Capítulo VII. Amor entre Boogies

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Lando se consideraba un completo mentiroso. No había característica más exacta para definirse, porque todo lo que creía ser y en lo único que deseaba convertirse, había sido una total broma incluso para sí mismo.

Cuando tenía catorce años, dijo que quería tener una familia con dos hijos: una niña y un niño.

Recientemente había dicho que su género musical favorito era la electrónica.

Y apenas hace unos meses, confirmó que únicamente le gustaban las mujeres.

Pero eso no podía ser más incorrecto.

Todo lo que salía de su boca parecían ser puras mentiras ya que, a medida que crecía fuera de su hogar y se relacionaba con gente con diferentes gustos e ideales, él también cambiaba. Sus papás siempre habían sido muy estrictos definiendo qué cosas le debían o no de gustar. Es decir, quizá su color favorito de pequeño era el azul porque su abuela siempre le dijo que ese tono le quedaba bien; tal vez la música que le gustaba se debía a que su padre la reproducía desde que tenía memoria; y muy probablemente, la gente que le agradaba y la que no le simpatizaba, era a causa de su madre, quien le dijo con quién debía relacionarse y con quién no.

Incluso podía mencionar que la clase de ropa que afirmaba que era de su estilo hace algunos años, había cambiado de forma ridícula. Los pantalones ajustados le gustaban en el pasado porque eran los que su madre elegía y solamente se ponía playeras de algodón porque todos sus amigos usaban lo mismo.

Solía pensar que, si vestía algo diferente a ellos, le dirían que estaba exagerando, que se veía como un imbécil, o que simplemente no era su estilo. Así que nunca fue más allá de la ropa usual, del chico usual, del comportamiento usual..., porque en cuanto vieran una pequeña parte diferente en él, lo considerarían un fenómeno.

Hasta que llegó a la Fórmula 1 fue que la venda que tenía sobre los ojos cayó. No fue fácil notar que ya no existía la necesidad de actuar como los demás, porque habían sido unos largos años donde la costumbre terminó volviéndolo monótono y otro chico del montón. Tuvieron que pasar meses, tal vez años, antes de caer en cuenta que sus padres ya no podían decirle qué usar y qué no; de que ya no le importaría en lo más mínimo si sus amigos lo mirarían con extrañeza, preguntándole: ¿tú quien eres y qué le hiciste a Lando Norris?

Porque ahí estaba él. En cada uno de esos grandes y pequeños cambios.

Avanzando, retrocediendo, acertando y equivocándose.

Sí, solían gustarle las mujeres, la música electrónica y la idea de tener una familia.

Pero siempre hubo un pensamiento, muy en el fondo de su mente, que le repetía:

«¿Cómo estás tan seguro?».

¿Cómo fue que decidió que eso era realmente lo que quería? ¿Porque vio a una hermosa familia con dos hijos que le hizo sentir como si quisiera ser un padre? ¿Porque la música electrónica estuvo en los momentos que recordaba con más nostalgia y anhelaba que siempre estuvieran consigo?

«¿Cómo?».

«¿Por qué?».

«¿Y si no es así?».

Y todo empezó a dar vueltas.

Empezó por pequeños detalles: un día se levantó y se miró al espejo preguntándose si peinar su cabello hacia atrás como toda su vida lo había estado haciendo era mejor que sencillamente dejarlo ser, con sus rizos libres.

Y le dio miedo cambiarlo, porque cabía la posibilidad de que él se sintiera extraño; que no se sintiera él mismo.

Hasta que lo hizo.

LA MALDICIÓN DE FERRARI  |  CharlosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora