Capítulo 8: Treguas, aventuras y estrellas

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La mañana avanzaba despacio, la luz del sol derramándose perezosamente entre las cortinas a medio abrir, proyectando suaves líneas doradas sobre la cama donde yacía Juanjo, su cuerpo enredado en una maraña de sábanas. Su cabeza latía con el sordo y persistente dolor de una resaca. Mientras parpadeaba, intentando sacudirse la niebla de sus pensamientos, los fragmentos de la noche anterior se arremolinaban en su mente, como piezas de un rompecabezas que se resistían a encajar.

Permaneció un buen rato así, con los ojos fijos en el techo, buscando en vano los recuerdos extraviados. La noche había sido una borrosa mezcla de risas, música y alcohol recorriéndole las venas, deshaciendo el nudo de ansiedad en su pecho. Recordaba la energía de Álvaro, los coqueteos con extraños, las luces del bar rebotando en los vasos vacíos... pero había algo más, una presencia más pesada, algo que no lograba precisar. Una conversación, tal vez. O el eco de una. Un momento suspendido en el tiempo, cargado de palabras que no podía recordar.

Martin.

El nombre apareció en su mente, con una vaga sensación de inquietud. Recordó a Martin junto a la entrada, con el teléfono pegado a la oreja, el destello de celos que se había encendido en el pecho de Juanjo, unos celos que no deberían haber estado ahí, que no tenían razón de estar ahí. Y luego, más tarde, algo había cambiado entre ellos. Recordó la voz de Martin, suave y comedida, pero las palabras se perdieron en la niebla de su memoria. ¿Una broma? ¿Una confesión? Juanjo no podía estar seguro, y la incertidumbre le corroía, dejándole inquieto y desequilibrado.

No tuvo tiempo para seguir desentrañando esos recuerdos borrosos. La casa a su alrededor comenzaba a despertar. Antes de que pudiera siquiera intentar levantarse, la puerta de su habitación se abrió de golpe, como si un huracán hubiera irrumpido en su espacio.

Denna saltó sobre su cama con toda la vitalidad de alguien con demasiada energía para la mañana siguiente a una noche de fiesta. "¡Despierta, despierta!", gritó, rebotando en el colchón junto a él. "Es hora de levantarse, dormilón. Alguno de los hippies estos está preparando el desayuno y no me fío de ninguno de esos dos cocinando, necesito que comas conmigo para que, en caso de que muramos, lo hagamos juntos".

Juanjo se quejó, intentando meterse más en las sábanas, pero Denna no lo permitió. Agarró una almohada y lo golpeó con ella jugando. "¡Venga, vago! No puedes esconderte de mí. Y además, tengo todos los chismes que te perdiste después de que desaparecieras anoche".

Con una queja, Juanjo se incorporó, frotándose los ojos y lanzándole una mirada malhumorada. "Estás demasiado animada para estas horas. Además, me fui después que tú, guarra, que me abandonaste por un chico..."

"Échale la culpa a esos ojazos azules", dijo Denna con un guiño, deslizándose fuera de la cama y tirando de su brazo. "¡Ahora, arriba! El café no se va a beber solo y me muero por ver si recuerdas algo de anoche. Voy a mear y cuando salga espero verte sentado en la mesa de la cocina o tendremos problemas".

Con un suspiro resignado, Juanjo se dejó arrastrar de la comodidad de su cama y siguió a Denna fuera de la habitación. Por el pasillo, el aroma del café y de algo cálido y sabroso flotaba en el aire, en marcado contraste con el sordo latido de su cráneo. Lo siguió hasta la cocina, donde Martin estaba de pie junto a los fogones, moviéndose con una facilidad sorprendente para alguien que había estado tan borracho como los demás.

Martin echó un vistazo cuando entró Juanjo, con una expresión tranquila, neutra, demasiado neutra. No había ni rastro de la tensión que había existido entre ellos la noche anterior, ni de la conversación que podría o no haber tenido lugar. Sólo una sonrisa educada, casi indiferente.

"Buenos días", dijo Martin, revolviendo los huevos con precisión. "Pensé en hacer algo para ayudar con las resacas, pero solo sé hacer huevos revueltos y tostadas. También hay café listo si quieres".

Susurros del EgeoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora