Capítulo 10

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Correspondencia.

El lunes por la mañana, Dante bajó al comedor exactamente a las nueve, media
hora después de que sirvieran el desayuno. Había pasado toda la noche
escribiendo un borrador, que todavía no se decidía si hacer con él o dejarlo como
otra de tantas ideas sueltas, lo que sí sabía era que tenía un cesto rebosante de
papeles arrancados y arrugados y una libreta con, a lo sumo, treinta hojas.
Jack estaba de pie frente a la mesa, como lo hacía su padre, revisando
cuidadosamente la correspondencia, dejaba en diferentes montoncitos las que
iban dirigidas a cada quien y leyendo las de negocios y las facturas —Tienes
correo— Le dijo sin dejar de leer una carta que iba dirigida a él, mientras el otro
se sentaba.
Dante tomó el montón que le indicaron y se sirvió una taza de café.
—Deberías dejar de beber tanto café, has de tener la presión arterial por las
nubes.
—No puedo —Le respondió con un deje de angustia—. Si no lo tomó me da
por vomitar.
—Las lecciones de vida vienen en forma de personas— comentó Jack
enigmático—. Ahora sé que no se debe tomar café todos los días. Yo le perdí el
gusto a fumar cuando vi que en el ejército uno solo se acababa dos cajetillas
antes del mediodía.
Dante frunció el ceño —¿No son treinta, cuarenta cigarrillos?
Este asintió volviendo a la carta.
El chico hizo la taza a un lado —A propósito —dijo mirando alrededor suyo— ¿Dónde están Beth y el señor Víctor? 
—A Lizzie la aceptaron en el conservatorio y papá se la llevó a comprarle
vestidos. Mira, como la dejaron tirada por ahí, asumo yo que no es husmear —
Añadió entregándole una carta escrita a mano.
“Estimada señorita Piaf.
Es de nuestro agrado notificarle que cumple con el alto nivel de expectativas y
las características que aspiramos ver en nuestros alumnos. Forma ya usted parte
de la nómina académica. Las clases empezarán sin demora alguna el próximo
lunes…”
Dante sonrió mientras lo leía, lleno de una especie de orgullo y dejando la carta
a un lado comenzó a inspeccionar su propio  correo, el que estaba de primero
era un sobre algo grueso, dentro había una revista y una carta.
“Señor Jones
Nos complacemos en anunciarle que su cuento ha sido escogido para la columna
literaria de este mes. Mandamos el pago y un ejemplar, esperamos que nos siga
enviando alguno de sus escritos”
Dante miró incrédulo el sobre con el dinero y la revista. Mandar el cuento allí
había sido su primera opción. Mientras hacía sus maletas la semana pasada, se
había encontrado con su vieja agenda. Y luego de ver con muecas y disgustos
la calidad narrativa de su primera historia, la había vuelto a escribir, quería
probar si aquel sistema servía, y he aquí la prueba irrefutable. Dio vueltas a las
páginas hasta llegar a la columna literaria y de primero y con grandes letras de
máquina estaba:
“CUANDO CAE LA NIEVE        
                               Dante Jones”

Sonrío de nuevo, en el sobre había a lo mucho quince libras, pero las contempló
solemne por espacio de algunos segundos ¡Era su primer pago! Lo dejó todo a
un lado para poder mostrárselo a Beth cuándo llegara y siguió revisando el resto:
postales, publicidad sobre un curso de mecanografía-que tarde o temprano
tendría que hacer, pues para evadirlo otro tanto se quedaba mirando las letras
en las teclas como un tonto para tratar de aprenderse el orden- Y de último otro
sobre grueso y de color amarillo, él lo tomó para ver que era y se puso tembleque
de los nervios, en la esquena inferior se leía:
Universidad de Artes: Resultados, examen de admisión
Dante Jones, Filosofía y letras.
Se puso pálido de pensar en lo que diría, miraba aquel sobre con ojos aterrados,
figurándose haber sido descartado por un punto.
—Oye ¿Qué tienes chalequito? —Le preguntó Jack dejando la carta a un lado
pues ya la había terminado de leer—. Pareces gelatina.
—Es —Dante  es que me llegaron los resultados del examen de admisión.
—¿Y?
—Tengo miedo de abrirlos —admitió.
—¿Quieres que los lea por ti? 
Asintió y Jack le quitó el sobre de las manos, que aún seguían temblorosas en
el aire. Rompió la parte de arriba y sacó el examen junto con la carta.
—¿Cuánto era el mínimo? —preguntó ojeando el examen, él palideció un poco
más.
—Cincuenta.
—Pues lo pasaste chalequito —dijo alzando una ceja—. Aquí dice que sacaste
sesenta y cinco. Y mira, te adjuntaron la carta de admisión —Añadió
pasándosela.
—¿Pasé? —susurró—, pasé —repitió respirando con alivio. Tomó la carta de
nuevo y la miró con una de las sonrisas que duelen si intentas hacer otro gesto. 
De un sorbo, se bebió el café ya frío y agarrando el resto de correspondencia
subió a su cuarto a terminar de empacar.
                                                             *** 
En el rostro de Beth se dibujó una sonrisa de gusto cuando Dante le enseñó la
carta. Lo besó y le manchó la boca de labial, pero él siguió  hablando como si
nada, sintiéndose incapaz de limpiárselo.
—¡Oh, pero eso no es todo! —dijo mostrándole la revista. Ella bajó la vista y
lo leyó con cuidado.
—¡Cielos! Yo recuerdo esto, tú me contaste esta historia cuando éramos
pequeños ¡Qué profesional! Y qué tierno —Añadió abrazándolo con el papel
aun en la mano—, de ambas formas es tu primer cuento.
—¡Hey! —Dante alzó la cabeza y sin dejar de abrazarla se miraron a los ojos—
¿Cómo sabes que es mi primer cuento?
—Cuando eras niño ya me lo habías contado. Lo escribiste para que no se te
olvidara ¿No recuerdas?
Dante meneó la cabeza —Creo que no me acuerdo de muchas cosas.
—¿Sabes dónde dejarte el resto? En el baúl de la biblioteca.
—Lo revisaré mañana, hoy ya es muy tarde.
—Sí, pasa de la medianoche.
—No es hora de que una señorita ande despierta —bromeó él ciñéndola un
poquito más.
—Qué bueno que aquí no hay ninguna señorita —Ambos rieron.
Como adivinando la naturaleza noctámbula de su habitante, en el cuarto de
Dante la luz no titilaba y entraba bastante aire fresco.
Elizabeth no había llegado sino hasta las nueve y pasó directo a su cuarto a darse
un baño. Dante le enseñó los resultados al señor Piaf apenas lo vio libre de
manos.
—Eh ¡Mira muchacho! ¡Yo sabía que eras listo! —Le dijo alegre—. Es que de
tanto no ponerte el sombrero te fluyen mejor las ideas —Añadió despeinándole
el cabello—. Mañana saldremos a comprarte a ti ropa nueva ¡Ahora arréglate!
Abriremos una botella de champán en la cena para celebrar.
Y así lo hizo, se dio su segundo baño del día y se vistió con ropa limpia, la más
nueva que tenía y que le sentaba bien: pantalones negros una camisa blanca de
vestir que tenía botones dorados en los puños y uno de los chalecos de lana que
le habían regalado en navidad, que era de color azul oscuro, zapatos de vestir y
una corbata vino tinto. No era muy diferente a su vestimenta usual, pero se
arregló con más, e incluso para variar, se peinó el cabello.
Abajo, ya a la mesa, estaba Elizabeth, con los párpados pesados ante el
cansancio, pero hermosa. Ella -cosa que rara vez digo- No fue nunca  una mujer hermosa, bonita sí, pero nunca se le podría llegar a catalogar tan alto, nada de
eso, los labios eran muy finos, y la nariz romana algo prominente, los ojos
demasiado grandes y las cejas enarcadas, en conjunto con el resto, parecían
dejarle un permanente gesto de asombro. Se había vestido con una camisa de
color rojo oscuro, una larga falda de pliegues negros bastante anticuada para lo
que se venía usando, zapatillas de tacón bajo del mismo color y el cabello
recogido hacia atrás con innumerables horquillas, que poco a poco iban
cediendo.  
La cena no tuvo nada fuera de lo usual más que la cara botella que a los dos les
hicieron beber a la fuerza, y no los dejaron irse hasta que esta se acabase, aunque
a Dante le disgustara muchísimo el sabor.
A las once, todo el mundo se había ido a dormir, y a las once y cuarenta, pisando
suavecito para que no resonará el ruido de los tacones, Beth fue como de
costumbre al cuarto de Dante, sin rastro alguno de sueño.
—¿Ves cómo siempre me haces caso? —bromeó ella sonriente cuando abrió la
puerta, y allí seguía treinta minutos luego, pasada ya la media noche, tragándose
las ganas de llorar por los nervios y tratando de procesar que muy posiblemente
no volvería a ver a Dante hasta la navidad. Si hubiera sabido que pasaría mucho
más tiempo que ese, se habría puesto a llorar con ganas, pero seguía repitiéndose
como un mantra “Son solo algunos meses ¿Qué son algunos meses?” Y sin más
preámbulo que aquel, se dedicó a llenarle la cara de besos al otro, dejándole
siempre estelas del labial.
—Te ves hermosa hoy —soltó por fin él, correspondiendo.
—¿Ah sí? Pues tú hoy te ves guapísimo —respondió haciendo un esfuerzo por
quitarle la corbata. 
—Hay que aprovechar el tiempo ¿sabes? Porque a pesar de todo, esto no lo
podemos hacer por carta —dijo soltándola para desabrocharle los botones de la
blusa.
—Eso es una lástima —contestó logrando por fin quitarle el nudo de la
corbata—. Una verdadera lástima —Añadió sonriendo—, pero es lo que se tiene
—Bajó las manos a su regazo—. Dante —Lo llamó con repentina
seriedad.
—¿Mmm? —Este alzó la vista pues estaba bastante ocupado en descubrir dónde
tenía el botón aquella falda.
—Tú eres mi amor — 
Él se acomodó a su altura —¿Tu amor?— repitió.
Beth asintió, tenía la respiración acelerada y las mejillas rojas, la camisa
desabrochada dejaba ahora a la vista el delicado sostén de seda blanca —Sí—
murmuró acunándole su fina cara de muchacho entre las manos, y grabándose
cada detalle de esta en la cabeza —Tú eres mi amor. Tú siempre vas a ser mi
único amor, y yo no sé qué hacer sin ti —Le confesó sintiendo los ojos llorosos.
—¡Ah Beth! —Él volvió a abrazarla— Yo tampoco sé qué voy a hacer sin ti,
me vas a hacer muchísima falta. Principalmente para dormir porque eres
suavecita. Me vas a hacer falta por muchas razones, pero esa es la más
importante.
Ella rio y escondió la cara entre su hombro. Él por fin pudo divisar el botón de
la falda.
—Oye Beth.
—Dime.
—¿Van a juego?
                                                                     








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⏰ Última actualización: Sep 20 ⏰

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