esta vez, con el disimulado sonido del zapato
contra el suelo para marcar el tiempo, sin más preámbulo que ese, los demás
volvieron a lo suyo.
                                                              ***
Las audiciones fueron bien, Elizabeth apenas ojeó las partituras, ya las tenía
grabadas en la cabeza. El conservatorio era un enorme edificio de dos pisos que
ya había visto sus mejores años, todo rodeado de árboles.
—Las pensiones quedan por aqu
í —Le mencionó su padre una vez subieron al coche. Allí, ella por fin se dio el
lujo de sentirse mareada—, préstame atención Lizzie, esta ciudad es nueva y no
quiero que te pierdas.
—Ujum —murmuró sin interés.
El coche se detuvo frente a una gran casa de color amarillo crema, que solo
poseía jardín delantero, en donde había una pequeña fuente seca y despintada.
—Si no quedas en el conservatorio igual te voy a mandar aquí de vacaciones—
dijo sonriente al bajarse—, no quiero verte llorando todo el día —Añadió
riéndose.
Beth esbozó una sonrisa ligera, lo más que le permitía el reciente  mareo y el
cansancio —Lo bonito de esta ciudad es que tiene muchos árboles —comentó
por fin, respirando el aire fresco— Eso suena lindo, la ciudad de los árboles.
“Pisas la tierra húmeda desprende buen olor,
Crujen algunas hojas secas que el otoño marchitó…
Tarareaba para sus adentros, más animada, dando largos pasos por el camino de
tierra.
“Las flores no son más hermosas porque las miré yo,
Son más hermosas porque las miras tú,
Las rosas se sonrojan porque llegaste tú”
Tocaron la puerta y una señora gorda y cuarentona les abrió. Entablaron una
conversación sobre el alquiler, pero Beth no los escucho.
—Las rosas se sonrojan porque llegaste tú —Seguía tarareando sonriente.
—Si gustan pueden pasar a ver —Los invitó la señora—. Aunque por ahora solo
nos queda una habitación disponible.
—¿Necesitas más de una Lizzie? —preguntó el señor Piaf a son de broma.
—No le molesta compartir cuarto con otra chica ¿Verdad? —preguntó
dirigiéndose a ella.
Beth la miró confundida —¿Por qué compartiría un cuarto?
—Porque así se hace en las pensiones Lizzie, para que sea más fácil de pagar,
y ya que no quisiste quedarte con Berenice, te lo aguantas.
—Pero ¿Por qué? —Continúo ella— ¿Por qué alguien querría compartir cuarto?
—No es que quieran —Aclaró su padre.
Caminaron por un estrecho pasillito con varias puertas a ambos lados. La casera
se detuvo y sacó una llave de un aro repleto de ellas, y abrió la puerta que tenían
enfrente.
La habitación era mediana, con dos camas individuales en extremos diferentes,
en el espacio restante había un par de pequeños escritorios y bajo la ventana, un
gabinete.
—La muchacha no está. Pero que yo sepa, es muy tranquila —comentó la mujer
cerrando luego de un minucioso examen, era limpio, espacioso y cómodo:
suficiente.
                                                                ***  
—¿En qué estación de tren te tienes que bajar?
—En la número cinco.
—¿Y si te pierdes?
—Tengo que tomar un coche para llegar.
—Exacto ¿Y en qué tren te tienes que subir para ir de regreso?
—En el que sale a las cinco en punto, o a las cinco y media, y me tengo que
bajar en el andén número cuatro. Ya lo sé.
—Bueno Dante —El señor Piaf lo agarró por los hombros—. Te dejo ir solo
porque tienes más sentido de la orientación que Elizabeth,  aquí hay suficiente
dinero para que vayas tranquilamente, y si ya te decidiste por esa universidad,
para que alquiles un cuarto ¡Y por amor a Dios o a lo que más quieras ponte el
sombrero!
Dante hizo amago de colocárselo.
—Agarra bien tu bolso y no guardes el dinero en un solo sitio— Le dio una
palmada en la espalda— ¡Qué te vaya bien!
Dante agarró con firmeza la correa del maletín, se puso el sombrero y salió con
decisión  —Bien, ya soy casi un adulto, tengo diecisiete años. Yo puedo con
todo— El frío de la mañana le pegó directo al rostro, apenas serían las seis, y
todavía no había amanecido, el cielo estaba oscuro, y él tenía algo de sueño. Se
subió al carruaje a tientas.
Aquello iba a ser todo un proceso, primero, tenía que llegar a la ciudad, lo que
tardaría una hora, de ahí, ir a la estación y tomar el tren hacia Londres, lo cual,
se demoraría tres horas. Lo bueno era que de una forma u otra siempre quedaba
bastante “cerca”. Después ir a la universidad y presentar el examen de admisión
al mediodía, al terminar de rendirlo, averiguar dónde quedaban las pensiones,
encontrar un buen lugar donde quedarse y regresar.
Apoyo la cabeza en la ventanilla del coche y se durmió. Despertó veinte minutos
más tarde porque le dolía la cabeza y lamentó no haber hecho café antes de salir.
Aún no amanecía del todo e hizo un repaso de todas las posibles preguntas y
todas las posibles respuestas, pero solo lo hacía para ocupar la mente en algo
que no fuera recordar las direcciones… O el manuscrito… O Beth, que aún algo
adormilada le había plantado un beso en la mejilla antes de que bajara las
escaleras o pudiera evitarlo.
Acarició con la yema de los dedos allí donde lo besó, se había ido a seguir
durmiendo refunfuñando algo sobre una novia de la capital.
El cielo agarró un color azul blanquecino y ya las aves empezaban a cantar…
¿Por qué alguien querría leer algo que escribió él? Pensó de pronto. Cuando no
tomaba café se volvía un mal pensador.
Para burlarse, quizá ese enorme pedazo de su alma se convertiría en combustible
para alguna chimenea o en el “No leas esa basura”
Beth le había dicho que era muy bueno e incluso le hizo un par de sensatas
correcciones ¿Qué había dicho él? Beth no pensaba igual que todo el mundo.
—Es que tiene un pie aquí y otro en la luna —Se dijo.
Trató de recordar por qué lo hacía, ¿por qué le gustaba escribir? No solo porque
le era fácil…
Tras una breve reflexión hurgó en su maletín y sacó el manuscrito y la
estilográfica, había dejado en blanco la página antes del índice y con su fina y
descuidada caligrafía, que burló siempre todos los esfuerzos del método Palmer,
escribió:
“Para Beth.
Y para todas aquellas personas que no quieren vivir en su mundo. Espero poder
otorgarles la capacidad de perderse entre estas hojas un rato, leer hace la tristeza
soportable…
Escribir hizo que desapareciera mi tristeza.” 
A pesar del traqueteó se apreciaba decente. El coche de detuvo en medio de la
calle, a la espera de que un carruaje avanzara, ya habían llegado a la ciudad.
Se bajó frente a la estación de tren y compró el desayuno en un local. El café
sabía mal, pero le calmó en algo la cabeza. Salió de ahí cuando dieron las 6:30
y fue a sentarse en el andén para esperar a que el tren llegará. 
—Hoy son los exámenes de ingreso cielito —dijo alguien sentándose a su lado. 
Dante alzó la vista —¿Rupert?— Éste lo saludo con una sonrisa— ¿Qué con
eso?
—Voy a rendirlo para entrar en la facultad de artes —respondió animado
—¿No estabas estudiando medicina?
—Estaba ¡Pero qué se vaya al diablo el semestre de medicina, amigo! —Dante
reparó más en el aspecto del otro, con el cabello desarreglado y los pliegues de
la ropa mal doblados. Cargaba dos maletas, un bolso lleno de tarros de pintura,
un caballete y un par de lienzos envueltos. Mucho si fuera solo equipaje, poco
si es toda una vida —¿No han pasado más de las siete, cierto?
—No.
—Perfecto, en mi casa se despiertan a las nueve. Y yo tomé un pequeño préstamo. Lo devolveré cuando venda algunos cuadros ¿Necesitas compañero
de cuarto?
—Depende de si sabes dónde quedan las pensiones para estudiantes —
respondió adquiriendo su aire de siempre.
Rupert rio —Yo he ido a la capital muchas veces, descuida.
El tren ya había llegado 
—Grandísimo idiota ¿Cómo cargaste todo esto tú solo? —preguntó agarrando
las maletas para ayudarlo.
—No tengo la menor idea —contestó sonriente. Y tomando lo restante se dirigió
hacia la puerta, el otro lo siguió —Uno hace cosas muy ilógicas cuando ya está
harto.
—No pareces harto.
—¡Oh! Pero lo estoy, durante todo el año pasado me sentí miserable
aprendiendo dónde queda la laringe. Solo fui feliz pintando, y en mi casa me
tenían prohibido comprar lo que fuera de eso ¿Quieres que te de un consejo?—
Añadió subiendo al tren.
—Habla rápido —Le instó subiéndose él también.
—No dejes que las demás personas dañen tus sueños, son lo único que de verdad
te pertenece. Y los sueños rotos solo se convierten en frustraciones.
—No suena como algo que me dirías a mí —comentó escogiendo un asiento.
—¿A quién se lo diría entonces? ¿A Elizabeth? ¿O a Bridget? ¡Ni hablar! Una
mordería al primero que le llevara la contraria sobre su futuro, y no confío que
la otra tenga más aspiraciones que tener dinero y un perro.
Esta vez fue Dante el que rio.
—Pero es algo que hay que saber antes de ser viejo como yo cielito —Aclaró,
sentándose con el caballete sobre las piernas.
—Déjalo en otro lado en otro lado, no te lo van a robar.
—Prefiero que te roben a ti a que le pase algo a mi caballete, es de madera fina.
—¡Vaya sandez!
—¿Eres tú de madera fina, acaso?
—No que yo sepa.
—Pues que te roben o te hagan picadillo, me es igual.
—Ah ¡Vete al diablo! A veces se me olvida que eres un insoportable.
—Qué inmadurez la de los niños de tu edad, cielito ¿Cómo olvidarte de algo tan
importante como eso? ¡Ah! Pero pregúntenle el momento exacto en el que
cafecito pestañea para que vean cómo responde.
Dante hizo un sonido de disgusto —¡Claro que no sé eso! —dijo pegándole en
el hombro—. Además, tú eres solo dos años mayor —Añadió bajando la voz al
ver que una señora lo miraba raro. El tren se puso en marcha —Siete treinta ¿Ya
soltaron a los perros para buscarte?
—A las 9:30, ten paciencia ¿A qué carrera vas a postularte? 
—Filosofía y letras.
—La facultad de los muertos de hambre y los bohemios.
—Sí, le pisa los talones a la facultad de artes.
—¿Qué vas a hacer entonces, muerto de hambre?
—No lo sé bohemio, tú dime, pedazo de imbécil ¿Hacer formulas científicas?
—¿Vas a filosofar?  Es broma, es broma ¿Vas a escribir un libro?
—Ya lo hice —murmuró bajando la vista hacia el maletín que agarraba fuerte—
. Que no lo haya podido publicar es otro asunto.
—Ya, ¿Lo tienes ahí?
—Planeaba enviarlo a algunas editoriales de la capital.
—¿Lo puedo ver o no?
Dante lo sacó del bolso y se lo entregó.
—Las dedicatorias siempre son muy personales ¿No? —Fue lo último que dijo
en el transcurso de una hora y media.
—Ya soltaron a los sabuesos —comentó Dante ojeando el reloj, algunos
vendedores empezaron a deambular por el pasillo.
—Tienes una historia que no es lineal, pero que aun así exige un seguimiento,
esos tres primeros capítulos para mí se ven como una novela de verdad —dijo
entregándoselo —. Te tengo una solución.
—¿Ah sí? ¿Cuál es? —Quiso saber guardándolo de regreso en el bolso.
—No lo lleves a una editorial, mejor llévalo a una revista, es menos complicado
que lo acepten, publicarán capítulos semanalmente y te pagarán bien. Cuando
escribas otro, ya podrás publicarlo y tendrás lectores.
El otro lo miró dubitativo —Es una muy buena idea —concordó al fin.
—También sé dónde quedan las oficinas editoriales de las revistas —Añadió—
. Cuando lo publiquen terminaré de leerlo.
El resto del viaje transcurrió tranquilo. El tren se detuvo cuando dieron las diez
y media. Un hombre iba de vagón en vagón anunciando que ya habían llegado,
las personas se conglomeraron en el amplio pasillo, dispuestas a salir. Ellos se
levantaron cuando el tumulto de gente fue mermando, el ambiente era algo
sofocante allí dentro, y cuando salieron les pegó el aire fresco de la primavera
directo en la cara.
El andén estaba muy lleno de personas.
—Aquí en la capital voy a necesitar que camines muy rápido —Le dijo Rupert,
repentinamente serio, jalándolo de la manga de la camisa y mezclándose entre
la multitud, fuera de la estación pegaba el sol de la mañana. Dante echó un
rápido vistazo a las calles, a algunos edificios altos y sombríos, los transeúntes
que iban de compras, y los coches y carruajes estacionados a ambos lados del
camino, luego de un breve diálogo con el chófer se subieron a uno.
Esto se demora un rato —comentó Rupert aferrándose a su caballete cada que
el coche traqueteaba —Los exámenes terminan a la una ¿No?
Dante asintió, más preocupado por observar este nuevo entorno, tratando de
recordar el camino para no perderse, aquella ciudad se mostraba enorme —Las
pensiones— musitó distraído,  para que no se le olvidara.
— ¡Cierto! Las pensiones quedan a un par de cuadras de la universidad, hay que
ir a verlas antes de las dos, eso si quieres ver alguna oficina editorial.
—Creo que hoy no estoy de humor para eso.
—Como quieras —Rupert se encogió de hombros.
—¿Y cómo es que conoces tan bien dónde queda cada sitio?
—Estuve cursando medicina aquí todo el año ¡Diablos! ¡Qué mal amigo, no
eres capaz de acordarte de eso!
—La verdad es que no lo recordaba— Contestó, aguantándose una carcajada. 
—El café y el amor dañan el cerebro —dijo usando el tono del que quiere
enseñar alguna clase de sabiduría ancestral, con tanta seriedad que hizo que
Dante se riera igual.
—Mierda ¿Entonces ya tengo fundidos los fusibles?
—Ya lo creo —continuo en su seriedad—, por culpa de Elizabeth… Y del café
—Añadió, perdiendo algo de su solemnidad —. Pero… ¿Ves como no niegas
nada? No eres cobarde para negarlo, ni canalla para admitirlo.
—Ah ¡Cómo molestas! Yo no te estoy diciendo absolutamente nada.
—¡Pero estas enamorado cielito! —exclamó haciendo remedos estúpidos de
alguien conmovido —Qué tiernos son los jóvenes cuando se enamoran, mira,
casi ni pareces un imbécil remilgoso.
—¡Ah! Pues espero que te enamores pronto cabezotas, a ver si dejas el fastidio.
—Enamorarse no es lo mío, yo solo nací para amar mi arte. Si me enamorará
tendría que aprender a amar dos cosas al mismo tiempo.
—Pareces idiota hablando así.
—Gracias —respondió sonriente—. Yo sé que solo los idiotas pueden
identificar a otros idiotas.
Dante terminó por zurrarle, exasperado. El coche se detuvo.
—Ya llegamos —anunció el cochero.
Dante se bajó y le pagó, aun insultando entre dientes al otro.  
La universidad de artes de la capital. Era un edificio gigante, que se asemejaba
más a un laberinto que a algún tipo de ente educativo.
Él avanzó decidido, y luego de perderse unas tres veces, descubrió por sí mismo
el camino hacia el aula de exámenes. Eran las 12:15 y aunque el salón estaba
cargado de estudiantes. El profesor todavía no hacía acto de presencia. Se sentó
en una de las primeras mesas, extrañado de todo lo que lo rodeaba, ya que toda
su vida había hecho estudio en casa. Estaba tenso, de verdad quería quedar ahí,
tenía exámenes aprobatorios de otras tantas, pero aquella era la mejor. Esa la
idónea.        
—Universidad de lujo y el profesor no llega —bromeó el de junto. Dante se
giró en su dirección.
—Disculpa ¿Me estás hablando a mí?
—Claro —aseguró el otro sonriente .Se trataba de un joven de cabello largo y
marrón y ojos negros —Me llamó Lester —Se presentó.
—Dante —dijo mientras se daban un apretón de manos.
—Dante ¿Eh? Aquí con nadie se puede hablar —comentó recorriendo con la
vista al resto del salón—. A lo mejor y nos llevamos bien.
—¿Por qué no te agradarían? Ni siquiera los conoces.
—Una mitad son adictos a alguna sustancia y la otra se la ha pasado alardeando
de que harán un escrito que revolucione toda la literatura de occidente
¡Patrañas! Lo creeré cuando lo vea.    
La conversación se detuvo cuando el maestro entró, un hombre de mediana edad
con gafas de fondo de botella. Sin decir palabra dejó la hoja con el cuestionario
sobre la mesa de cada uno.
—Bien jóvenes —Soltó ojeando su reloj—, saquen sus lápices y el examen
comienza… A partir de ahora.
Dante leyó las preguntas con rapidez y sacó sus lápiz, algunas las sabía de
memoria de tantas noches estudiando y había otras de las cuales no tenía la más
remota idea. Respiró hondo, y con la mano temblorosa empezó a responderlas.
                                                             ***
El reloj de pared, fatalista, dio la una y las pruebas eran entregadas en el
estorboso escritorio de caoba del profesor.
—Recuerden anotar sus direcciones. El lunes a primera hora les enviarán los
resultados, si obtienen más de cincuenta puntos deberán empezar a asistir a
partir del lunes que le sigue.
Aun tembloroso se levantó y como de costumbre se aferró a la correa del maletín
para calmarse. Dejó el examen en el escritorio y salió, se le veía demacrado.
Fuera, bajo de un árbol, Rupert se dedicaba a hacer un dibujo en un cuaderno
de bocetos.
—¡Hey cielito, por aquí! —Lo llamó
—No grites eso —recriminó dejándose caer al lado suyo.
—¿Qué tal te fue? —Le preguntó volviendo al boceto.
—Mejor que mal espero ¿Y tú?
—Me aceptaron —Anunció con desinterés.
El otro giró la cabeza con brusquedad.
—¿Te aceptaron?
—Yep.
—¿No tienes que esperar algunos días para que te digan si pasaste?   
—La carta de admisión formal me llega en unos cuantos días. Pero les gustaron
mucho mis pinturas y me han dicho que quedé.
—¿Esas que llevas ahí?
—Sí, además de las pruebas prácticas, debíamos traer un trabajo terminado.
—¿Puedo verlos? —preguntó presa de la curiosidad ante los lienzos cubiertos.
Rupert le pasó ambos —Ya que si quedé, anda, ojéalos, si los dañas te clavó un
pincel en el ojo.
Dante los destapó con cuidado. El primero, era de Beth, con el gesto muy
inexpresivo para ella, mientras miraba una mariposa y de una enorme grieta en
el pecho le surgían montones y montones de flores —¡Qué lindo! —dijo
mirándolo con detenimiento—. Te lo voy a robar.
—Si me robas uno, se va a perder todo el sentido de la obra, la gracia es que
estén juntos.
Destapó el otro, y en este se vio a sí mismo con una enorme grieta en la cabeza,
de la cual salía una gran cantidad de mariposas de múltiples colores, el también,
con gesto impasible, observaba a una de estas —Cielos, qué guapo me veo—
comentó sonriente—. Pero oye, me pintaste las ojeras.
Rupert se rio y él las volvió a guardar con cuidado.
—Tal vez no pueda robarte una— Añadió levantándose a medias—, pero te
puedo robar las dos.
—¿Qué? ¡No! —Rupert soltó su bloc—¡Dante! ¡Dante! —Le gritó, pero ya iba
bastante lejos— ¡Vuelve aquí!
                                                              ***
—No me tenías que zurrar —ijo a media voz—. Te los iba a devolver.
—Mira como me rio desgraciado —Le respondió, mientras el casero les
explicaba las condiciones del contrato.
“…Y la habitación cuenta con un baño, y la ducha tiene agua caliente”
—El alquiler es bastante económico —Expuso uno.
—Y queda bastante cerca —acotó el otro.
-—Y yo necesito dejar estas maletas en algún lado… ¿Podemos alquilarlo hoy
mismo? —preguntó dirigiéndose al arrendador.
—Uh… Seguro, pero primero habría que pagar el depósito.
—Lo pagaremos —Aseguró Rupert dejando las maletas encima de una de las
camas.
                                                                ***
  A las cinco, como estaba previsto, Dante emprendía su regreso.
    
  
   
     
      

Una Rosa para Elizabeth Donde viven las historias. Descúbrelo ahora